_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"Una España una"

Este diario (EL PAÍS, 18 de enero, 2004) informó de la proclamación, sin cesar hecha, de que sólo había "una España una". Esta vez había sido Mariano Rajoy el autor de la consabida proclamación que reviste, no obstante, una particular intensidad lingüística. La corresponsal introdujo una coma quizá innecesaria después de España. Es probable que la pausa no se apreciara en el discurso oral de Rajoy. Ni que tampoco estuviera en su intención. Nada mejor para designar la perfecta identidad que un espejo en otro espejo reflejado, que el número singular simplemente, sin quiebra, repetido. Probablemente, produce gozo proclamar que lo que es, es. Pero, quizá, también convendría no dar por supuesto que se trata de la expresión simplemente nominativa, sin contenido, de una creencia política, de una fe cultural irracionalmente nutrida. La concisión extrema de su formulación misma, el desdén intimidante hacia otros que pudieran no compartirla, puede producir la impresión de que, en efecto, sólo algo muy simple, nada sometible a raciocinio, cabe en la lacónica referencia. Quizá se tratase en el fondo de un, llamémosle así, vagido histórico, solemne o atroz según quien lo oiga. No es, ciertamente, así. La narración de España -a que se refiere Rajoy en su particular expresión y, por supuesto, todos los que a ello aluden- es la única conocida, la que tiene consistencia historiográfica y contenido verificable por los procedimientos analíticos ordinarios. Hay dos motivos principales para reconocerla así. El primero, el sujeto de la narración de España es inmediatamente patente en la realidad actual. Está, de hecho, institucionalmente en todas partes. Y resulta ser, también, un producto cuya formación y fases constructivas pueden ser debidamente identificadas y entendidas. Puede haber discrepancias técnicas acerca de la cronología y relación causal de estas fases, pero no sobre el resultado temporalmente final, que es, por poner una señal, el de la Constitución de 1978. La determinación de cuándo empieza a ser reconocible el sujeto es sólo en apariencia un juego de entretenimiento. No es exactamente lo mismo una España que no empieza o que lo hace el segundo día de la creación o una cuyo origen se sitúa, por ejemplo, en las acciones de los Reyes Católicos, la destrucción de Granada, la expulsión de los judíos, lo de América y más donde elegir. No es, en rigor, que importe realmente el episodio, sino que la precisión cronológica oculta, en efecto, un problema más serio, como es el de la disposición de aceptar límites racionales a la discusión de orígenes. Implica la aceptación de un origen contingente e inteligible. Por otra parte, cuanta mayor antigüedad se otorga al sujeto, menos circunscritos son estos límites y más especulativa y borrosa es, por tanto, la narración. Lo que se pretende, pues, con la antigüedad es contravenir la metáfora orgánica misma que sirve de fundamento a la narración, forzando la percepción equivocada de que el sujeto historiográfico, en este caso España, no sigue el curso declinante de los organismos. Cuanto más antiguo, más duradero es y más clara es su promesa de futuro. Al revés de lo que ocurre, la ancianidad no anuncia la muerte. La solvencia, sin embargo, de la narración de España no depende de cuándo se fije su comienzo, que es, como se ha dicho, cambiante, sino de su capacidad para explicar plausiblemente lo que ha ocurrido, digamos, desde 1808, cuando la invasión napoleónica. Naturalmente, la parte gruesa de la narración, la más reconocible al tacto por su costra, es el estado enormemente consolidado con la victoria de Francisco Franco y que recapitula en su lema de "una, grande y libre" todas las consternaciones políticas especialmente intensas desde la independencia de Cuba (1898). El segundo motivo de la consistencia de la narración de España es, justamente, que se hace desde un poder progresivamente más fuerte y más profuso. Funcionarios de todo tipo dedican esfuerzos a consolidar y a aumentar la narración. Se crea la historia de la literatura española, se buscan y se encuentran los orígenes del español, se identifican los rasgos, primero raciales, después étnicos y ahora ciudadanos -yo mismo los he tenido, sucesivamente, todos, atribuidos, claro- que caracterizan al individuo singular portador de tanta historia. Se crea, en suma, lo nacional. Y es cierto que todo ocurrió así. Quizá no fue lo mejor que pudiera haber ocurrido. Hay quien cree, incluso, que tal como se han producido las cosas es un avance del progreso y que tiene un sentido civilizatorio y por ello deseablemente irreversible. Ésta es, sin embargo, otra cuestión. Cuando Rajoy proclama, una vez más, "una España una" alude a un hecho, a un proceso comprobable y que mucha gente, aunque sea entre brumas, reconoce como algo ocurrido. La España plural o más precisamente plurinacional no ha existido nunca y por ello no hay forma de contarla. Cualquier intento de hacer una narración alternativa se vuelve trivial al no poder variar el final. Lo que sí se hace, para desconcierto de muchos, entre los que me hallo, es hacer pasar por no ocurrido lo que precisamente ocurrió o no ha dejado de ocurrir desde 1808. La formación conflictiva del Estado español. Probablemente para muchos, entre los que también desgraciadamente me hallo, sea este un fin indeseado. Pero lo otro, cualquier cosa que fuere, no llegó nunca a ocurrir aunque, a veces, puede argüirse que estuvo cerca de producirse. En este sentido la historia de Cataluña resulta ser una narración acerca de cómo todo aquello que tenía que pasar no pasó nunca y, en cambio, pasó todo lo otro. Como si quedara siempre una penosa vuelta de tuerca por dar. Parece obvio que la postulación de la España no-una, a lo cual se añade inmediatamente la negación de la negación no-una pero una, se propone una deliberada y progresiva corrección del resultado histórico habitual. Debería, pues, anunciarse así. Sin dar a entender que una vez que nadie recuerda ya existió una España plural que sólo un mal relato volvió invisible. No hay precedente conocido, pues, a la España plurinacional o de los pueblos o como se diga. De hecho, no hay siquiera nombre. Una es una.

Miquel Barceló es historiador

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_