Madrigales de Claudio Monteverdi
EL PAÍS ofrece mañana, por 2,95 euros, una selección de madrigales del compositor por el grupo La Venexiana
Las relaciones entre música y poesía alcanzan su plenitud al menos en dos momentos históricos: la transición del renacimiento al barroco con los madrigales de Claudio Monteverdi (Cremona, 1567-Venecia, 1643), y el romántico siglo XIX con la explosión del lied (canción con acompañamiento de piano) gracias a los Schubert, Schumann y otros. La voz humana se alza en primer término con estos autores, por sí misma y por su posibilidad de desarrollar musicalmente el contenido poético de la palabra. En el último libro-disco editado en la colección Clásica de EL PAÍS el pasado miércoles, Gérard Souzay, el gran barítono francés fallecido hace unos meses en Antibes, nos adentraba con rigor y delicadeza en el universo de Schumann; mañana, lunes, un grupo que transpira vitalidad por todos sus poros como La Venexiana desvela los secretos de la evolución monteverdiana en el mundo del madrigal, y un poquito más adelante se volverá al lied con su gran patriarca interpretativo, el barítono Dietrich Fischer-Dieskau, en un recorrido a través de la obra de Schubert.
Claudio Monteverdi fue un revolucionario cuyo puesto en la historia de la música está asegurado, entre otras razones, por el impulso que dio a la ópera en sus primeros escarceos y por su extraordinaria contribución al desarrollo del género madrigalesco. Las aportaciones en los dos campos son paralelas. Se publicaron ocho libros de madrigales en vida del autor entre 1587 y 1638. La evolución lingüística y conceptual se percibe libro a libro. En una clara correspondencia con los valores artísticos dominantes de un mundo renacentista que va dejando su sitio al estilo del barroco, la polifonía va poco a poco, sin saltos bruscos, disminuyendo a favor de la monodia. Lo que se entiende por "primera práctica", es decir, el estilo polifónico tradicional, pierde presencia ante la "segunda práctica", que consiste en una dependencia de la música respecto al texto poético y al estilo "representativo", en la misma dirección de la naciente ópera y de los principios del humanismo florentino. Los cuatro primeros libros de madrigales de Monteverdi podrían situarse en la primera práctica, aunque las armonías son cada vez más atrevidas, y las disonancias, más originales y audaces conforme avanza la serie. El punto de inflexión está en el libro Quinto de Monteverdi, un diálogo llevado al límite entre el asentado perfeccionismo de lo antiguo y los emergentes valores en cambio de lo moderno, entre la tradición y la experimentación. Desde entonces, en los libros posteriores, caminan los madrigales monteverdianos sin posibilidad de retorno hacia algo más cercano a la cantata dramática o incluso la ópera en miniatura.
El libro Quinto vio la luz en 1605. Fue entonces cuando se escuchó por primera vez la expresión "segunda práctica". 1605: el año de publicación de la primera parte de Don Quijote. La coincidencia en el tiempo de la gran novela cervantina con el punto central de la revolución madrigalesca monteverdiana y con el nacimiento de la ópera es algo más que una casualidad e indica el empuje de los creadores de diferentes campos en la transformación de los valores de la sociedad a través de unas propuestas culturales imaginativas. La primera ópera que cristalizaría con proyección hacia el futuro -Orfeo- se estrenó dos años más tarde, en 1607, en Florencia. Monteverdi había dado de nuevo en la diana. Los valores de la antigüedad clásica y la música caminando al lado de la palabra ponían los cimientos de un género imprescindible en la evolución de la cultura occidental. De ello la música era la principal beneficiaria, pues subía de rango frente a la literatura, de mayor prestigio social en la época. Desde el madrugador Orfeo de 1607 a La coronación de Popea en 1642, la ópera recorre un camino de Florencia a Venecia, de la mitología a la implicación histórica, de los círculos privados a los teatros públicos. El compositor Alfredo Aracil dijo en cierta ocasión que, de alguna forma, la ópera nacía y moría con Monteverdi. En medio siglo había recorrido, efectivamente, una distancia colosal.
Los 17 cortes seleccionados en el libro-disco que se distribuye mañana con EL PAÍS permiten seguir con rigurosa precisión la evolución del madrigal llevada a cabo por Claudio Monteverdi. Hay ejemplos de todos los libros entre el Segundo y el Octavo, a los que habría que añadir el popular (en este repertorio) Lamento de Arianna, "tragedia en música" estrenada en Mantua en 1608 y adaptada polifónicamente a cinco voces en el libro Sexto de madrigales. La ordenación del libro-disco no obedece a criterios cronológicos, pero se puede escuchar también de esta manera si se quiere entrar en aspectos histórico-didácticos. O de las dos, pues no se agotan en ningún caso los madrigales de Monteverdi con una sola audición, dado su magnetismo y su belleza. Los textos de los diferentes madrigales están disponibles, así como sus traducciones, en la dirección www.diverdi.com.
Las grabaciones de La Venexiana, grupo dirigido por el contratenor Claudio Cavina, poseen un color vocal y un empaste admirables. En los últimos años se han convertido en unos de los intérpretes de referencia de Monteverdi. El recital dedicado a madrigales del compositor italiano, por ejemplo, que ofrecieron en Bilbao en 2003 durante la "loca jornada" dedicada al barroco italiano, será difícil de olvidar para los que tuvimos el privilegio de estar allí. Destilaba emoción contenida en cada pieza. Y eso, en Monteverdi, es fundamental. El disco de mañana, con una selección de madrigales registrados entre 1998 y 2004 en las iglesias italianas de Roletto y Novara o en el Auditorio de Córcega, contiene obras tan reveladoras como Sì, chio vorrei morire, del Cuarto libro; Cruda Amarilli, del Quinto, o Lamento della Ninfa, del Octavo. Sin olvidar, por supuesto, el emblemático Lamento d'Arianna.
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