Envoltorio sin regalo dentro

Hace cuatro años, Reese Whiterspoon interpretó con endiablada soltura a una adolescente de incalculables ambiciones que utilizaba las elecciones a delegada del consejo escolar para subir puntos en el escalafón social y profesional. La película, magnífica, por otro lado, se llamaba Election, y su personaje, Tracy Flick. La Becky Sharp de La feria de las vanidades, escrita en el siglo XIX por William M. Thackeray, está muy cerca de áquella, una repipi que apunta alto desde que aprende a decir "¡mamá!", de exquisita imagen, inteligencia por encima de la media y pocas ganas de ocupar los lugares más bajos de la sociedad de su época, una trepadora figura reconocible en cualquier tiempo y lugar.

La directora india Mira Nair, gracias a una buena cantidad de dinero y a un extraordinario esfuerzo de producción, ha confeccionado una película muy vistosa, de estupenda fachada, pero sin equilibrio interior, sin alma, en la que los acontecimientos se van sucediendo sin que la capacidad de conmoción se eleve en momento alguno por encima de su envoltorio.

La feria de las vanidades es una de esas producciones británicas que, de cuando en cuando, aspiran a una buena cantidad de Oscar de vestuario y dirección artística, pero que no soportan nada bien el paso del tiempo. Además, Nair y sus guionistas han querido abrir tanto el abanico que la inabarcable novela de Thackeray (unas 1.000 páginas) se transforma en una película en la que la narración carece de la fluidez y de la fuerza necesaria para que sus casi dos horas y media no terminen pesando bastante más que la pizpireta actuación de Witherspoon.