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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Un patriota

TIRE EN BUENA HORA de la manta el señor presidente de la Junta de Extremadura; tire sin dilación y deje de amagar y no dar; olvídese de los racimos de cerezas y vaya directamente al grano, que ya somos mayorcitos y, por lo que respecta al grupo generacional al que pertenece el señor presidente, estamos bien curados de espanto. Hágalo y deje de tratar al público como si fuera un menor de edad, despavorido y tembloroso ante las posibles consecuencias de las tremebundas revelaciones de lo que dice saber y, como buen patriota, no quiere revelar.

¿Dependen la estabilidad de las instituciones y el futuro de la democracia española de todo lo que sabe, pero no quiere o no puede revelar un político como Rodríguez Ibarra? Si así fuera, estaríamos aviados, porque entonces la supervivencia de las instituciones y de la democracia dependería de que cedieran a un chantaje, que es como se llama a la amenaza de revelar un secreto si no se cumplen las exigencias marcadas por quien lo posee. Y ante tal disyuntiva -salud institucional o cesión a un chantaje- la elección no puede ser más que una: hable el señor Ibarra y húndase, si menester fuera, el mundo.

Claro está que en toda amenaza queda siempre espacio para un farol. Mayores como somos, las de Rodríguez Ibarra suenan a lo ya visto u oído. Durante años estuvimos esperando, con el ánimo suspenso, a que aquel maestro de periodistas, Emilio Romero, destapara por fin la olla que tenía permanentemente al fuego. Luego temblaron las instituciones por lo que un tal coronel Perote, el agente secreto mejor informado del planeta, pudiera revelar después de haberse llevado no se sabe cuántos papeles comprometedores. Y fue de ayer mismo el temblor que a todos nos entró cuando se dijo que un famoso banquero estaba dispuesto por fin a hablar de cosas que sólo él conocía y que ponían también en entredicho a las instituciones.

Si hemos sobrevivido a los secretos mejor guardados de Romero, Perote y Conde, no se entiende por qué habríamos de perecer ante la revelación del misterio que administra el presidente de Extremadura cuando se refiere a las ya celebérrimas instituciones. Que hable, que hable: está el público ansioso por conocer esas grandes revelaciones; sobre todo, está hasta las narices de que se invoque a las instituciones y la democracia rodeándose del prestigio, tan cotizado en las tertulias, de saberlo todo acerca de algo de lo que no se puede decir nada. Ya está bien de jugar al escondite: que hable de una vez.

Mientras no lo haga, las instituciones y la democracia tienen que atenerse a lo sabido, probado y sancionado. Un señor administra fondos reservados de los que el Gobierno hace un uso discrecional e irregular, pues igual vale para pagar a confidentes que para abonar horas extraordinarias a un escolta, poniendo así al escolta y al confidente en el mismo escalón administrativo. Hasta aquí, el reproche es claro: no hay que rebajar a los escoltas al nivel de los confidentes. Ahora, cuando por aquí desaparecen fondos reservados y por allí aparecen fincas, las cosas cambian: comienza una investigación, se incoa un procedimiento judicial, se celebra un juicio, habla el fiscal, responden los defensores, se produce una sentencia, se presenta una serie de recursos hasta que, al fin, el más alto tribunal de ese mismo sistema que unas revelaciones pondrían en peligro zanja la cuestión.

Llegados a este punto, sólo queda una salida para que las instituciones y la democracia por las que tanto se desvela el presidente de la Junta de Extremadura no quiebren ni se vengan al suelo: cumplir la sentencia. Pues tras las reiteradas amenazas, zafiedades y exabruptos del señor presidente, contemplar siquiera cualquier otra posibilidad equivaldría a admitir que, en efecto, hay mucho que ocultar y, lo que es peor, equivaldría a reconocer ante la opinión pública que este Gobierno tiene atadas las manos por una pandilla de chantajistas, que es en lo que acabarán por convertirse, si persisten en su cruzada, todos los que claman por un nuevo Guadalajara.

Con sus declaraciones apresuradas, altos cargos socialistas le han cogido gusto a crear problemas donde no los hay o agravarlos donde florecen: pasa con preocupante frecuencia en Exteriores o Justicia como pasó en Cultura. Lo de Rodríguez Ibarra pertenece a otro orden de cosas: no es un recién llegado ni cabe la excusa de que va por libre. Por eso resulta más intolerable que, presentándose como un patriota, anuncie en un programa de televisión la muerte de una persona si no se cumplen sus exigencias.

El presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra.
El presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

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