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Reportaje:

Albéniz, un piano y un taller

La pianista Rosa Torres-Pardo interpreta la 'Suite Iberia' del músico gerundense ante 300 trabajadores del Metro de Madrid

La nave de chapa, pintura y montaje de los talleres de Metro de Madrid, en la calle del Néctar, en Canillejas, donde decenas de vagones reciben a diario mil ensordecedores martillazos de tres centenares de operarios para desmontarles sus ruedas o instalarles el aire acondicionado, enmudeció súbitamente a mediodía de ayer. El silencio preludiaba la sorpresa de un sonido bien otro al del fragor cotidiano del taller mecánico: el de un soberbio piano.

Un piano negro reluciente, cuyas teclas iban a recibir durante una insólita hora, ante 300 testigos enfundados en monos azules de faena, el tacto de unas manos especiales. Las manos de Rosa Torres-Pardo, pianista formada en el Real Conservatorio de Madrid, así como en Londres, Nueva York y Viena, curtida además con 100 orquestas sobre escenarios de cuatro continentes. Ella quiso interpretar en el taller la pieza maestra de la pianística española: la Suite Iberia, de Isaac Albéniz.

La idea fue estrenada por el músico italiano Maurizio Pollini en fábricas italianas hace décadas
La Fundación Largo Caballero organizó el acto, que cuenta con el aval del Ministerio de Cultura
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Rosa había sido invitada por Antón Saracíbar, sindicalista de la Unión General de Trabajadores (UGT) y presidente de la Fundación Francisco Largo Caballero. La fundación dirige un programa llamado Música en las Fábricas y en las Casas del Pueblo que, con el aval del Ministerio de Cultura, desea aproximar la mejor música a los centros de trabajo. El deseo se cumplió. Durante una hora, la pianista madrileña desgranó las seductoras notas del más cosmopolita y universal de los músicos españoles. Con la soltura de un pulso mesurado, enérgico y vibrante, deslizándose sobre una de las partituras más difíciles de interpretar de entre las innúmeras de la música hispana, la pianista arrancó la más sublime españolidad que encierra esta suite surgida de un Isaac Albéniz dolorido por la nostalgia de su patria, composición bellísima ideada en París por él en el crepúsculo de su vida.

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Bajo 16 enormes focos de aluminio, sobre una peana plantada encima de unos raíles por donde discurren cada día trenes en reparación, la pianista atrajo hacia sí las miradas ensoñadas y los oídos de los trabajadores absortos por una música que evocaba sueños y libertad en una nave atribulada hasta hace bien poco por el trajín del tajo de un taller.

Los repiques agudos de los florilegios de Albéniz surgían al pequeño éter de la fábrica trenzándose con las notas puras y graves desde las que se reconocían compases de La tarara, el Vito, vito, los aires de jota y los acordes románticos de una música impregnada del poderoso ritmo del compositor gerundés, nacido en Camprodón en 1860, fallecido en 1909. Con singular arte madurado por el estudio y la práctica, una gama de tonalidades soleadas y granates, teñidas de andalucismo, surge apasionadamente de las manos de la joven pianista, en medio de la unción de los trabajadores asistentes: como Felipe Sánchez Sorribas, de 63 años, viudo, cuyos ojos se humedecieron en silencio justo cuando la música comenzaba a alzarse hasta su plena estatura. "Esto hay que entenderlo", se disculpa con humildad Felipe Sánchez. Pero él sí entiende de música: "Bueno... de joven fui vocalista en salas de fiestas de Cuatro Caminos, junto a mi barrio de Tetuán de las Victorias", admite en voz baja. "Cantaba temas melódicos de Nat King Cole, boleros y rancheras de Jorge Negrete y tocaba muy bien las maracas y los timbales", cuenta al oído de su interlocutor, para luego guardar silencio.

La emoción crece entre los trabajadores. Una cadena de ovaciones calurosas rubrica la vivida interpretación de Rosa Torres-Pardo. Al poco, se aproximan a ella decenas de obreros, como Francisco P. Guerrero, sindicalista de UGT. Quiere que le dedique el programa del concierto a su hija Arantxa, que estudia 6º curso de piano. La pianista se lo dedica con palabras de ánimo y estímulo.

"En honor a la verdad, la idea de traer la música aquí me la dio la directora general de Cooperación Cultural del Ministerio de Cultura del anterior Gobierno del PP, Áurea Roldán", explica Antón Saracíbar. "Ella la había tomado de un pianista italiano extraordinario, Maurizio Pollini, comunista, que recorrió los centros de trabajo de su país dando conciertos -y algún que otro mitin-", precisa este sindicalista de la Unión General de Trabajadores que, a los 17 años, confiesa haber dado en su Bilbao natal hasta tres conciertos como trompa sexta de una orquesta juvenil. "Tuve que dejarlo para hacer sindicalismo en la clandestinidad", añade.

Merced a la idea de un comunista recordada por una política de derechas y recuperada por un socialista, la música más española -bellamente interpretada en un piano cedido por la firma japonesa Yamaha- permitió ayer parar en Madrid, con la anuencia de la dirección de Metro, a 300 obreros de UGT, Comisiones Obreras, Solidaridad Obrera e independientes. Todo un milagro navideño.

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