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Un libro descifra las claves antiestalinistas en la obra de Shostakóvich

El texto ahonda en la vida trágica del músico

Jesús Ruiz Mantilla

Los últimos nueve años los pasó como un muerto en vida, dice Bernd Feuchtner, autor de Shostakóvich. El arte amordazado por la autoridad (Turner). Estaba cansado, exhausto, consumido tras una trayectoria de música en lucha constante con la censura estalinista, llena de máscaras y fachadas que el crítico ha descifrado en este libro crucial sobre uno de los más grandes compositores del siglo XX.

Fue autor, entre otras muchas cosas, de 15 sinfonías y 15 cuartetos de música de cámara que muchos críticos consideran una de las grandes obras en ese estilo del siglo pasado. Concibió una ópera, que es un grito ensordecedor por la libertad y la dignidad de la mujer, Lady Macbeth de Mtsensk, que prohibieron y que le determinó a desafiar en silencio al régimen; consiguió enorme gloria y reconocimiento en su país, pero el éxito llegó a ahogarle en vida porque le atormentaba la certeza de saber que pertenecía a una gran mascarada. Engañó a los censores y a los burócratas que contribuían a enmudecer a los suyos con el hielo del estalinismo y ha pasado a la posteridad como un músico heroico, en todos los sentidos, como recordaba y le defendía hace pocos días en Madrid el director experto en su obra Semyon Bychkov, que interpretó hace dos semanas la Sinfonía número 7, Leningrado, del compositor ruso.

Precisamente esa sinfonía es una de las claves ambiguas de Shostakóvich, una de esas coartadas para atacar lo que parece alabar. "Me llamó la atención que repetía el mismo motivo que en Lady Macbeth... para ensalzar el poder", asegura Feuchtner. "Si hubiera aparecido sólo ahí, me habría parecido inconsistente, pero se repetía una y otra vez, no sólo en él, sino en obras de Chaikovski que venían a causar la misma sensación de angustia", explica el autor del libro, experto y crítico musical. Pero aquella máscara de gloria que coloca el autor ruso en la obra plasma la idea de poder no como algo revolucionario, que lo cambia todo, sino como algo claustrofóbico, que domina hasta el aire.

La sinfonía se estrenó en mitad de la guerra en la ciudad que lleva su nombre. Se escribió por tanto en plena lucha titánica entre totalitarismos europeos, la última gran vergüenza del continente. "El primer movimiento es como una marcha de orangutanes. Para él, Hitler y Stalin eran lo mismo", asegura Feuchtner. Pero la duda es difícil de disipar. ¿Cómo pueden encontrarse esas claves ahora en algo tan subjetivo y emocional como la música? ¿Quién asegura con certeza lo que pretendía decir?

Para el autor -que no quiere llamar a su libro biografía sino estudio, "porque la fuente y el tema es su música", dice-, no hay duda. Los músicos veían y comprendían perfectamente el mensaje. "Además, sus cartas son claras; él se sentía en un infierno", asegura Feuchtner. Los burócratas sospechaban, pero era fácil para alguien tan inteligente, tan brillante, engañarles. "No hay que olvidar que los censores eran simples. Además, nadie le delató. Es curioso. Los músicos lo comprendían. Como, por ejemplo, Rudolf Barshai, que estrenó su Sinfonía número 14 y compartía perfectamente su significado, según me contó él mismo".

Eran los tiempos en que Shostakóvich coqueteaba con la muerte. "Sus últimas obras hablan constantemente de esa idea, y hacerlo era ir contra el mayor tabú del régimen soviético". También ayudó y se inspiró en otros temas prohibidos para componer otras obras. "El drama de la persecución de los judíos le impresionaba mucho, y lo utilizó como inspiración, con muchos motivos de música judía en su obra, algo de alto riesgo, porque también fue un pueblo perseguido por el estalinismo", afirma el autor del libro.

Sus misterios siguen agrandándolo. "Si lo entendiéramos completamente hoy se nos volvería aburrido", cree Feuchtner. Otro de ellos es por qué sintiéndose oprimido, frustrado en su libertad, jamás abandonó la URSS. "Se hubiera muerto de pena; además, le sirvió el ejemplo de Prokófiev, que huyó y regresó porque no pudo soportar el exilio. Quizá dentro, un personaje de su influencia, de su prestigio, pensara que sería más útil allí. "Ayudó a muchísima gente, a músicos jóvenes, a intelectuales perseguidos".

Su prestigio hoy va creciendo. De considerarle un músico endeble y propagandista hace años ha pasado a primera fila. "Nadie puede negar que hizo mucha música de supervivencia, cantidad de obras para cine, pero su gran objetivo era poner al día la gran tradición de la música rusa. Bebió de Chaikovski y también de Mussorgski, quería encontrar un lenguaje ruso para su tiempo".

Pero eso fue algo que no le hizo aislarse de otras corrientes y de una modernidad que prueban obras como sus maravillosas Suites de jazz. "Estuvo en contacto con colegas suyos europeos muy vinculados incluso con las vanguardias. Fue amigo de Alban Berg, pero sobre todo de Benjamin Britten. De Berg quiso intercambiar Lulú para que se viera en la URSS, con Lady Macbeth de Mtsensk pero, obviamente, las autoridades se lo negaron".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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