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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Turquía, en la puerta

La Unión Europea habrá de tomar en su cumbre de los próximos días 16 y 17 la decisión sobre la apertura de las negociaciones de adhesión de Turquía. Parece ya claro que, salvo grave traspiés de última hora (la decisión tiene que ser unánime), la UE no vetará la apertura del proceso, consciente de las graves consecuencias de tal decisión en Ankara, sus relaciones con Europa y la credibilidad de Bruselas. Pero es evidente que la resistencia a la luz verde que el Gobierno turco espera ha aumentado con rapidez últimamente y con ella la tensión entre Bruselas y Ankara.

La UE podría exigir condiciones en parte draconianas y sin precedentes. Alguna de ellas resulta ya un obstáculo grave antes de la cumbre, en especial el reconocimiento de Chipre -la parte sur, grecochipriota, de la isla dividida desde 1974- como único representante pleno en la Unión. En la entrevista que hoy publica este periódico, el primer ministro turco, Erdogan, se niega a hacerlo antes de conseguir esta semana el a las negociaciones. Es lógico que Turquía reconozca a todos los miembros de la UE, aunque la responsabilidad de que la cuestión siga abierta no sea suya. Pero hay más condiciones y Ankara se queja de que suponen cambiar las reglas del juego durante el partido. No tiene precedentes que la Unión plantee la ruptura de negociaciones como opción abierta o incluso alguna cláusula de restricción de migración laboral. Son grandes los temores de los europeos, y muchos de los obstáculos parecen dirigidos a que sean los turcos quienes desistan. Erdogan ha advertido que sólo aceptará la integración plena.

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La UE debe hacer ver a Ankara que su ingreso no es uno más y que requiere fórmulas de excepción. Pero debe dejar claro que cuando cumpla todos los requisitos -en 12, 15 o 20 años- debe convertirse en miembro de pleno derecho. El Estado y la sociedad de Turquía han hecho reformas de gran calado en los últimos años. Las dos partes deben unir fuerzas para explicar a los turcos la especificidad de su adhesión y a los europeos el inmenso potencial de una de las mayores apuestas políticas, geoestratégicas y económicas de este siglo. Si histórica ha sido la superación de la división europea con la última ampliación, la entrada de una poderosa Turquía democrática convertiría a la UE en una potencia de nuevo orden. Los temores europeos son comprensibles. Pero en los muchos años de negociación habrá tiempo para ver cómo disiparlos. El visto bueno a la negociación obliga ante todo a los turcos a mayor democracia, efectividad y desarrollo. Lo contrario, creará un grave cisma político y cultural muy dañino para una y otra parte.

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