Una colección suma de colecciones
Los fondos del MNAC se han ido reuniendo lentamente a lo largo del siglo XX
El 11 de noviembre de 1934, hace 75 años, se celebró la primera inauguración del Museo de Arte de Cataluña con una distribución de piezas parecida a la actual. Cortó la cinta el coronel Giménez Arenas porque el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, estaba en prisión por haber proclamado semanas antes el Estado Catalán. Tras la victoria del Frente Popular en 1936 y la posterior rehabilitación de los cargos políticos encarcelados, se celebró otra reinauguración dos meses antes del estallido de la Guerra Civil. El conflicto supuso primero la dispersión de las obras del museo para protegerlas y, después, ya con la dictadura franquista, la división de las colecciones en dos centros; el arte antiguo hasta el barroco se quedó en el Palau Nacional y el arte moderno se instaló en un histórico edificio en el parque de la Ciudadela, en donde ha permanecido hasta 2002.
Estos hechos son sólo un apunte de la dificultosa y conflictiva historia de este museo que comenzó su andadura a finales del siglo XIX pero que realmente no ha podido verse totalmente completado hasta hoy. Aunque hay que referirse a los esfuerzos de la Junta de Museos, creada en 1902, para realizar una colección y sobre todo para salvar los frescos románicos del Pirineo que corrían serio peligro de ser vendidos a los anticuarios estadounidenses -que por aquel entonces compraban casi a peso incluso claustros enteros-, lo cierto es que el "sueño" de tener un museo que explicara toda la evolución del arte catalán se perfiló en los años treinta y tiene al político y escritor noucentista Joaquim Folch i Torres como principal artífice. Fue un sueño, ya se ha visto, que duró poco menos de dos años.
En aquellos años la Junta de Museos había ido comprando varias colecciones particulares entre las que destaca la de Lluís Plandiura, que constaba de unas 1.800 piezas de todos los estilos y costó nada menos que siete millones de pesetas de la época. Esta colección ha nutrido muchos museos catalanes y forma parte del disco duro del MNAC. El centro recibió también varios legados, como el de Francesc Fàbregas, Santiago Espona y, sobre todo, la del político Francesc Cambó.
Con el tiempo fueron entrando otras colecciones y obras a través de los depósitos y adquisiciones, de menor cuantía, pero que poco a poco han ido sumando y se confía que seguirán haciéndolo. Pese a su ambición, el MNAC no se ha realizado contando con las grandes colecciones reales o nobiliarias, como el Prado o el Louvre, ni tampoco a golpe de talonario como muchos museos americanos. Todo ha sido más dificultoso y complicado, aunque la potencia de los frescos románicos y la riqueza de la etapa modernista, además de los legados y depósitos Cambó y Thyssen, le permiten ahora situarse entre los grandes museos europeos.
Y es que aquel sueño noucentista se recuperó con la restauración democrática. El Ayuntamiento de Barcelona, que había gestionado los museos de la antigua Generalitat durante el franquismo, impulsó la reforma a la que se fueron sumando después la Generalitat, que en 1990 lo declaró museo nacional y definió cuáles tenían que ser sus contenidos, y el Ministerio de Cultura, que también aquel año se apuntó a la financiación de las obras y hace una semana ha iniciado su entrada en el patronato del museo. Este largo proceso comenzó en 1986 y no ha acabado hasta ahora en medio de grandes polémicas, años de parálisis, crisis políticas, tres cambios de directores y la desesperación de los profesionales del centro y de dos generaciones de estudiantes catalanes que hasta hoy no han podido ver al completo este patrimonio.
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