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Reportaje:LA INMIGRACIÓN POR DISTRITOS | Villaverde

Nuevos rostros en la isla de San Cristóbal

Una de cada tres personas es extranjera en un barrio aislado por carreteras y vías del tren y acosado por la inseguridad

J. A. Aunión

Los problemas de los inmigrantes, además de los asociados a su condición de extranjeros, son los de cualquier vecino en cualquier barrio de Madrid. Y en San Cristóbal, donde una de cada tres personas procede de otros países, la inseguridad ciudadana, los altos índices de paro y de fracaso escolar y el estado de sus viviendas -de las 5.800 del barrio, 4.313 necesitan ser rehabilitadas y otras 260 necesitan directamente ser demolidas- son sus mayores problemas.

A pesar de ello, los más de 16.000 vecinos de San Cristóbal quieren seguir viviendo allí. Por eso miles de residentes salieron a la calle el pasado mes de octubre, bajo el lema "No somos el Bronx", para exigir un plan de medidas sociales urgentes. Abdelhamid Gambou, marroquí, de 42 años, fue uno de los manifestantes. Le gusta vivir en San Cristóbal, donde reside junto a su mujer y sus dos hijos y su cuñado desde hace tres años y medio. Le gusta más que vivir en Fuenlabrada, donde estuvo cuando llegó a Madrid hace cinco años procedente de Alhucemas (Marruecos). "Es como un pequeño pueblo en el que los vecinos nos conocemos", explica.

El propio diseño del barrio, cercado por carreteras y las vías del tren, con enormes bloques muy juntos unos de otros y una estructura laberíntica de calles que condena al visitante, casi irremediablemente, a perderse incluso con un callejero en las manos, tiene sus puntos positivos y negativos. Entre los primeros se cuenta el que todo el mundo se conoce, sabe quién es su vecino. Quizá ésta es la única queja de los antiguos residentes con la masiva llegada de nuevos: desde el año 2000, el número de extranjeros ha crecido más de un 430%. "Están empezando a no conocerse unos a otros y eso no les gusta", comenta Tomás Alberdi (27 años), mediador vecinal gracias a un convenio entre el Ayuntamiento y la asociación de vecinos La Unidad. Abdelhamid cree que se trata de un proceso lento. "Cuando llegué al barrio, aunque nunca he tenido ningún problema, notaba miradas que me incomodaban. Pero, poco a poco, cuando mi mujer y yo salíamos al banco de la calle a tomar el aire, empezamos a conocer a la gente y ellos a nosotros".

El hecho de ser una zona tan aislada también puede hacer que los problemas parezcan mayores al hacer eco en los muros de los enormes bloques de pisos. Así lo cree Abdelhamid con el tema de la delincuencia. Sí es cierto que las calles angostas, cualquiera de las cuales puede terminar en callejón, parecen el paraíso de los pequeños rateros. Sin embargo, Abdelhamid asegura que si se solucionase el problema del paro, también se arreglaría el de la inseguridad. "Cuando todos esos jóvenes que se pasan el día en la calle tengan un empleo", asegura.

Otro problema distinto es el de la vivienda. Tomás, el mediador vecinal, admite que gran parte de las consultas que se le hacen son sobre la rehabilitación de sus viviendas. "A muchos inmigrantes les han vendido una casa sin hablarles de la rehabilitación, a la que en ocasiones no pueden hacer frente", señala. Grietas en las paredes que se suman a algunos casos de hacinamiento, que causan problemas de convivencia con los vecinos españoles. Aunque en el barrio no ha habido brotes de racismo ni xenofobia, aseguran tanto Tomás como Abdelhamid como Óscar Segarra (peruano de 22 años).

Óscar lo comenta detrás de la barra del bar que regenta su familia frente al centro cultural de San Cristóbal. Él llegó hace cinco años y los primeros 12 meses fueron los más difíciles. Echaba de menos su tierra, todo le resultaba extraño e, incluso, tenía miedo de hablar porque notaba que lo hacía de una manera diferente. "Pero me adapté, y ahora tengo amigos de todas partes", comenta.

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Aunque las verdaderas complicaciones idiómaticas las tuvo Abdelhamid. A la busca de una mejora económica, suma la falta de libertad, de democracia y de respeto a los derechos humanos, entre las razones para dejar su país. Licenciado en Literatura Árabe, profesor en Marruecos, trabaja ahora como albañil. Su mujer, Naziha, es licenciada en Derecho y no encuentra trabajo.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.

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