¿La futura socialdemocracia de EE UU?
Casi todos los países desarrollados del mundo se consideran, y lo son, democracias sociales: economías mixtas con Estados muy grandes que desempeñan una amplia gama de funciones de asistencia y seguridad social, y que retiran del mercado grandes porciones de riqueza y de distribución de mercancías. Estados Unidos es distinto. ¿O no? Fuera lo que fuese en el pasado, en el futuro EE UU tendrá que escoger si quiere ser, y en qué medida, una democracia social. En otro tiempo, al menos de acuerdo con la mitología, EE UU tenía poca movilidad descendente. Por el contrario, antes de la guerra civil, uno podía empezar partiendo raíles, trasladarse hacia el Oeste, alcanzar la prosperidad en la frontera, y acabar de presidente (si se llamaba Abraham Lincoln). En la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial, uno podía conseguirse un puesto como obrero fabril sindicalizado o llegar a la cumbre de una burocracia de cuello blanco que ofrecía seguridad de empleo, salarios relativamente elevados y escalas profesionales largas y estables.
Las empresas privadas proporcionan a sus trabajadores cada vez menos planes de pensiones, seguros sanitarios y otras formas de seguro
El periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial aparece como un punto de referencia en la memoria colectiva, pero fue algo anómalo. En las décadas inmediatamente posteriores a la guerra, la competencia extranjera prácticamente no ejercía presión sobre la economía, debido al aislamiento del mercado continental estadounidense de la devastación provocada por el conflicto bélico. Al mismo tiempo, la guerra dejó una enorme demanda contenida de mercancías de producción masiva: coches, lavadoras, neveras, cortacéspedes, televisores, etcétera. La política estatal de entonces empezó con un programa militar permanente de gasto en I+D, y siguió con un enorme programa de obras públicas y construcción, basado en el Programa Federal de Carreteras y en las subvenciones de préstamos dadas por la Administración Federal de la Vivienda para la compra de casas. Las instituciones reguladoras y las normas de conducta que se establecieron en el new deal y se desarrollaron durante la Segunda Guerra Mundial alcanzaron pleno vigor: seguridad social, un sistema de relaciones de trabajo sindicalizadas, reglamentación del mercado.
Las circunstancias macroeconómicas favorables, la ausencia de competencia exterior, un sistema de apoyo y reglamentación estatal y la provisión privada a gran escala de lo que en Europa sería la seguridad social pública, se combinaron para dar al EE UU de posguerra muchas de las ventajas proporcionadas por las prestaciones de la democracia social, pero sin sus costes. La economía no se tambaleó bajo el peso de amplias subvenciones o elevados impuestos. Los estadounidenses -al menos los varones blancos- no tenían que preocuparse por sopesar entre la seguridad y la oportunidad, porque Estados Unidos ofrecía las ventajas de ambas. El capitalismo de las prestaciones sociales empresariales sustituía a lo que en Europa sería la democracia social proporcionada por el Estado. Por consiguiente, EE UU era un lugar especial. Tenía su tarta y además se la comía: una combinación de seguridad con oportunidad y espíritu emprendedor. Había poca presión para que se estableciera una democracia social patrocinada por el Estado. ¿Por qué molestarse? ¿Qué podría mejorar?
Ahora las cosas son muy distintas. El típico empleador estadounidense no es ya General Motors, sino Wal-Mart. Las empresas privadas proporcionan a sus trabajadores cada vez menos planes de pensiones de prestaciones definidas, seguros sanitarios, y otras formas de seguro contra los riesgos de la vida económica. La rápidamente creciente desigualdad de rentas ha aumentado las apuestas del juego económico. No se puede esperar que una Administración pública incapaz de equilibrar sus propias finanzas proporcione estabilidad macroeconómica.
De hecho, Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, considera que EE UU es macroeconómicamente tan vulnerable que presenta una probabilidad del 75% de experimentar una grave crisis del dólar en los próximos años. La próxima será una generación de masiva movilidad descendente para los estadounidenses. Las tensiones políticas que esto genere determinarán si EE UU se acerca más a la norma de democracia social propia de los países desarrollados, o encuentra una forma de aceptar y racionalizar su existencia como país de riesgo económico elevado y profundas divisiones de renta y riqueza.
J. Bradford DeLong es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y fue asesor del secretario del Tesoro durante la presidencia de Clinton. Copyright: Project Syndicate
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