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Reportaje:POESÍA | PANORAMA DE LAS LETRAS EN CATALÁN

Lírica abierta al público

El desconocimiento de la poesía en catalán en el Estado español es inexplicablemente abrumadora y puedo decir que no ocurre lo mismo al contrario. He de suponer que este desinterés se basa en el desdén natural de las naciones que han sido un imperio, y que hoy cuentan con cientos de millones de lectores, por las literaturas de los pequeños países, pues siempre han existido libros de poesía catalana traducida al castellano. El siglo XX ha dado grandes antologías a cargo de Josep Maria Castellet y Molas (Alianza), Marco y Pont (Plaza & Janés), Corredor Matheos (Austral) o J. A. Goytisolo (Lumen).

La transición democrática devolvió a Cataluña, como al resto de nacionalidades históricas, su herramienta de trabajo, la lengua, que durante cuarenta años sobrevivió de una manera resistente. Este hecho, que poco o nada significó para el resto de ciudadanos del Estado, fue para nosotros decisivo, pero quedaba aún por iniciar una política cultural que cohesionara y ordenara la tradición poética catalana.

Foix, Espriu, Manent, Brossa, Pere Quart, Ferrater, Vinyoli, Andrés Estellés, Blai Bonet

..., los maestros incontestables seguían escribiendo y dejaban abiertos los caminos por donde iba a transitar la poesía, pues todos ellos crearon escuela, como sus mayores Salvat, Arderiu, Riba o Carner, quien, por cierto, ha sido este mismo año motivo de una amplia y pública discusión estética, signo de la vitalidad de una literatura.

Sobre los años setenta publican su primer libro poetas de muy diversa edad y muy diferentes entre sí, como Màrius Sampere, Feliu Formosa, Marta Pessarrodona o Pere Gimferrer, que inicia su producción en catalán, así como una joven y magnífica generación que vinculó el realismo literario a su militancia no sólo cultural, aplicándose tanto a su propia poesía como al establecimiento de una normalidad basada en la divulgación y el análisis de la producción y el pensamiento poético anterior a ellos.

A los Bauçà, Comadira, Oliva, Parcerisas... hemos de sumar más tarde el ecléctico grupo que, al no tener entonces cabida en Proa o Edicions 62 -los buques insignia de la edición en aquel momento-, se reunió en la editorial Llibres del Mall. Allí empiezan a publicar autores tan diversos como Altaió, Granell, Jàfer, Marçal, Palol, Pinyol, Pont, Sala-Valldaura o Sanahuja, con la colaboración gráfica de Tàpies, Viladecans o Ràfols Casamada y con el apoyo de poetas tan extremadamente opuestos como Martí i Pol o Joan Brossa, quienes enriquecieron el catálogo de esta ya histórica colección.

Paralelamente, la normalización lingüística propició una exagerada edición de libros que, con el apoyo de la Administración Autonómica, ayudó a enriquecer editoriales y a saciar el narcisismo de una legión de escritores de los que hoy ya nadie se acuerda. Tras este periodo, aproximadamente cuando Joan Margarit publica su primer poemario (1981), se fue disolviendo el realismo de los poetas de los setenta hacia una vital intimidad de profundas raíces intelectuales y emotivas, así como el decadentismo meditativo de sus epígonos de los años ochenta.

De este modo, la resistencia pasa del plano social a la palabra y a la temática moderna, libre de los planteamientos carrinclones y demiúrgicos de la poesía que todavía seguía ensalzando el hecho diferencial catalán basado en los principios de una lengua normalizada, un paisaje, una historia, una religión y un sentimiento patriótico, es decir, los temas principales de la burguesía desde la Renaixença y el Noucentisme.

Muy importante va a ser, al

respecto, la creciente popularidad de Joan Brossa, de Palau i Fabre y la recuperación de las vanguardias europeas frente al racionalismo imperante a mitad de los años ochenta, pues la poesía textual va a incorporarse a las últimas estrategias visuales, fonéticas o a las nuevas tecnologías, creando un arte que, si bien es producto de una intensa lectura renovadora del surrealismo y de interactividad con otras disciplinas artísticas, tiene una puesta en escena tan lúdica que ha logrado profesionalizar a sus componentes en los circuitos comerciales de la poesía concebida como un espectáculo.

A finales de los ochenta y principios de los noventa empiezan a publicar una serie de poetas que, enlazando con los muy dispersos caminos, temáticas y tendencias de los antes nombrados, sepultan definitivamente el neonoucentisme, fijándose en el riesgo, la investigación y la provocación lingüística, la palabra vital y tensada en su claridad o la ausencia de retórica ornamental (Aguilar-Amat, Casasses, Castillo, Cornudella, Llorca, Lloveras, Moret, Obiols, Planella, Puigverd, Susanna, Torner, Rodés, Subirana, Xargay...). Algunos de ellos incidiendo en simbolistas o abarrocados dialectalismos propios de sus lugares de residencia para profundizar en el intimismo y singularidad de sus voces y sus mitos, como sería el caso del grupo de Tortosa, capitaneado por Albert Roig, el de los poetas de las Baleares (M. Pons, P. Pons, Mesquida, Vidal...) o el de los que escriben al Norte o al Sur del territorio lingüístico catalán (Ballester, Guillem, Sòria, Trigo...). Todos publican ya en las más prestigiosas editoriales del país.

En la actualidad, la profusión anual de premios, el hecho de que la política cultural siga estando en manos de poetas y el coqueteo constante con los jóvenes, ha contribuido a que escriban rápido, publiquen celéricamente, lean poco y el mundo sea tal como a ellos les va. Ninguno ha tenido ni siquiera tiempo de conocer su propia tradición literaria y aunque hay excepciones (Alzamora, Escoffet, Forcano, Pedrals, Vidal...) la mayoría prefiere leer antes a Raymond Carver que a Ausiàs March, con lo que la falta de crítica, la frivolidad, el irracionalismo absurdo, el ingeniosismo, los juegos lingüísticos, devienen al cabo textos creados para solaz del oyente que acude a los espectáculos poéticos.

El poeta Josep Palau i Fabre.
El poeta Josep Palau i Fabre.

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