Tiempo de silencio
FRAGILIDAD DEL que se siente profundamente dolorido, y fortaleza de espíritu, la imagen de la dignidad que Pilar Manjón encarnó en su comparecencia ante la comisión del 11-M quedará como uno de los grandes iconos de la democracia española, una interpelación permanente al complejo político-mediático que sólo es posible no ver desde el cinismo o desde la ceguera ideológica. La dureza de sus palabras estaba reforzada con un impresionante compromiso con las instituciones democráticas: "Yo fui a votar cuando aún no tenía el cadáver de mi hijo". Y la clave de su grito acusador estaba en una frase: "Ustedes han hablado esencialmente de ustedes".
El espacio que Pilar Manjón define como "ustedes" es un habitación sin vistas donde las gentes que luchan por el poder convierten sus querellas en cuestiones más importantes que los problemas reales. Y así se explica casi todo: lo que ocurrió entre el atentado de Atocha y el día de las elecciones, las risas extemporáneas cuando se discute sobre algo tan serio como el 11-M, a las que Pilar Manjón hizo alusión, o el entusiasmo con que los diputados del PP celebraron haber ganado la votación sobre la guerra de Irak. No es que los diputados populares sean insensibles al atentado de Atocha, no es que sean insensibles a una guerra; es que, encerrados en la jaula del poder, les parece más importante mofarse del adversario o ganar una votación sin dejar escapar a una sola conciencia dubitativa que la tremenda realidad de un atentado o de una guerra. El partido que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Este aislamiento mental y moral, que rompe la jerarquía de los acontecimientos, colocando las querellas políticas por encima de la gravedad de los hechos, es lo que hace que los ciudadanos se alejen y desconfíen de la política y de los políticos. De pronto, una mañana cualquiera, el principio de realidad logra colarse entre las rejas que aíslan a nuestros representantes electos y se produce el sobresalto. Pilar Manjón lo consiguió el miércoles día 15. Desgraciadamente, lo más probable es que el impacto se disuelva en pocos días. La impermeabilidad de las élites del poder es muy grande. Ahora se pueden hacer cábalas. Quizá si las víctimas hubiesen comparecido al principio y no al final de los trabajos de la comisión, los señores comisionados se hubiesen visto obligados a trabajar de otra manera. Lo cierto es que la comisión ha quedado absolutamente obsoleta y que ya no tiene sentido que se sigan dando vueltas al mismo círculo de las acusaciones interminables frente a las cuales no hay lugar para la objetividad porque manda el prejuicio, el relato preestablecido. Mientras las comisiones de investigación pretendan establecer la verdad por mayoría, no merece la pena crearlas.
Mientras en este país no exista el concepto de investigador independiente, no sometido al mandato de ninguno de los partidos, no hay nada que hacer. Pero en la política española no hay lugar para los espíritus libres: unos desconfían de ellos, otros ni siquiera creen que puedan existir. Para el PP es imposible entender que unas manifestaciones como las de la noche del 13 de marzo puedan surgir espontáneamente de gente indignada e irritada que estalla y empieza a buscar a través de los mensajes telefónicos a gente con quien compartir la protesta y el desasosiego. No pueden entenderlo porque sueñan con una ciudadanía amorfa, que sólo se mueve a golpe de consigna.
Cuando ustedes se pelean entre ustedes, deberían saber que al otro lado están los ciudadanos. Y está la realidad. Éste es el mensaje de Pilar Manjón, que tiene trascendencia más allá incluso del 11-M. Sabemos que la política es lucha por el poder y que el poder quiere siempre más. Pero una de las razones de ser de la democracia es evitar el abuso de poder. Y el autismo político es una forma de abuso de poder por desprecio a la ciudadanía. ¿Lo entendieron los señores comisionados? Me temo que no. Su respuesta fue aplaudir, un modo de liberar culpas por la vía de la adhesión a quien les acusaba. No comprendieron que era tiempo de silencio. El silencio como forma más digna de la vergüenza.
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