El difícil final de ETA
La banda busca un líder que gestione una salida a la situación de extrema debilidad reconocida por sus propios dirigentes
Desde que ETA rompió la tregua en diciembre de 1999 y perdió con ello la última oportunidad de salir no del todo malparada de la cruenta "guerra" que declaró al Estado español durante tres décadas, se ha puesto más en evidencia que nunca la falta de liderazgo que padece. La presión judicial y policial han debilitado su estructura hasta el extremo de que un jefe policial francés reconoció recientemente a este periódico que ETA está à poil (desnuda), una situación sin precedentes en esta organización, que requiere de forma imperiosa que surja entre sus filas alguien con valentía, autoridad interna y claridad de ideas para gestionar su final y su retirada definitiva.
Un final que, según fuentes internas, requiere una delicada y difícil gestión para que no se produzca en este espinoso camino una ruptura entre las dos posiciones tradicionales, hoy también existentes, que han estado siempre latentes dentro de ETA: los inmovilistas instalados en el poder interno -actualmente la joven generación crecida en la kale borroka- frente a los considerados liquidacionistas, por cuestionar la utilidad de la violencia, generalmente cuando están en posiciones de debilidad y han perdido el poder, pese a haber tenido toda la responsabilidad al frente de la banda.
Pakito tiene capacidad de calibrar si la infraestructura de 'zulos' y armas está tocada
La carta de las cárceles es una crítica realizada con la intención de "hacer doctrina"
Para exorcizar el fantasma de una escisión que, según fuentes del entorno etarra, se atisba como un riesgo con alto grado de probabilidad dada la situación delicada que atraviesa ETA, sólo se considera posible la fórmula de un liderazgo fuerte con capacidad de aglutinar en una posición única a los distintos sectores y llevar con éxito y cierta rapidez esta complicada gestión.
Los últimos episodios que han sacudido a ETA, como la soterrada rebelión de un sector de presos poco antes de que en Francia la policía desguazara al aparato político de los últimos 15 años al detener a Mikel Albizu, Antza, hace un mes, son nuevos movimientos sísmicos que han contribuido al desmoronamiento de una organización que parece haber perdido el rumbo y necesita de orientación, sin que hasta el momento se vislumbre alguna actitud en ese sentido, ni siquiera de Batasuna, su formación política.
La carta de los cinco ex dirigentes presos conocida esta semana ha incrementado esta situación de parálisis y agarrotamiento que parece impregnar al mundo abertzale radical. El documento, datado en agosto, reconoce sin paliativos la derrota de ETA por su incapacidad de mantener la lucha armada -"falla el motor", dicen-. Desde entonces, la carta, una crítica mordaz que ha sido elaborada en la cárcel con tranquilidad y con la intención de "hacer doctrina" que cuenta con un "apoyo apabullante", según fuentes del entorno, se ha convertido en materia de preocupación más que de reflexión en ETA y Batasuna donde, a pesar de todas las contradicciones, persiste una resistencia casi innata a renunciar a la lucha armada sin contrapartidas.
El movimiento abertzale se encuentra sumido entre el desconcierto y la incertidumbre, reflejo de esta falta de orientación. Un responsable radical se lamentaba recientemente en privado de que "no se puede ir a esta velocidad y tan a la baja", reflejando de este modo la conmoción interna que ha producido el abierto posicionamiento partidario del cierre de ETA de este selecto grupo de presos.
Y es que quienes lo suscriben pertenecen al núcleo más duro, el aparato militar de la época más sangrienta de ETA. Pero la importancia de su opinión no se deriva sólo de los cruentos atentados que dirigieron o protagonizaron -"en una organización militar el grado marca mucho y más en la cárcel", aseguran-. Su conocimiento de los mecanismos y secretos de la organización es tal, especialmente en el caso de Francisco Mujika Garmendia, Pakito, y de Iñaki Bilbao Beaskoetxea, Iñaki de Lemona, su sucesor, que se les atribuye todavía hoy capacidad para calibrar con bastante precisión hasta qué punto las sucesivas operaciones contra la logística etarra en Francia han tocado la infraestructura de zulos y armas. La carta, fechada antes de que se detuviera a Antza y a su compañera Anboto, denota que ya entonces la situación interna de ETA era de desguace si uno se atiene a la literalidad de lo que afirman.
Aunque el principio de su declive se inició en 1992 con la detención en Bidart de Pakito y José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, ETA superó el bache reorientando su estrategia negociadora con el Estado, que entendieron imposible debido a su debilidad, por la de la unidad nacionalista que fructificó en la tregua de 1998. Su ruptura ha supuesto una nueva etapa de desgaste progresivo, en España como a nivel internacional. El "santuario" francés ya es territorio minado por la policía que no para su goteo de detenciones, mantenido esta misma semana.
En cuatro años han ido a la cárcel en Francia seis responsables sucesivos del aparato militar etarra lo que indica su efímera duración en el cargo. Ninguno de ellos llegó a dirigir algo más de un año el aparato militar. Una frecuencia parecida se ha dado con los cuatro responsables de la logística detenidos tras la ruptura de la tregua. El aparato político dirigido por Antza, intocable desde la detención de Txelis en 1992, ha sido descubierto hace un mes junto a un ingente arsenal de armas que, según sugieren en el entorno, no hay que descartar que constituyera una reserva destinada al desarme en una futura negociación. Afanados en esta guerra, Francia y España han creado un equipo policial conjunto para perseguir sin cuartel a ETA.
A la vista de este panorama, los ex dirigentes milis no han tenido empacho en admitir que "la organización está debilitada, sin capacidad de influir decisivamente con su quehacer armado. Vulnerable a la represión y sin capacidad de reacción", una descripción demoledora para quien ha creído siempre que la única forma de cambiar las cosas es practicando la violencia. Estos ex jefes hoy reconvertidos en críticos, admiten de esta forma la derrota de ETA: "No se puede hacer una lucha armada a base de comunicados y de proferir amenazas que luego no se cumplen. La capacidad de disuasión es nula". Es su conclusión de la falta de atentados mortales en 14 meses, casi el mismo tiempo que duró la tregua de 1998.
Pero este dato sin precedentes no ha sido sólo consecuencia de la acción policial. La presión social que generó la atrocidad del 11-M en Madrid, ha tenido una repercusión decisiva en la estrategia de ETA que se vio obligada a desmentir inmediatamente su autoría. Y lo hizo con tal contundencia que hasta el propio desmentido parecía incluir una condena al atentado. El 11-M ha deslegitimado con una eficacia insospechada a ETA, tanto en el marco internacional -ya no se distingue el origen y reivindicaciones de los terroristas- como en su propio ámbito social donde hoy en día reiteran que el tiempo de la violencia ha pasado.
Estos argumentos son un misil en la línea de flotación del mundo radical donde ni siquiera se ha reabierto el perenne debate sobre la utilidad de la lucha armada porque lo zanjan sin contemplaciones: ya no sirve. Además, esta renuncia a la violencia la defienden, ahora, quienes durante años desoyeron de forma abrupta cuantas reflexiones se hacían en esa línea. Los firmantes del explosivo texto sólo habían contribuido hasta ahora a considerar traidores a quien se atreviera a defender la estrategia que ahora adoptan al apostar exclusivamente por "la lucha institucional y la lucha de masas".
De hecho, su principal impulsor, Pakito, tiene unos antecedentes que hacen más impactante su conversión. Es uno de los sospechosos para la justicia francesa de la desaparición, en Hendaya en 1976, de Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, impulsor y teórico de la reconversión de ETA político militar en el partido que derivó en Euskadiko Ezkerra. Diez años más tarde Pakito, ordenó el asesinato de María Dolores González Katarain, Yoyes, por haber negociado individualmente su regreso a Euskadi desde México, renunciando a la violencia.
Aunque la ex dirigente etarra habló previamente con Txomin Iturbe, el jefe, quienes le sucedieron tras su detención planearon el asesinato para disuadir a cuantos presos pensaban entonces acogerse a la reinserción que puso en práctica el Ejecutivo socialista para desgastar a ETA en su "frente" de cárceles.
El perfil de Josu Ternera
José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, es la figura que emerge de forma automática cuando se menciona la necesidad de liderazgo que tiene ETA en estos momentos críticos en los que debe enfrentarse al desafío de su reconversión a la política. El ex número uno de ETA, de la que fue jefe político hasta 1989, en que se produjo su detención cuando se oponía con firmeza a las conversaciones de Argel que iban a iniciarse, vivió la curiosa paradoja de ser elegido sólo 10 años después, durante la tregua etarra de 1999, parlamentario vasco por Euskal Herritarrok, la nueva marca electoral de la izquierda abertzale.
El escaño le permitió conocer de cerca la libertad que permite la democracia parlamentaria vasca abominada por ETA, y el beneficio de la inmunidad que asiste a los electos acabó sirviéndole para escapar al sentir la presión judicial. En él concurren, por tanto, circunstancias excepcionales como para dirigir en este momento decisivo a ETA, cuando hace falta la experiencia de un veterano con visión política que tenga también el plus de credibilidad de haber sido cocinero antes que fraile, terrorista antes que político.
Ternera tiene todo eso, un bagaje histórico que le otorga un valor político interno excepcional, según fuentes abertzales, para tomar la decisión de dar el salto a la política, decisión que está en el filo de la navaja y que requiere la valentía de atreverse y correr el riesgo, porque mantenerse donde está equivale a la asfixia.
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