_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Colapso

Imagino que no soy el único sorprendido por una información aparecida en estas mismas páginas bajo el titular Los promotores admiten el riesgo de colapso del territorio con el actual modelo de desarrollo, en la que se recogen algunas ideas discutidas en un congreso de promotores inmobiliarios celebrado hace poco en Málaga. Los datos son escalofriantes, pero no hace falta insistir mucho en ellos. Basta con echar un vistazo a la entrada o la salida de cualquier ciudad andaluza de la costa o del interior para comprobar el resultado a que nos ha llevado el actual modelo de desarrollo: es evidente que, por lo menos hasta ahora, el empobrecimiento crónico y a veces hasta la ruina de la calidad de vida en la parte de mundo que ocupamos no han servido de freno a nadie ni a nada. Sin embargo, los promotores hablan como si el acoso de la conspiración de cemento fuese algo sobrevenido como por ensalmo, y esto no puede producir más que perplejidad. Dicen que "sin una adecuada planificación se puede llegar al colapso de las infraestructuras y al agotamiento de la capacidad ambiental de carga del territorio". ¿Puede saberse cómo y cuándo se han dado cuenta de esto, y si ha sido muy grande la sorpresa? Hablan de la necesidad de planificar y de coordinar: ¿cómo entender ese alejamiento de la fe en la autonomía del mercado? Deberían contar los pasos de su reflexión: los que hicieron caso en su momento a los profetas del fin de lo público y se liberaron de todo lo que sonara a retórica socializante tienen derecho a una explicación de esta caída del caballo. Porque hay gente que puede pensar mal y entender la historia de otra manera: llegados al límite de la capacidad de carga del territorio -es decir, a punto de cargárnoslo-, necesitamos que alguien ponga un cierto orden y corra, de paso, con los gastos del control, de las rectificaciones y las nuevas provisiones de infraestructuras que necesitamos para no cambiar de modelo de desarrollo. No hago procesos de intención. La credibilidad depende de que no haya a la vista palmarias contradicciones de lo que se está diciendo, y ahí los promotores lo tienen difícil. Y no sólo ellos: la más elemental sensatez indica que las instituciones han tenido que ser condición necesaria del proceso que ahora resulta alarmante.

Si se trata de rectificar, lo oportuno es, primero, reconocer que el daño ha sido gigantesco y está "perdido para siempre lo perdido"; y luego ir a la raíz, recuperar la memoria de la diferencia que hay entre desarrollo y progreso. La cuestión no es sencilla, porque nos hemos acostumbrado a entender por progreso una versión ramplona de los ideales ilustrados que los ha reducido a unos pocos principios y muy flexibles; y cuesta trabajo creer que alguien quiera renunciar a un apaño tan confortable. Nuestro problema es la normalidad que la corrupción de sal gorda permite no ver y de la que nadie parece responsable; nuestro límite es la incapacidad de darle al progreso un sentido que no haga equivalentes desarrollo y colapso. Y para responder a eso no basta con descubrir la ecología, que también; es una cuestión de economía. Y de política, naturalmente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_