_
_
_
_
OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Angustia en el hospital

Mi madre entra en un hospital público madrileño con vómitos y mareos a las 17.30. La sientan en una silla, porque no hay camillas libres. Como tiene 82 años y problemas de audición, consigo que se me permita acompañarla. Mi madre continúa mareándose, apoya su cabeza en mi hombro. Pasan las horas.

La dejo un momento sola para ir a preguntar, una vez más, qué pasa con unas pruebas que le han hecho. Viene un vigilante y me dice a mí y a otros acompañantes que debemos marcharnos, pues la saturación es tal que no pueden trabajar. Escucho un revuelo. Una acompañante de otro enfermo sale a buscar ayuda, pues mi madre pierde el conocimiento. Mi madre tiene convulsiones y necesita reanimación. Hay casi cincuenta enfermos y apenas dos o tres médicos. Hacen lo que pueden. Desalojan a otro enfermo de una camilla. Mi madre tiene frío, pedimos mantas. No hay. Sólo sábanas. Me quito el abrigo y la cubro con mi cuerpo y el abrigo de otro enfermo. Mi madre continúa vomitando y con convulsiones. Son las dos de la mañana, mi madre sigue en la camilla, rodeada de enfermos, sin espacio entre ellos, y sin que estén los resultados de las pruebas. Médicos y enfermeras reconocen el caos de la situación. Cuentan que así llevan meses, nos piden que protestemos. De madrugada pasamos a observación. Un montón de camas con enfermos se distribuyen a través de los pasillos, dementes que se quitan los pañales, mujeres, hombres, enfermos con problemas de drogadicción... No hay intimidad, pero, al menos, hay más médicos y enfermeras. Gracias a todos ellos por su dedicación y amabilidad.

Señora Esperanza Aguirre, ¿adónde va usted cuando enferma un familiar? Seguro que no pasa por este calvario. Ocúpese de los problemas que le conciernen y deje de pensar por qué no están "en ese lugar" que creen que les pertenece por derecho. Por cierto, "ese lugar" no es patrimonio de nadie, es de todos, lo ocupan quienes han querido los hombres y mujeres de este país, y que libremente decidieron el pasado 14 de marzo. Deje de crisparnos y póngase a trabajar.

Sopa de letras navideña, pocas luces navideñas

Concha Hernández. Madrid.

Antes de expresar mi desconcierto, pido perdón por mi ignorancia (que sin duda es mucha en este caso). Desde hace algo más de una semana, cada vez que paso en coche por Recoletos (entre la diosa y el descubridor, o viceversa) me pregunto qué nos pasa (o, como diría Marvin Gaye, What's going on?).

Se aproxima la Navidad, esa época del año que tantas almas cándidas esperan con ilusión indescriptible y otras tantas menos cándidas odian sin explicación aparente.

Y, mientras medio mundo civilizado (y cristianizado) recupera esas tradiciones inamovibles que llenan nuestros corazones de alegría y nos incitan al consumo irrefrenable, en medio de avalanchas sin control, mucho gastar, más comer y mucho más beber, nos sorprende la osadía de nuestros gobernantes locales; empujan a Madrid a la vanguardia de la modernidad convirtiendo una de nuestras vías más transitadas en una auténtica sopa de letras indescifrable.

Conserva, compota, canela, vino; ternura, lastre, testigo, lumbre; fantasma, canuto, seda, orgullo; urbe, merienda, torrija, mechero; maleta, cansancio, dónde dormir; rabia, mentira, escoria, rechazo... y así hasta superar la treintena de grupos, todos ellos escrupulosamente organizados en filas que se iluminan alternativamente y cuelgan amenazadoras sobre nuestras cabezas.

¿Qué ha sido del portal, la Virgen, San José, el Niño, las campanas, los peces en el río, las bolas y el espumillón? Apuesto por la renovación, pero tanta novedad me confunde.

¿Nos propone nuestro excelentísimo Ayuntamiento algún tipo de acertijo? ¿Pretende culturizarnos nuestro alcalde aprovechando la partida presupuestaria destinada a la iluminación navideña de la urbe?

¿O acaso trata de distraernos de los inevitables atascos, despertar nuestra vena literaria, ayudarnos a olvidar la pasta que nos gastamos justo antes de las rebajas o facilitarnos un culpable mudo de nuestros deslices al volante?

¿Se trata de algún juego psicológico destinado a poner a prueba nuestro intelecto o sólo se pretende que nos devanemos los sesos infructuosamente y enviemos a los medios cartas como ésta en busca de una razón? Que alguien me lo explique.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_