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Reportaje:

Velocípedos y ciclistas

La sociedad Ciclista Bilbaína, que contó en sus filas con Ezquerra, Loroño o Somarriba, celebra su centenario

A principios del siglo XX, los problemas de los ciclistas vizcaínos no diferían en exceso de los actuales. Por ejemplo, aquellos velocipedistas se enfrentaron a la Diputación porque no entendían correspondientes los impuestos que abonaban con las carreteras que sufrían. Sin embargo, el ciclismo llegó a ser prohibido inicialmente por las trompadas y algarabías que producían aquellos señoritos del pedal que se pavoneaban por el Campo de Volantín bilbaíno, convertido en algo así como el primer bidegorri de la capital vizcaína. En 1925, La Gaceta del Norte escribía que "el ciclismo es el terror de los transeúntes de las calles próximas a la Plaza Elíptica". La bicicleta, entonces conocida como velocípedo, importada de Gran Bretaña, se convirtió, así, en el primer problema vial de las ciudades, cuyos habitantes se sorprendían con aquellos extraños artefactos de dos o de tres ruedas que por su inseguridad proporcionaban accidentes importantes, especialmente a sus valerosos conductores.

En los años 20, el ciclismo era considerado el terror de los transeúntes

Hablar de un siglo de ciclismo en Vizcaya es hablar, en sus orígenes, de la Sociedad Ciclista Bilbaína, que ahora celebra su centenario y que ha recogido toda su historia en un libro de José Antonio Díaz, documentado histórica y gráficamente, desde los pioneros hasta Joane Somarriba, la última gran campeona que ha militado en sus filas.

La Sociedad Ciclista Bilbaína no fue sólo el germen del ciclismo competitivo en Vizcaya, la promotora de infinidad de carreras, sino el recipiente más amplio del cicloturismo, del placer de andar en bicicleta, del excursionismo, que nunca abandonó ni en sus momentos de mayor esplendor.

El libro de José Antonio Díaz relata ese progreso de un deporte que levanta pasiones en el País Vasco y que, curiosamente, revela algunas afinidades con el ciclismo actual, ya presentes entre aquellos pioneros. En agosto de 1912, Vicente Blanco, El Cojo (el primer ciclista español que participó en un Tour), llegó el primero a la meta, pero fue descalificado porque el también ciclista Periko Sorriguieta le había remolcado con una moto.

En 1917, el Ayuntamiento de Bilbao permite entrenar en el Campo de Volantin de seis a ocho de la mañana y de ocho a diez de la tarde con ropa ligera. Tampoco las cláusulas de retención de los deportistas son un asunto moderno. En 1920, la Sociedad Ciclista Bilbaína establece el juramento de fidelidad, a raíz del caso Ojembarrena, un ciclista que, una vez proclamado campeón de Vizcaya, decidió fichar por la sección ciclista del Athletic. Las autoridades decidieron que un campeón que lo había sido con un equipo no podía fichar por otro ese año.

Más adelante, en 1954, el boletín de la Sociedad recoge un anuncio que reza así: "Ciclistas, no más drogas, el secreto del triunfo, caramelos La Milagrosa". Los pioneros, lejos de las drogas, optaban por la comida y la bebida. Así, según recoge Díaz, en el Circuito del Norte de 1945, en los controles de avituallamiento, los 92 participantes consumieron 375 kilos de plátanos, 35 de azúcar, 650 pasteles, 15 kilos de melocotones, 16 de mermelada, 27 de uvas y pasas, 35 de carne, 150 huevos, 14 litros de café, 10 litros de coñac, 16 litros de ponche "y un paquete de tabaco que se fumó el portugués Rebelo".

Más aún. En el Campeonato de España de Montaña, el triunfador, Emilio Rodríguez, se llevó 3.000 pesetas y una botella de coñac Gran Reserva, una botella de coñac 103, una botella de amontillado Victoria y una botella de moscatel Bobadilla. Ciertamente, el ciclismo aún no había cambiado.

La Sociedad Ciclista Bilbaína fue sobre todo una organización emprendedora, organizadora de carreras de un deporte que fue cogiendo auge a pasos agigantados. Creada, como no, por un inglés, Roger Moser y Peaje, por sus filas pasaron indiscutibles figuras del ciclismo, desde el jovencito Lorenzo Oca (comenzó con 16 años y se retiró a los 22), a Federico Ezquerra, a quien la prensa francesa apodó como El aguila del Galibier. Otros fueron Cepeda, El negro de Sopuerta, muerto en el Tour; Dalmacio Langarica, quien fue socio de la Sociedad, aunque no corrió en su equipo, y Jesús Loroño, la última figura. A partir de los años 70, el cicloturismo fue el principal objetivo de la Sociedad Ciclista Bilbaína, que, sin embargo, en 1991 lanzó un equipo femenino de cuatro ciclistas, entre las que se encontraba Joanne Somarriba. Ahora lejos de la competición, un siglo después, la historia continúa.

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