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IDA Y VUELTA
Columna
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La pérgola y el tenis

Miles de personas en el estadio de La Cartuja de Sevilla animan al equipo español de tenis. La Copa Davis está en juego y también el patriotismo mercadotécnico. En un anuncio de raquetas Wilson veo que los fabricantes utilizan nanotecnología para lograr que sean más potentes. Los expertos comparan estilos y muestran una sofisticada preferencia por los zurdos (Connors, McEnroe, Seles, Navratilova). Algunos escritores se han acercado al tenis con acierto y pasión. Javier Cercas, por ejemplo, ha escrito algún artículo memorable sobre la materia. No es un mal camino para llegar a las letras. El Museo del Tenis Roland Garros de París acaba de convocar un concurso de cuentos inspirado en una fotografía en la que se ve a un hombre tomando una foto desde la tribuna del Roland Garros. Quizá algunos escritores aprendieron a escribir jugando al tenis. Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, aplicó a la literatura una lógica de la claridad propia del tenis y desplegó saques contundentes, reveses elegantes, iracundas protestas contra jueces de silla, guiños tiernos a los recogepelotas, temerarias subidas a la red e incluso una declaración de principios: "Yo nací (perdonadme) / en la edad de la pérgola y el tenis".

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El tenis en los toros

Gil de Biedma vivió en la calle del Maestro Pérez Cabrero, situada en la frontera del parque del Turó, que tiene el señorío decadente de las pérgolas. La fachada del edificio donde vivió y murió el poeta lleva meses envuelta en un andamio. Un cartel previene: "És obligatori que seguiu totes les normes de seguretat". Aplicado a Gil de Biedma, el aviso sonaría a chiste. En la biografía que ha escrito Miguel Dalmau queda claro que el poeta se saltó la normativa de seguridad de varios países y religiones. A menudo se tomaba unos lingotazos en el Pippermint, un bar del barrio, y al salir se pasaba por una de sus librerías de cabecera, La Pléyade, en la calle de J. S. Bach. Allí charlaba con el dueño, el señor Muñoz, buen conocedor no sólo de la industria, sino de muchas personalidades de la Barcelona literaria (García Márquez y Vargas Llosa fueron algunos de sus clientes cuando vivían por la zona). En los estantes más altos de la librería se conservan algunas joyas. El otro día me llevé una: Mi tenis, escrito por el tenista Rod Laver, publicado en 1974. En la portada aparece Laver y, al fondo, el Palau Nacional de Montjuïc. El libro es un repaso biográfico aliñado con lecciones tenísticas. A diferencia de Gil de Biedma, el australiano Laver no pasará a la historia de la literatura pero, pese a todo, es capaz de soltar algunos aforismos: a) "El tenis, más que un deporte individual, es un deporte de individualistas"; b) "La volea es como un buen puñetazo en la nariz" y, por último, una frase que podría ser el inicio de una prometedora novela: "Antes de jugar mi semifinal con Ashe, tuve buen cuidado de lavarme los dientes a conciencia". Si Gil de Biedma viviera, probablemente habría seguido los partidos de Sevilla, recordando los excesos cometidos en aquella ciudad o los tiempos de la pérgola, cuando escribía: "Lo verdaderamente difícil es hacerse con la buena idea que uno encontró, saber qué hacer con ella y no dejarse engañar por ella". El Pippermint sigue abierto y, por la tarde, algunos se dejan caer por allí, luchando contra ideas buenas, malas y peores. La librería Pléyade tambien sigue en plena actividad. En el Turó hay unas cuantas placas con poemas. También están inscritos en braille y, en días frios, cuando pasas la yema de los dedos por estos signos -hormigas metálicas de secreto significado-, sientes que te pasa la corriente.

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