Yúshenko, a por su segunda oportunidad
Las encuestas vaticinan el triunfo del líder opositor en las elecciones presidenciales de Ucrania
Víktor Yúshenko, el economista liberal que lidera la oposición al régimen del presidente Leonid Kuchma, espera ser elegido el domingo nuevo jefe de Estado para cumplir una misión: encabezar las reformas que conviertan a Ucrania en un país auténticamente democrático e integrado con el mundo occidental, sobre todo con Europa. La ventaja sobre su contrincante, el primer ministro Víktor Yanukóvich, supera el 10%, según las últimas encuestas, por lo que prácticamente nadie duda de su triunfo. La gran incógnita es si Yanukóvich y sus millones de partidarios reconocerán esa victoria y no intentarán resistirse a ella con todos los medios a su alcance.
Yúshenko, de 50 años, se convirtió en líder de la oposición al Gobierno autoritario de Kuchma después de una larga carrera al lado del régimen. Este político, diplomado del Instituto de Finanzas y Economía de Ternópol, fue presidente del Banco Nacional de Ucrania y primer ministro del país. Tras caer en desgracia, la oposición comenzó a ver en este respetado especialista -premio Estatal de Economía y Técnica- la figura capaz de unir a las diversas fuerzas políticas que deseaban un cambio reformista, liberal y democrático.
Durante los 17 días de Revolución Naranja, el país estuvo al borde de la guerra civil
Las autoridades ucranias comprendían que Yúshenko podía echar por tierra sus planes de perpetuarse en el poder a través del primer ministro Yanukóvich, que se convirtió en el abanderado de los partidarios de Kuchma. Éste propiciaba una reforma política con una redistribución de las competencias presidenciales en favor del jefe de Gobierno, y la ley correspondiente casi se hizo realidad la primavera pasada. Sólo seis votos le faltaron para ser aprobada en la Duma Suprema (Parlamento). La ilusión de Kuchma era convertirse, después de dejar la jefatura del Estado, en un primer ministro fuerte bajo un nuevo presidente -Yanukóvich- débil.
Pero poco después de comenzar la campaña para la elecciones presidenciales -que se celebraron el 31 de octubre- se vio que Yúshenko contaba con gran popularidad y podía vencer a Yanukóvich. El 6 de septiembre, cuando el líder de la oposición liberal enfermó repentinamente y tuvo que ser hospitalizado, todos los sondeos le situaban muy por encima de Yanukóvich en la intención de voto de los ucranios. Cuando el 19 de aquel mes -después de regresar de la clínica de Viena donde recibió tratamiento- reanudó su campaña e intervino en un mitin en la plaza de Europa, sus seguidores no podían reconocerlo. Del apuesto Yúshenko no quedaba nada: el mal le había desfigurado el rostro de una manera brutal.
Como se establecería tres meses más tarde, su rara enfermedad se debió a que había sido envenenado con dioxina, probablemente ingerida en la sopa durante una de los dos cenas a las que asistió el 5 de septiembre. Está claro que la intoxicación no pudo ser casual: fue premeditada por sus enemigos. Los planes de los que organizaron el envenenamiento aparentemente no eran liquidar a Yúshenko, sino conseguir que se viera obligado a abandonar la maratón por la presidencia y dejar la vía libre a Yanukóvich, el candidato de Kuchma y del Kremlin.
Pero ese complot fracasó. Yúshenko continuó su campaña electoral, pasó a la segunda ronda fijada para el 21 de noviembre y al día siguiente de la votación cientos de miles de personas salieron a las calles y dieron comienzo a la Revolución Naranja, en el curso de la cual el Tribunal Supremo decidió anular los comicios y recomendar la nueva votación que se celebra el domingo. Ni la movilización de todos los recursos del régimen de Kuchma, ni la injerencia directa de Rusia -Putin viajó a Ucrania e hizo abiertamente campaña en favor de Yanukóvich- lograron dar una victoria limpia al primer ministro. El triunfo de Yanukóvich, que la Comisión Electoral Central anunció como resultado de la segunda ronda, se debió a falsificaciones masivas, según dictaminó el Tribunal Supremo. Yúshenko ha acusado a su rival de haberle robado tres millones de votos.
En los 17 días que duró la Revolución Naranja, durante los cuales los partidarios de Yúshenko mantuvieron bloqueados la Administración presidencial y la sede del Gobierno, el país estuvo al borde de la guerra civil, según ha reconocido el presidente del Parlamento, Vladímir Litvin. El régimen estudió la posibilidad de imponer el estado de excepción. Pero gracias a la mediación internacional, las partes en conflicto hicieron concesiones y llegaron a un acuerdo que se concretó con la aprobación de enmiendas a la ley electoral y una redistribución de los poderes presidenciales en favor del Parlamento.
Yúshenko tuvo que aceptar el futuro recorte de poderes -calificado por algunos de chantaje- para poder festejar el domingo por la noche su previsible triunfo en las urnas. Verdad es que la transformación de Ucrania de una república netamente presidencialista en una de corte más parlamentario no se concretará hasta septiembre, según la ley aprobada. Yúshenko tendrá nueve meses de poder fuerte y los observadores no descartan -muchos incluso lo consideran muy probable- que la reforma política aprobada no llegue a entrar en vigor. No se gana una revolución para entregar después sin más el poder a un Parlamento que no comparte la ideología de las nuevas autoridades.
Yulia Timoshenko, líder radical aliada con Yúshenko, considera que la reforma contradice la Ley Fundamental del país y ha advertido de que recurrirá ante el Tribunal Constitucional para que se pronuncie. Pero quizá ni siquiera eso sea necesario: la Rada Suprema -donde Kuchma tenía mayoría- está desorientada y se pronostica una fuga masiva de diputados hacia los grupos opositores al actual régimen. Es decir, que quienes apoyan a Yúshenko en el Legislativo podrían obtener ahora importantes refuerzos y dentro de poco reunir la cantidad necesaria de votos para anular por medio de una ley esa reforma que la oposición fue obligada a aceptar para lograr que se celebraran los comicios.
El mayor peligro que afrontan los partidarios de Yúshenko es que realmente existan esas brigadas de las que habló esta semana Yanukóvich, dispuestas a utilizar las mismas tácticas de los naranjas para impedir que se concrete la victoria de la oposición prooccidental, a la que el primer ministro acusa de ser capaz de vender Ucrania por tres centavos. Verdad es que Yanukóvich ha tratado de desmarcarse de esos extremistas y asegura que no controla a las brigadas que supuestamente intentarán tomar las calles. Y los observadores tienen serias dudas sobre la capacidad de movilización de las masas por parte del actual régimen. Sea como fuere, en el cierre de la campaña electoral en Kiev, en la plaza de la Independencia, Yúshenko pidió el miércoles a sus partidarios que estén atentos para asegurarse de que esos planes de sus adversarios no tengan éxito.
Hacia el ingreso en la UE
El previsible triunfo de Víktor Yúshenko significará, según los más optimistas, el fin del sistema corrupto que ha imperado en Ucrania en el último decenio. "Los 14 años anteriores han conducido a un modelo de gobierno de clanes, en el que tres o cuatro familias controlan y dirigen todo el país", ha dicho el propio Yúshenko. Sus planes son terminar con la actual situación, en la que el 55% de la economía es sumergida, y reemplazarla con un sistema económico "abierto, transparente, funcional y socialmente orientado".
Los primeros decretos que firmará como presidente ya los tiene listos, según dijo a sus partidarios en el mitin de cierre de campaña en Kiev. Se trata de retirar los 1.500 soldados que hay en Irak, bajar los impuestos y reducir el servicio militar a 12 meses.
Yúshenko dice ser consciente de la importancia de las relaciones con Rusia, país que "siempre ha sido un socio estratégico", pero su prioridad es la integración con Europa y lograr en el futuro su ingreso en la UE. El problema del idioma ruso, hablado en las regiones orientales del país y que su rival ha propuesto elevar a la categoría de segunda lengua oficial, no existe, según Yúshenko, quien ha prometido no cerrar ninguna escuela rusa.
En el marco de la lucha contra la corrupción, el líder de la oposición ha repetido en numerosas ocasiones que revisará la privatización de algunas empresas. Concretamente, la del consorcio metalúrgico Krivorozhstal, comprado por Víktor Pinchuk, marido de la hija del presidente Leonid Kuchma, y por el gran oligarca de Donetsk, Rinat Ajmétov, que financiaba al primer ministro Víktor Yanukóvich. En la subasta del consorcio no pudieron participar inversores occidentales ni rusos, que ofrecían mucho más de lo pagado por Pinchuk y Ajmétov, quienes ahora dicen estar dispuestos a desembolsar la diferencia a las arcas estatales con tal de no perder Krivorozhstal con el nuevo régimen.
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