El Parlament no es el Congreso
El líder del PP catalán, Alejandro Fernández, intenta trasladar a la Ciutadella los ecos de la guerra dialéctica madrileña


En una sesión de control al president que buena parte de los grupos se han tomado como de balance del año, Alejandro Fernández (PP) ha rescatado uno de los diversos asuntos que trató el martes la Síndica de Greuges: la situación de la DGAIA. El líder del PP ha hablado de “episodio repugnante y nauseabundo (…) corrupción perfectamente organizada, clientelismo, (...) facturas falsas por doquier (…) tutela deficiente de niños y adolescentes con abusos y pederastia constantes”. Pero es que el mismo portavoz conservador, en la anterior sesión, cuando sobrevolaba por el Parlament la crisis de la peste porcina, también centró su intervención en un asunto truculento: el caso del ex dirigente socialista Francisco Salazar, que ha desencadenado algo parecido a un #metoo en el PSOE (como bien decía en este periódico Milagros Pérez Oliva). En los dos casos, Fernández parece estar intentando trasladar al Parlament uno de los debates candentes en el Congreso de los Diputados y conseguir que en la cámara catalana rebote el eco de la guerra dialéctica madrileña. El PP catalán, o cuanto menos su jefe de filas, trata de que le salpique a Salvador Illa un poco de la bilis que recibe Pedro Sánchez, esperando, tal vez, que el president reaccione también con la, vamos a decir, viveza con la que contraataca el presidente del Gobierno.
Pero, ay amigo, Alejandro Fernández pica en ferro fred. Illa no tiene por costumbre devolver los golpes con la misma contundencia y sobre la red sino que se siente más cómodo jugando al final de la pista. ¡Qué difícil es sacar de sus casillas al hombre que ha hecho del sosiego su seña de identidad! No digo que no responda a los ataques de la oposición, pero no superaría el casting para interpretar a Óscar Puente o a Miguel Tellado. La fórmula Illa tiene estos elementos: negar el desastre/confesar insuficiencias/prometer genéricas mejoras/prometer esfuerzo, también genérico/contraatacar con un reproche más o menos vinculado al tema. Y todo, a un nivel discreto de tono. Ni siquiera los exabruptos ilusorios de la extrema derecha consiguen arrancarle un superlativo de más.
Esta es la Pax Illana, que se beneficia, por supuesto, de que la mayoría de los grupos parlamentarios no participan tampoco de esa voluntad de madrileñización del discurso. No es que no reciba críticas el Govern pero, salvo las excepciones ya mencionadas, no se sufre en el Parlament del síndrome del adjetivo hiperbólico. La portavoz de Junts, Monica Sales, puede hablar de “parálisis” gubernamental y Josep Maria Jové (ERC) de “gobierno en stand by”, sí, pero eso palidece ante un “La prostitución y las chistorras son dos elementos esenciales que perseguirán a Sánchez toda su trayectoria” (Feijoo 2025). O sea que, cuando Alejandro Fernández trata de trasladar el estilo de su/s jefe/s a la Ciutadella, pincha. A corto plazo, alguien considerará que esta contención contribuye a una política aburrida, pero también es cierto que no sentir vergüenza ajena de nuestros representantes es un asunto que, a la larga, reconforta
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