Nosotros, los europeos
Se acabó la época en que se podían hacer pronósticos; el futuro es esa estepa abierta y azotada por los vientos que nos aguarda inexcusablemente. Igual que a principios del siglo XX el nacimiento de la URSS, con la expectativa de una revolución internacional, y las dos guerras mundiales aspiraron a remodelar el mundo, hoy los EE UU han emprendido la tarea de dibujar un nuevo orden total: adueñarse del planeta. Naturalmente que sus flotas ya controlaban todos los océanos del planeta, y que tenían bases en todos los continentes, y que sus satélites militares eran dueños de la estratosfera, y que controlaban la información mundial e incluso nuestra imaginación gracias a su industria ideológica. Pero ahora ha venido todo esto, exigen al mundo que se rinda. La alternativa a la rendición es Irak. ¿Necesitamos que se expresen más claro?
La locura puede comenzar cuando el lenguaje no se corresponde con la realidad; en ese momento tenemos que optar por el lenguaje, por la realidad o por permanecer paralizados y desgarrados. La Administración de Bush seguirá expresándose con dos tonos: un tono, sin ambages, dirigido a su población a través de sus medios de comunicación domésticos expresando que gobiernan el mundo por designio de Dios y que no tendrán piedad con quien se oponga, y otro tono, filtrado por diplomáticos, para consumo externo donde hablan de imponer la democracia a sus enemigos por su propio bien. La realidad interna es una sociedad donde la información ha sido militarizada, donde las libertades personales están bajo sospecha y vigiladas, y donde la cadena Fox lidera un mapa de comunicación en que los ciudadanos contemplan cada día cómo se celebra esa utopía nacionalista e imperialista: sus soldados asaltando casas y matando enemigos. Y la realidad externa es Afganistán, Irak, el intento de liquidación de la ONU, los campos de concentración donde viven los palestinos, Guantánamo..., y ahí está Faluya destruida, como las bíblicas Sodoma o Gomorra, por sus pecados. Realmente, aunque mantengan la costumbre de saludar dando la mano sin insultar directamente, no se le puede reprochar a la Administración de Bush que se exprese con ambigüedad, son claros: o nos sometemos o nos castigarán. Éste es nuestro tiempo y éste es nuestro mundo. Y no hay otro, excepto los paraísos imaginarios que puedan crear ideologías estupefacientes.
Y esos exégetas de la política neoimperial que se dedican a inventar matices humanitarios o ventajas de la sumisión, o son memos o simplemente trabajan para ellos. Al final acabarán consiguiendo unas clases en una universidad americana y el privilegio de lamerle las botas a Bush. No, no debemos participar en la destrucción de países y poblaciones, no tiene razón quien dice que nuestros soldados debieran seguir allí, saltando sobre los escombros ensangrentados de Faluya. Es un crimen para el que no hay coartada humanitaria. Y tampoco hay beneficios en la sumisión, salvo el placer masoquista de sentirnos miserables y de dejarnos despojar de nuestros bienes para alimentarnos luego con las migajas que le sobren a Haliburton.
Podemos darle las vueltas que queramos y expresarnos con circunloquios, pero sí, el planeta está en un trance. Y sólo China y quizá Europa parecen tener posibilidades de ofrecer resistencia al modelo norteamericano. El mundo unificado se ha racionalizado, simplificado, tanto, que la diversidad, la oferta, es muy escasa. Nosotros, los europeos, sólo podemos escoger entre la derrota o Europa. No hay más. Abramos los ojos, no hay menú a la carta.
Pero es que lo que podemos escoger los europeos no es un mal menor, sino una utopía. Crear una Europa política no es tampoco un paraguas protector que atenúe el granizo que cae, sino un horizonte expansivo. Pero estamos en un momento en que la civilización se está remodelando, en que afrontamos procesos políticos, ideológicos y sociales de envergadura, y para hablar de eso no podemos utilizar el lenguaje de una política trivializada en que la mezquindad con el vecino, y hacia nosotros mismos, son la moneda que circula. Europa, poseída por ideologías irracionalistas y desaforadas, ha vivido traumas en el siglo XX, hoy la conciencia de los europeos está aún insegura y desconcertada. Parece que sólo nos cabe el ir viviendo día a día, el ir resolviendo los problemas según se nos presentan. Y recelamos de apostar por algo que sea ambicioso, y desde luego legítimo. Los europeos han olvidado soñar, imaginar. Pero el sueño es lo que fecunda la vigilia (siempre que la noche se mantenga en su límite y no invada el día).
Los europeos vemos nuestros defectos, no diré que demasiado bien, pues nunca es demasiado, pero somos incapaces de ver al tiempo nuestras virtudes y logros. Ha sido Europa quien unió los océanos, quien circunvaló el planeta, quien levantó el mapa de los continentes; en otras palabras, quien "globalizó". Europa ha desencadenado las terribles guerras entre naciones, pero antes ha creado la idea de nación, y las ideas que van inextricablemente unidas para bien o para mal a ella, el ciudadano y el Estado. Europa ha parido ideologías milenaristas totalitarias, pero también las utopías de un mundo justo donde la dominación y explotación no tuviesen asiento. Europa es responsable y beneficiaria de antiguos imperios coloniales que aún conservan vestigios importantes, pero también es la cuna de las ideologías que alimentaron el anticolonialismo. Desde dentro de la misma cultura europea se han cometido tremendos crímenes contra la humanidad, y digo Auschwitz, pero también es aquí donde ha nacido la idea de la dignidad de la persona. Europeo es el fascismo, el comunismo, el colonialismo, el anticolonialismo, la democracia, la explotación, la reivindicación social, la revolución industrial, la conciencia ecológica...
No tengamos miedo a decirlo: Europa ha creado los trazos, buenos y malos, de la civilización planetaria. Las tecnologías que han comunicado el planeta y también el reconocimiento de las culturas nacionales y la Sociedad de Naciones, donde todos los Estados son reconocidos y tienen voz. Somos la madre y el padre de esta civilización. Y los EE UU son un hijo nuestro, un hijo que se ha criado lejos y que ha crecido como si el mundo empezase con él; todos los niños piensan así. Un hijo que está muy robusto y que ahora se comporta con todos como un matón armado. Debemos asumir plenamente nuestro pasado y también las consecuencias de nuestros actos. Debemos recordar que somos privilegiados, y eso lo saben los africanos y asiáticos que intentan saltar los mares y fronteras europeas, y debemos sentirnos orgullosos de los logros humanos conseguidos, de nuestra herencia. Los europeos han creado la Modernidad y también la crítica a la Modernidad, la globalización y la crítica a la globalización. La conciencia humanitaria correctora, autocrítica. Y la única Europa posible es precisamente una potencia civilizadora, no belicista; una potencia que defiende la coexistencia, los pactos. La ley. Y eso lo saben hoy los que defienden el tratado de Kioto, y los que padecen las bombas sobre Irak, y los palestinos.
Ah, pero ahora somos viejos, oímos decir una y otra vez. ¿Y por qué? Pues China fue una gran civilización, decayó, estuvo a los pies de los caballos y hoy es potencia emergente. Y la India. Entonces, ¿por qué Europa no puede ser una gran potencia económica y política? Sólo las ideas viejas nos hacen viejos. Sólo la cultura del escepticismo, cuando la necesaria autocrítica se vuelve corruptora y autodestructora, nos paraliza. El nihilismo mata al sujeto. Los escritores y artistas, y las personas hiperconscientes, conocen que la vida es feroz y que el arco de la vida se vive como un fracaso íntimo, pero sólo las sociedades que se suicidan viven con esa conciencia. La ironía y el escepticismo impiden hacer planes a medio plazo, sólo permiten sobrevivir día a día, pero nos impiden vivir con dignidad, o sea, con esperanza. Lo que individualmente, íntimamente, es lucidez, colectivamente es suicidio. Los europeos y el mundo necesitamos la esperanza de Europa. Esta Europa que se nos presenta a la puerta vestida con esta Constitución.
Una Constitución que habla en su encabezado de dignidad personal, de libertades, de igualdad, de solidaridad, de justicia. Que reconoce los derechos de los trabajadores, que aún son utopía. La solidaridad internacional. El reconocimiento de las diversas lenguas y culturas y su reivindicación como un patrimonio colectivo. Francamente, la Constitución española cuando se presentó no ofrecía tanto, aunque bastantes fuerzas políticas y gran parte de la ciudadanía creyó que era el instrumento real y posible para ganar un horizonte político y social nuevo. ¿No es éste un momento también singular y decisivo para apartar tentaciones localistas y partidarias y enfrentarlo con responsabilidad? ¿Es explicable que los que dijeron sí a aquella Constitución digan ahora que no a ésta? A mí que no me lo expliquen.
Los defectos. Desde luego, los defectos. Los tiene, y según busquemos podemos encontrarle muchísimos. Y también los redactores y firmantes del texto tienen defectos, a veces graves. Pero con qué materiales vamos a construir, ¿con los materiales que tenemos, o los tendremos que importar de otro lugar, otro planeta quizá? Y quién va a construir, ¿vamos a ser los europeos, los que realmente somos y estamos aquí con nuestra diversidad de opiones y nuestras limitaciones, o tendrán que venir gentes de otro continente, tal vez de Marte, a construir Europa? Somos los que somos y aceptamos la realidad o no la aceptamos. Pero quien no sea capaz de aceptar la realidad no debe intervenir en política, esa cosa que puede ser tan baja o tan noble, pero que siempre afecta seriamente a nuestras vidas. En política, quien no construye, destruye. Y pretendiendo menú a la carta podemos condenarnos al hambre.
Aunque vea defectos en el proceso de redacción de la Constitución y en el texto mismo, no haré patria de esos defectos y votaré a favor de sus virtudes. Y porque, sin despreciar a nadie, no sólo no me avergüenzo, sino que me siento orgulloso de ser europeo. Y porque creo en la esperanza.
Suso de Toro es escritor.
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