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Un testimonio y el error de Aznar

El 11 de marzo del año pasado, a las ocho de la mañana, llegué al estudio de la SER desde el que se transmite el programa de Hoy por hoy de Iñaki Gabilondo para, como casi todos los jueves, participar en él como comentarista. Acababa de llegar la noticia, todavía confusa, de que había estallado una bomba en la estación de Atocha. En media hora las noticias se multiplicaban. Si al principio se hablaba de algunos muertos en Atocha, enseguida la cifra de muertos y heridos se incrementó vertiginosamente, y habían estallado bombas en las estaciones de Santa Eugenia, en la del Pozo del Tío Raimundo, todo el horror de aquella masacre sin sentido invadió el estudio y a todos los que allí estábamos. Iñaki Gabilondo, descompuesto, pedía datos, comprobaciones. Entré con él en el locutorio y dijo él y repetí yo: "¡En estos momentos todos somos Gobierno!". "¡Todos unidos con el Gobierno!". Y eso fue lo primero que dijo Iñaki por las ondas, y creo que yo también lo dije. Era evidente que frente a aquella catástrofe, aquel horror, no había otra alternativa que la unión de todos los españoles en torno a su Gobierno para apoyarle en todo y para todo por encima de cualquier disidencia política o personal.

Recuerdo también que cuando ya supimos la extensión de las explosiones en vagones y en tres estaciones diferentes, yo les dije a algunos de los que me rodeaban que aquello no me olía a ETA. ¿Por qué lo dije? Porque en aquellos momentos no creía que ETA fuera capaz de introducir en Madrid las diez o doce personas que yo creía necesarias para llevar a cabo un atentado de las dimensiones del que estábamos viviendo; porque a pesar del antecedente de Hipercor, el tipo de atentado y de las víctimas, a cada minuto más numerosas, trabajadores, estudiantes, inmigrantes, era tan horrendo y tan vesánico, que si era ETA había sellado al llevarlo a cabo no sólo su propio final dentro de la sociedad vasca y de cualquier sociedad civilizada, sino también toda posibilidad de futuro para la izquierda abertzale. A partir de aquel momento, durante aquel jueves negro y durante el día siguiente se fueron acumulando las informaciones que apuntaban al terrorismo islámico como el posible autor de la masacre: Otegui a las diez de la mañana condenaba como una monstruosidad el atentado y decía que estaba seguro que no había sido ETA, que a su vez por la Televisión Vasca negaba su autoría por la noche; si el recuerdo no me falla, un periódico inglés publicaba un comunicado por el que el terrorismo islámico reivindicaba la masacre, aparecían una furgoneta y una cinta que contenía versículos coránicos, algunas radios y televisiones europeas y norteamericanas atribuían el atentado a Al Queda...; en la tarde noche de la gigantesca manifestación contra el terrorismo, los ciudadanos apiñados a millares en la plaza de la Estación de Atocha empezaban a gritar: "¿Quién ha sido?". Y no eran uno ni dos, sino centenares o miles de ellos. Días después un taxista me contó que pasó con su coche por la plaza antes de que la cerraran y que reconoció a dos concejales de su pueblo; uno de los de los alrededores de Madrid, que no sabía si era del PSOE o de Izquierda Unida, pero que el otro era del PP, y que los dos saltaban gritando "¿quién ha sido?". En todo ese tiempo, durante el cual muchos estábamos convencidos de que lo más probable era que aquella matanza era obra del terrorismo islámico, el ministro del Interior, en sus comparecencias, seguía diciendo que la principal línea de investigación policial era la de ETA y denostaba a los que dijeran lo contrario.

Hasta aquí mi testimonio y ahora lo que yo creo que fue el decisivo error del presidente Aznar.

Lo mismo que Iñaki Gabilondo, lo mismo que todos los que estábamos aquella mañana trágica en la SER, estoy seguro que la inmensa mayoría de los españoles pensaban como nosotros y querían unirse en torno a su Gobierno y a su presidente para enfrentar aquel espanto, y contra los responsables. Si en aquel momento el presidente Aznar hubiera llamado al líder de la oposición, y los dos juntos hubieran salido en la televisión y en las radios para pedir la unidad de todos los ciudadanos para poder soportar aquella hecatombe y hacer frente a cualquier amenaza; o si hubiera convocado a la Comisión del Pacto Antiterrorista con el mismo fin; si, además, desde el primer momento hubiera dicho que, aunque el Gobierno creía que ETA era la responsable, también era posible que fuera el terrorismo islámico, esta actuación no sé -lo dudo- si hubiera evitado la derrota de su partido; pero sí habría evitado todo lo que después pasó, y que Mariano Rajoy, si es verdad lo que me han contado, al enterarse, supongo que de la detención de algunos de los implicados, tuviera que decir a los que con él estaban: "Hemos perdido las elecciones". Digo que es un error decisivo del presidente Aznar porque, aunque él y su ministro del Interior y otros muchos creyeran que era ETA la autora y responsable de la tragedia, si hubiera hecho lo que pudo y, a mi juicio, debió hacer, no hubieran transmitido con su obstinada y cerrada posición sobre el caso la impresión de que estaban mintiendo, ¡fuera cierto o no que mentían!

¿Y por qué un político tan fuerte y seguro como el presidente Aznar cometió ese error? A mi juicio porque ese hombre, que había sabido establecer, antes de ganar las primeras elecciones, una disciplina férrea en su partido, y supo pactar cuando ganó en minoría con los partidos nacionalistas vasco y catalán, en la segunda legislatura, al ganar por mayoría absoluta, se aisló cada vez más de propios y extraños; porque despertó entre los suyos más temor que confianza; porque menospreció siempre al nuevo secretario general del PSOE, Rodríguez Zapatero, y porque se creyó capaz por la fuerza de su carácter y por sus personales convicciones, cada vez más dogmatizadas desde su aplastante éxito electoral, que él podía marcar el rumbo del país "para sacarle del rincón de la Historia", pensaran lo que pensaran muchos, si no la mayoría, de sus conciudadanos; y porque era más suya la táctica del enfrentamiento permanente y del ordeno y mando que el de la concordia como medio de conservar el poder para él o, al final, para el sucesor que había designado y para su partido. Su incapacidad para dialogar con el candidato del PSOE, y su obstinada seguridad en sí mismo, le hizo errar sin remedio en el manejo de la crisis abierta por la tragedia del 11-M.

Alberto Oliart ha sido ministro de Industria y Energía y Sanidad y Seguridad Social con Adolfo Suárez, en la transición política, y ministro de Defensa con Leopoldo Calvo Sotelo.

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