Afinidades negativas
Desde que gobierna Zapatero, las cumbres hispanofrancesas son una fiesta. Los dos presidentes parecen encantados de haberse encontrado. Y, en tan jovial ambiente, incluso invitan a los presidentes autonómicos de las zonas fronterizas, aunque de momento sólo vayan de comparsas. En política, como en otros órdenes de la vida, las enemistades determinan las amistades. Antes de conocerse, Chirac y Zapatero ya tenían algo en común: detestaban a Aznar. Con lo cual el flechazo estaba asegurado desde el primer encuentro. Poco importa que el partido de Chirac tenga compromisos con la derecha europea y que Zapatero esté vinculado a la Internacional Socialista. Por encima de todo ello, está el enemigo común, cuya arrogancia y desdén ambos habían sufrido antes.
Por si esto fuera poco, hay otra segunda enemistad compartida por Chirac y Zapatero: Bush. Era un sentimiento que podría haber ocasionado problemas si ambos hubiesen rivalizado en la disputa del título oficioso de primer anti-Bush europeo. Pero Zapatero ha sabido reconocer las jerarquías de edad. Y ha oficiado correctamente la justa distancia entre un presidente de la República y un presidente de Gobierno. Con lo cual la nueva amistad hispano-francesa está doblemente soldada por dos enemistades compartidas.
En el juego de las afinidades negativas, Aznar vuelve a aparecer en los feudos de Chirac. Nicolas Sarkozy es el gran rival de Chirac que le disputa la hegemonía sobre la derecha francesa. Y Sarkozy introdujo una intervención a distancia de José María Aznar en el festivalero acto que organizó para su toma de posesión como presidente del partido gaullista.
En plena euforia, Chirac y Zapatero han aplicado el principio de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo y han salido en apoyo y defensa de Kofi Annan, que está actualmente en el punto de mira del presidente Bush y su equipo de guerra. Los americanos ejecutan las amenazas formuladas cuando Naciones Unidas se opuso a la guerra de Irak, para aviso de futuros aspirantes a la sucesión del secretario general. A día de hoy los secretarios generales de Naciones Unidas entran con permiso de los americanos y se van cuando éstos deciden que sobran. Chirac y Zapatero tendrán que pelear mucho para que esta lógica cambie. Las relaciones de fuerzas son, por encima de las enemistades, el factor determinante en política.
Como afrancesado confeso y convicto, estoy encantado de que por una vez los franceses sean nuestros amigos y no este hosco vecino, el gabacho, sobre el que se concentran casi todos los complejos de inferioridad españoles. A algunos les irrita que Francia haya sido capaz de ocupar un lugar relevante en el mundo incluso cuando no tenía la fuerza suficiente que le hiciera acreedora a ello. Pero éste es su mérito, que tiene mucho que ver con la capacidad de manufacturar productos intelectuales de amplia resonancia (soft power, lo llaman los americanos). Lo importante es que los odios compartidos no perturben los intereses comunes, que es la soldadura más fuerte de cualquier alianza.
E intereses comunes los hay. Y fue lamentable que el mal rollo anterior entre Chirac y Aznar a menudo pusiera por delante otras cosas. Interés común en Europa: España quiere volver a la centralidad y Francia necesita apoyos para reforzar el núcleo duro europeo. Zapatero es un europeísta convencido, Chirac es un europeísta a pesar suyo. Interés común en una relación transatlántica que no esté presidida por la sumisión y que marque políticas exteriores diferenciadas. Con el riesgo de que sus sentimientos hacia Bush provoquen algún error estratégico. Interés común en la lucha contra los diversos terrorismos y en la lucha contra las mafias, que es una de las asignaturas pendientes de los ministros de Interior de la democracia española que, siempre pendientes de ETA, descuidaron otros espacios de delincuencia. E intereses en materia de infraestructuras y de intercambios económicos que la proximidad hace especialmente relevantes. Las amistades negativas parecen muy sólidas al principio pero corren siempre el riesgo de que nuevos odios, nuevos rencores, las debiliten y provoquen cambios de afinidades. Todo humano, muy humano.
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