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Reportaje:CUATRO AÑOS MÁS

Castro y el décimo enemigo

Castro sobrevivió a siete presidentes norteamericanos gracias al subsidio soviético. Sobrevivió a los siguientes dos, y al primer mandato del décimo enemigo en la Casa Blanca, haciendo capitalismo: en 1993 legalizó el dólar, inició la concesión de licencias para 157 tipos de actividades privadas -incluyendo el temible oficio de payaso- y permitió la inversión extranjera. Esto hizo del turismo, con más de 2.000 millones de dólares al año, su salvavidas.

El Estado policiaco se vio desafiado por una sociedad que iba escapándosele de las manos: habían surgido, por ejemplo, centenares de periodistas que operaban como pequeñas empresas familiares o unipersonales. El comandante dijo basta. Vino la militarización del sector turístico, el congelamiento de las licencias privadas, el asedio reglamentario contra los paladares (restaurantes en casas particulares) y, ahora, la abolición del dólar. Todo ello sin descuidar las mejores costumbres, como lo evidenció en marzo de 2003 el enjaulamiento de 75 disidentes.

Fidel Castro ha sobrevivido a siete presidentes norteamericanos gracias al subsidio soviético, y a los tres últimos porque ha hecho capitalismo
Las medidas de Bush para los visitantes temporales de la isla es un caso de país capitalista que aplica medidas socialistas para acabar con un Gobierno socialista que practica el capitalismo para eludirlas
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El régimen cubano ha entendido bien que existe una relación inversamente proporcional entre su supervivencia y la liberalización. El resultado ha sido, es verdad, el colapso de todos los sectores de la economía con excepción del turismo, y una incapacidad crítica para completar los 160.000 barriles de petróleo diarios que necesita la isla (Venezuela le subvenciona un tercio). Pero no es menos cierto que Fidel Castro ha logrado impecablemente lo que lo obsesiona: eternizarse. Ya van nueve presidentes y medio, y serán diez si George W. Bush no acaba con él en cuatro años. Y no es mucho más lo que puede hacer Bush contra Castro de lo que ya hace. Cualquier acción violenta (ganas no le faltan) provocaría una estampida de cientos de miles de cubanos hacia Florida, escenario de pesadilla para la Casa Blanca.

El embargo

¿Cancela la reelección de Bush toda posibilidad de que se levante el embargo norteamericano? Esa posibilidad existió a fines del Gobierno de Clinton y Fidel Castro se encargó de abortarla. Con la autorización para el envío de alimentos y medicinas, Bill Clinton abrió dos agujeros en el embargo. Con la llegada de George W. Bush y el control republicano del Congreso, la tendencia perdió algo de oxígeno, pero no se detuvo. Fue el encarcelamiento de los 75 disidentes y el enfrentamiento diplomático con México lo que puso esos esfuerzos en la congeladora y dio alas a los partidarios de aplicar mayores restricciones. De allí las medidas anunciadas este año por Bush limitando las visitas a dos semanas cada tres años (y sólo a familiares), y reduciendo la cantidad de dólares que se puede gastar en esos viajes (un caso interesante de país capitalista que aplica medidas socialistas para acabar con un Gobierno socialista que practica el capitalismo para eludirlas).

Con la prohibición del dólar, medida desafiante cuya lectura en Estados Unidos no ha sido económica sino ideológica, Castro brinda argumentos a un Congreso en el que, tras las recientes elecciones, el dominio republicano ha crecido. ¿Por qué tomó esta medida? A la razón hepática -la reacción a una declaración hostil del Departamento de Estado el día que se fue de bruces- se añade la desesperación económica: el Gobierno necesita dólares ahora que el combate contra el lavado de dinero como parte de la ofensiva contra el terrorismo ha aumentado la vigilancia del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), reduciendo los circuitos por donde Castro eludía al Tesoro norteamericano, único autorizado a permitir el envío de greenbacks a la isla. Confiscando los dólares de la población y capturando los que ingresen, Castro apunta a resolver la carencia.

¿Cuál es el efecto? Reforzar a quienes piden aumentar la presión. La mayoría republicana en la Cámara de Representantes, dirigida por Tom DeLay, se verá fortalecida frente a quienes, como John Kerry, usaban el argumento del fin del embargo a Vietnam, hace una década, para propugnar una disminución de las restricciones. Con la ampliación del dominio republicano en ambas Cámaras, y la provocación de La Habana, queda descartada toda posibilidad de eliminar las medidas que tomó Bush hacia el final de su primer Gobierno, o de elevar el tope para las remesas que envían los familiares a Cuba por encima de 1.200 dólares al año (ahora, so pena de fuertes impuestos, tendrán que mudar en euros). Con los 75 presos, el asedio contra las pequeñas empresas privadas y la prohibición del dólar -medida en la que coincide con el Tesoro norteamericano, encargado de bloquear los dólares que pretendan colarse en la isla-, La Habana ha reforzado a sus enemigos estadounidenses.

Por otro lado, ¿cuánto sigue pesando el voto cubano del condado de Dade en las decisiones de un presidente? Un factor apunta a la disminución, a largo plazo, de la presión de Miami sobre Washington: el flujo de nuevos inmigrantes cubanos de una generación distinta del exilio histórico (desde 1985 han llegado 400.000). Un factor de corto plazo apunta, más bien, a la prolongación de la línea dura: el dominio electoral que ha logrado en Florida el Partido Republicano en todos los sectores, excepto los jóvenes de menos de 29 años.

La discusión, claro, es académica: la caída o no del dictador poco depende de si Washington disminuye o aumenta la presión. Depende de factores que Washington no controla: la providencia, la faltriquera de Hugo Chávez y ese instinto animal que tiene Castro para sobrevivir, tratando de usar la energía de su enemigo en beneficio propio, como Muhammad Alí contra George Foreman.

¿Verá el próximo presidente la caída de Castro? No esperemos de pie.

Álvaro Vargas Llosa es escritor y periodista.

Fidel Castro pronuncia un discurso en La Habana, en octubre de 2002.
Fidel Castro pronuncia un discurso en La Habana, en octubre de 2002.AP

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