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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Jugar con fuego

Josep Ramoneda

ESTA LEGISLATURA reúne todas las condiciones para la bronca. El Gobierno se apoya en una mayoría inestable, sin las garantías de un pacto de legislatura. Sólo aparentemente es una mayoría de geometría variable, porque está a su vez condicionada por la mayoría que apoya al Gobierno tripartito catalán, trabada, ésta sí, por un pacto fundacional. Con lo cual, el PSOE ve muy reducida la ventaja de tener diversos aliados potenciales a los que acudir y con los que negociar. Por ejemplo, un reiterado flirteo del PSOE con CiU podría provocar celos en Esquerra Republicana y afectar a la estabilidad del tripartito catalán.

Sin embargo, al Partido Popular la precariedad parlamentaria del PSOE sólo le da margen para enredar. El PP, después de los daños causados a sus socios catalanes de CiU en la anterior legislatura, está condenado a la soledad parlamentaria. Los apuros del Gobierno se sucederán: lo hemos visto con el grave patinazo de la reforma de la elección de jueces y, probablemente, lo veremos con los Presupuestos en el Senado. Pero por mucho que la desgracia ajena divierta a los señores diputados del PP, parlamentariamente carecen de capacidad para crear una mayoría alternativa.

En este marco, el PP ha empezado a propagar la idea de una legislatura breve. Ante la imposibilidad de revertir la situación en el Parlamento, la estrategia del PP empieza a orientarse a la ruptura de la legislatura. Y para ello no tiene reparo en volver a la senda de la bronca y la desestabilización. Los antecedentes son de todos conocidos: están en la estrategia de la tensión que Aznar diseñó a principios de los noventa para llegar al poder. Y que el pasado lunes volvió a escenificar para entusiasmo de los suyos. Una estrategia que no era coyuntural, sino que respondía a la convicción de que en España la tensión favorece a la derecha. A ella recurrió Aznar cuando se vio en apuros, aun teniendo mayoría absoluta.

El PP ha estado ocho años en el poder, en los que ha intentado ejercer su dominio sobre todos los demás poderes de la sociedad (judicial, económico, mediático). La bronca montada por la derecha sobre la disparatada tramitación parlamentaria de la reforma de la elección de jueces nada tiene que ver con escrúpulos sobre los procedimientos: responde a la simple razón de que el PP no quiere perder el control del poder judicial. Cuando Rajoy dice que las investigaciones sobre el 11-M "no se pueden terminar nunca" no sólo está reconociendo involuntariamente que ni en toda una eternidad se conseguiría probar las tesis del PP, sino que expresa también la intención de mantener abierta la comisión de investigación para seguir tratando de enlodar la vida pública. El problema para Rajoy es que si la estrategia elegida es la de la tensión, él, por temperamento, por estilo, por manera de expresarse, no sirve. El PP tendrá que inventar un nuevo lobo feroz, menos gastado que Acebes o Zaplana.

El espejismo de la legislatura del buen talante ha sido breve. Cuando el PP ha empezado a salir del aturdimiento, cuando el Gobierno ha empezado a incidir en sectores que se autoconsideran intocables, como los curas y los jueces, la tensión ha vuelto. Y todavía no se ha entrado en serio en el debate territorial. Sin embargo, no hay que dramatizar. La simplificación del juego político como confrontación entre dos bloques de intereses forma parte de la lógica de la democracia, y algunos, como Ralf Dahrendorf, se han preguntado si la democracia sobreviviría sin ella. Al convertirse los medios de comunicación en la verdadera escena del poder, el riesgo de que el espectáculo político derive en una mezcla de salsa rosa y un derby futbolístico es real. Pero no debemos olvidar que la confrontación parlamentaria es muy útil para sublimar los conflictos sociales, dándoles una teatralización en la que la palabra y los excesos verbales sustituyen a la violencia.

El peligro aparece cuando las prisas de algunos -en este caso de los que perdieron y todavía no han entendido como ha sido y, por tanto, se creen en derecho a volver ya- convierten el normal conflicto político en un incendio. Con el acompañamiento de un coro mediático dispuesto a echar gasolina. Entonces, las llamas pueden alcanzar a la sociedad civil. Y se puede temer cualquier cosa. Afortunadamente, no parece que la tensión que se vive en la superestructura política se corresponda con la calle. Y esto permite confiar en que los aprendices de brujo se quemen. Pero cuando se enciende un fuego, nadie puede garantizar que lo controla. Y algunos soplan sin cesar.

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