‘Visión del sermón’ es para Vargas Llosa el primer ‘gauguin’ absoluto
El escritor interviene en el Museo Thyssen
El escritor Mario Vargas Llosa sostiene que cuando se conocen todas las fuentes, explicaciones, influencias e intenciones de un lienzo y "algo se nos escapa, nos inquieta y nos estimula", estamos ante una obra maestra. Y eso es lo que, a su juicio, ocurre delante de Visión del sermón, de Paul Gauguin. "Es el primer cuadro absoluto que pintó", afirmó ayer en una conferencia que dictó en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid sobre el artista que inspiró su penúltimo libro publicado, El Paraíso en la otra esquina.
Visión del sermón es el principal reclamo de la muestra Gauguin y los orígenes del simbolismo, del Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid, por su valor estético y porque casi nunca sale de la National Gallery of Scotland de Edimburgo. Y para Vargas Llosa fue ayer un "pretexto" para acercarse a Gauguin, "con el que he convivido tres años mientras escribía El Paraíso en la otra esquina". Celebró la exposición, "que prueba que no sólo fue genial cuando llegó a la Polinesia", y se metió de lleno en la figura de Gauguin (París, 1848-Atuona, 1903). "Cuando pintó Visión del sermón tenía 40 años, un caso inusual para un pintor que no había mostrado la menor vocación artística", contó sobre el marino mercante y agente de bolsa que encontró su destino cuando perdió el trabajo. Cegado por el arte, se distanció de su familia y fundió su fortuna. Durmió en las calles de París y en 1886 conoció a jóvenes impresionistas y a Van Gogh en Pont Aven, Bretaña. Pasó a ser un teorizador del arte."En sus textos, aunque con mucha confusión mental, descubrimos ideas extraordinarias, como que el arte occidental estaba enfermo, monopolizado por los críticos, los coleccionistas y los pintores", opinó el novelista.
En busca de la cultura primitiva Gauguin viajó a Panamá y a Martinica, y a su vuelta en 1888, enfermo, se instaló en Pont Aven. "El Gobierno intentaba instaurar el laicismo y Bretaña sufrió una resurrección de la fe. Se aparecían santos por doquier y se multiplicaban los milagros", relató el autor de La fiesta del Chivo. Una "recristianización" de la que no escaparon artistas como Émile Bernard y su hermana de 17 años, a la que Gauguin "no confesó su amor contagiado por su religiosidad las 24 horas del día". Practicante social, Gauguin se contaminó de la fe. Visitaba iglesias, iba a procesiones y se sabe ahora, dijo Vargas Llosa, que en misa escuchó la lucha bíblica de Jacob y el ángel tras la que Dios dio al primero la tierra de Israel por su perseverancia. Un pasaje que le inspiró para Visión del sermón y que ya había pintado Delacroix. "Los biógrafos ven una influencia grande en la pintura japonesa, tanto en los luchadores de sumo entreverados con unas posturas casi idénticas a las del cuadro, como en la división del espacio entre el tronco y la copa de un manzano. Son árboles que no parecen enraizados, sino flotando", añadió.
Entusiasmado, Gauguin afirmó en una carta: "He roto los grilletes al realismo, el verdadero arte es la abstracción". Su maestro y amigo Pissarro, anarquista, no se mostró tan contento: "No le reprocho haber tomado tantas cosas japonesas y bizantinas, sino haberse apartado de la filosofía antimística. Es un paso hacia atrás". El párroco de Pont Aven rechazó la pintura por poco realista, la tierra no podía ser bermellón, y ni con la mediación de Bernard la aceptaron en otro templo. En París y Bruselas gustó y los 900 francos de su subasta le permitieron viajar a la Polinesia. "Iba buscando el paraíso, pero éste ya estaba en su mente. Encontró distintas formas de infierno", piensa Vargas Llosa. "Gauguin, deja de jugar al salvaje, ven aquí y empieza a pintar en serio de una vez", le aconsejó Pissarro. Maternidad II, del periodo tahitiano, se vendió hace 10 días por 30,7 millones de euros.
Babelia
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