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Amaestrar la 'economía vudú'

Los estadounidenses han concluido una vez más una campaña electoral en la que la calidad del debate sobre política económica ha estado por los suelos. En el bando republicano, gacetilleros, maestros de la manipulación y otros muchos que deberían haber sabido más desarrollaron repentinamente un extraordinario aprecio por algo llamado CPS, una encuesta doméstica sobre empleo, como supuesta guía para los cambios de un mes a otro en el mercado laboral. La encuesta CPS nunca fue diseñada para esto, pero ofrecía la glosa más favorable al terrible historial del Gobierno de Bush en lo relativo al empleo.

En el bando demócrata, el mismo tipo de escritorzuelos y relaciones públicas se centraban como un rayo láser en las malas noticias del empleo durante los años del Gobierno de George W. Bush, pasando por alto las buenas noticias sobre la producción y la productividad. Y, nuevamente, los republicanos respondían tendenciosamente, centrándose en la tasa de desempleo y no en el número de puestos de trabajo, como si fuera algo bueno que el pésimo mercado de trabajo desde 2001 haya disminuido artificialmente el número de personas que buscan trabajo.

El Consejo de Estabilidad Fiscal debería garantizar que la autoridad del gasto se mantiene en línea con el nivel legislado de los impuestos

De manera similar, los republicanos hablaban con locuacidad de los recortes tributarios de Bush -el equivalente a lo que el padre de Bush, el presidente George H. W. Bush, denominó hace dos décadas economía vudú- como el colmo de la sabiduría económica. No prestaron atención al enorme lastre que el desequilibrio de las finanzas públicas provocado por Bush en EE UU impondrá al país a lo largo de las próximas décadas. Los demócratas, por su parte, afirmaban que los recortes tributarios ya habían perjudicado a la economía, cuando deberían saber que el mayor daño está aún por llegar. Los republicanos magnificaban su charlatanería económica intentando frenéticamente minimizar la percepción por parte de la opinión pública de los problemas presupuestarios a largo plazo que tiene el sistema de seguridad estadounidense, en gran medida para desviar la atención del hecho de que Bush había despilfarrado los superávit presupuestarios que Clinton le había dejado. Estos mismos republicanos se mostraban también partidarios de la reducción del gasto público, al mismo tiempo que bloqueaban los cambios institucionales en los procedimientos del Congreso para limitar el gasto.

Todo este malabarismo económico fue ensalzado en televisión, prensa escrita e Internet. Exceptuando unos cuantos artículos buenos en la prensa económica, es difícil sostener que cualquiera que leyera o escuchara la cobertura dada a la campaña por los medios en inglés pudiera haberse enterado de algo interesante o relevante sobre quién ofrecía una política económica mejor para EE UU.

Los profesionales de la economía tienen en parte la culpa de esto. Premios Nobel como Edward Prescott no deberían hablar de las ventajas de los recortes fiscales sin señalar que un recorte fiscal acompañado de un aumento del gasto no es en absoluto un recorte fiscal, sino un traslado de los impuestos al futuro; y un traslado de impuestos que aumenta el riesgo y desincentiva la acumulación. Pero buena parte del problema reside en unos cuerpos de prensa mal informados, poco preparados y poco curiosos.

Las dos generaciones pasadas presenciaron el auge de los bancos centrales independientes cuya política monetaria, en gran medida aislada de la política partidista, tiene como objetivo el máximo empleo posible y un poder adquisitivo que guarde coherencia con la estabilidad de precios. La política monetaria en el núcleo industrial ha distado mucho de ser perfecta en esta era de bancos centrales independientes, pero ha sido mucho mejor que la anterior.

El sistema político estadounidense parece incapaz de exponer las cuestiones básicas de política fiscal de manera que el electorado pueda formarse una opinión informada y distinguir entre los candidatos que presentan programas serios y aquellos cuyos programas son chistes matemáticamente imposibles. Puede que ya sea hora de dar otro empujón tecnócrata: un Consejo de Estabilización Fiscal que se sitúe al nivel de la Junta de la Reserva Federal. Del mismo modo que la Reserva Federal existe para garantizar que la política monetaria no sea incongruente con la estabilidad de precios, el Consejo de Estabilidad Fiscal debería garantizar que la autoridad del gasto se mantiene en línea con el nivel legislado de los impuestos.

J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley y fue subsecretario del Tesoro durante la presidencia de Clinton.

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