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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Plural y una

HUBO UN TIEMPO, hace años, en que el mohoso cartel España una se sustituyó por el rutilante España plural. Pero, como ocurre con todas las metáforas, su recorrido no pasa de la primera esquina cuando con ellas se quiere resolver cuestiones políticas. En el caso de España plural, su eficacia se ha estrellado en el primer comité federal celebrado por el PSOE tras su triunfo electoral, demostrando así que vale para expresar buenos propósitos, pero naufraga cuando se trata del peliagudo problema de las selecciones de hockey, por no hablar del reconocimiento por Europa de las lenguas propias y ajenas.

Y es que España plural nació afectada de una intrínseca equivocidad: no significa lo mismo para un nacionalista que para un autonomista. En el primer caso, plural se dice del Estado y se refiere a la configuración de un Estado español plurinacional en el que España sería una nación con una identidad distinta a la de las otras naciones que lo constituyen. En el segundo, España plural se dice de la nación española y significa que, en cuanto tal nación, es plural en el sentido de que es perfectamente compatible con la identidad de las naciones catalana o vasca y de las, ¿también naciones?, andaluza o aragonesa. Entre historiadores, este significado se expresó con el concepto nación de naciones (Jover, Seco) o con el de doble patriotismo (Fradera): pertenencia a dos naciones y no sólo ciudadanos de un Estado.

Es obvio que las consecuencias políticas de estas diferentes interpretaciones son no ya distintas, sino contradictorias. Alguien que se identifique como español no tiene hoy problema alguno en el reconocimiento de España como nación plural: la consolidación de los parlamentos y las políticas culturales de las comunidades autónomas han extendido y afianzado la experiencia de esa doble pertenencia. Sin embargo, amplios sectores nacionalistas en Euskadi y Cataluña, menos extendidos en Galicia, consideran un elemento sustancial de su identidad vasca o catalana la positiva afirmación de no ser española. En estos casos, el sintagma España plural carece de sentido aplicado a la nación: para quien cree necesario afirmar su identidad como no española, la pluralidad de España es un concepto vacío, válido en todo caso para referirse a un Estado del que por razones estratégicas se puede formar parte como quien espera en la estación la salida a la tierra prometida.

De ahí que la insistencia en la España plural, relativa sólo a la plurinacionalidad del Estado, corra pareja entre los nacionalistas con la reafirmación de la singular unidad de la nación propia: España es plural, pero Cataluña, por ejemplo, es una nación, con el acento cargado en una, lo mismo que ocurre con Euskadi, una y eterna. España podrá, entonces, ser todo lo plural que quiera, pero tal pluralidad no sirve como fórmula que por extensión definiera también a todas las demás: cada nación es singular, idéntica a sí misma; lo plural es el Estado. Por eso, España plural vale sólo para recordar que son muchas las naciones que forman parte de ese Estado, no que todas sean a su vez plurales: el cartel de España una ha sido reemplazado por los de Cataluña una o Euskadi una y así. ¡Ay, que perdemos nuestra identidad!, clama desolado el Institut d'Estudis Catalans, como quien pierde una joya idéntica a sí misma a través de los siglos.

¿Se puede con un concepto tan equívoco construir un Estado? ¿Sirve España plural como talismán que por fin abriría las puertas a la solución del fatigoso problema nacional? Podría, a condición de que la pluralidad se predicara de todas las naciones que forman parte de ese Estado: si todas fueran plurales, ninguna reivindicaría un ser singular. Sin embargo, España plural va siempre acompañada, en la retórica nacionalista, por la reafirmación del hecho diferencial. Más aún, la prueba de fuego de la pluralidad consiste en que por fin se reconoce el hecho sustantivo de cada nación singular. Pluralidad sería, pues, reconocimiento del otro en su ser como otro. Más concretamente: España será plural en la medida en que reconozca que Cataluña y el resto de las naciones son una en su esencia, su identidad, su historia y su cultura: lo cual condena a España a ser plural como Estado y una como nación. Un galimatías en el que no habrá manera de entenderse ni siquiera cuando todo, desde el talante hasta las metáforas, invita a convivir en esa España, por plural, serena y dialogante, tan evocada por el presidente del Gobierno cada vez que chirría el engranaje.

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