Baile y sueños
A veces hay que ir muy lejos para no estar solos, habrá pensado esa mujer valenciana que estuvo años sin poder dormir a causa del ruido insufrible que una discoteca y varios bares metían cada noche en su dormitorio, convirtiendo sus sábanas blancas en un túnel oscuro, y que acaba de lograr que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condene a España por su pasividad ante las desdichas de sus ciudadanos.
La víctima del atropello había recurrido al Ayuntamiento de Valencia, pero fue ignorada a través de esa figura retórica, digna de Kafka, que se llama "silencio administrativo"; después recurrió al Tribunal Superior de Justicia de Valencia, pero se la quitaron de encima aduciendo que no había especificado ni la duración ni la razón del tratamiento contra el insomnio que padecía; después pidió amparo al Tribunal Constitucional, y éste se lavó las manos con una sentencia, esta vez digna de Groucho Marx, según la cual la demandante no demostraba que la agresión sufrida en su domicilio violara su derecho a la inviolabilidad de su domicilio.
La mujer debió entonces empezar a contar sus desgracias en federicotrillos, que es la unidad de medida de la desfachatez, pero no se rindió, sino que fue con su queja al Tribunal de Estrasburgo y éste, bendita Europa, llamó la atención al Gobierno de España. Aquel Gobierno, respondió que la demandante no había probado que sufriera los ruidos que sufría y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condena ahora al Estado español a indemnizar a esa mujer, con cerca de 9.000 euros, una cantidad pequeña pero justiciera.
Lo único raro de esta historia es su final más o menos feliz. Porque, lamentablemente, el abandono que muchos ciudadanos sufren por parte de los organismos políticos que les deberían atender pero los ignoran, y en primer lugar por parte de los ayuntamientos, es terrible. En Madrid hay miles de personas que no pueden dormir los fines de semana por el ruido que hace la diversión de los demás; hay más de un Cid Campeador de la corrección política que defiende desde sus artículos y sus programas de radio el derecho a la juerga y el esparcimiento de la juventud, sin darse cuenta de que bailar y pisotear a otro son cosas opuestas; y hay unas autoridades que no terminan de tomarse en serio ese tipo de problemas y que, de algún modo, parece más bien que tienden a considerar vecinos molestos y medio perturbados a los que se quejan de la agresión, ya ves tú, aquí está otra vez el típico cascarrabias, un protestón con tiempo de sobra para meterse en papeles y abogados, hay que ver, qué pelmas son algunos. Claro, qué puede esperarse de un Ayuntamiento como el de Madrid, cuyas mil obras públicas, muchas de ellas sin sentido, agraden a los ciudadanos de forma continua.
A la gente le destrozan las casas con sus estúpidas pinturas los genios del graffiti, y los ayuntamientos, por lo general, no se encargan de vigilar, prevenir ni limpiar ese ataque a las viviendas de los demás. A la gente le colocan los vecinos más desaprensivos un aparato de aire acondicionado encima de sus ventanas y, por mucho que eso incumpla la ley, lo ayuntamientos tienden a lavarse las manos. A la gente se la perturba con mil ruidos de todas clases y ya ven que hay que irse hasta Estrasburgo para hacerse oír en medio del estruendo. "Ojalá nunca nadie nos pidiera nada" es la primera frase de la última novela de Javier Marías, Baile y sueño, y parece que también fuera el deseo número uno de nuestros ayuntamientos, cada vez que el derecho al baile y el derecho al sueño se cruzan y uno devora al otro como un león a una gacela.
"Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera, ojalá no nos pidieran los otros que los escucháramos, sus problemas míseros y sus penosos conflictos...".
Ojalá que la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos rescate de entre sus pesadillas, a partir de ahora, a todos los que hoy no tienen derecho a dormir. Mientras tanto, pueden pasar la noche leyendo Baile y sueño, que es la segunda parte de Tu rostro mañana y es una magnífica razón para pasar la noche en vela.
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