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DON DE GENTES
Columna
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Lo importante es participar

Elvira Lindo

Soy miserable. Fíjense si soy miserable que una de las razones por las que quería que ganara Kerry era por darles en los morros a esos comentaristas que decían que Bush ganaría porque es un tío del pueblo, campechano, que llega más a la gente de la América profunda. Yo nunca he simpatizado con el pueblo, la verdad. A mí el pueblo, qué quieren que les diga, me parece bastante burro. Me acuerdo de cuando Gil y Gil, que Dios lo tenga en su gloria, ganaba elecciones en Marbella, había comentaristas de deportes que lo defendían porque era un tío del pueblo, campechano, y que eso a la gente de la Marbella profunda le llegaba mucho. Ya sé que en España es un pecado meterse con los muertos, pero a mí votar a Gil y Gil me parecía como de quinta. Claro que una vez que veías cómo era la oposición: aquella socialista que salía gritando en Crónicas marcianas, pensé: "Casi me quedo con Gil, que está más gordo, y los gordos siempre son más simpaticotes". Luego está el caso Berlusconi. Un amigo mío que lo conoce (no es Alejandro Agag) dice que Berlusconi conecta con la Italia profunda, dice mi amigo (que es un poquillo facha) que Berlusconi es el clásico tío que nada más verte te planta dos besos, te invita a un chianti peleón y te canta Una picolísima serenata, y que eso a la gente le llega. Muy bien, que se lo compren. Un pueblo que vota a un presidente que desaparece un mes para hacerse un lifting no tiene dos dedos de frente. También me acuerdo de Menem. Un argentino de mediana edad, el clásico argentinito de a pie, me dijo en su día que Menem tendría sus defectos, pero que cuando te echaba la mano te la echaba de verdad, y me dijo: "No será un intelectual, pero sabe cómo hablarle al pueblo". Y así lo mismo con Chávez (que les gusta a algunos progres), con Fidel (aún leo en mi propio periódico defensas del dictador), y no quiero meterme con los presidentes autonómicos, que conquistan a la gente soplando gaitas, presidiendo procesiones, bailando aurreskus, besando apóstoles, pescando salmones. Y digo que no voy a meterme porque quiero volver a España por Navidad, como el niño del turrón. El pueblo votó a Bush: ya se les puede contar lo de Irak, lo de los impuestos, lo de su apoyo a los millonarios, lo de la destrucción del planeta, lo de sus futuras invasiones en países árabes. ¿Eso al pueblo qué le dice? El pueblo simpatiza con ese hombre de discurso disléxico, con el hombre besaniños, con el hombre que confiesa que dejó el alcohol y con la mujer heroica que le ayudó a dejarlo, que parece una santa que sólo ha tenido un encuentro sexual en el cual, ¡bingo!, procreó a las gemelitas. Al pueblo le gusta que le digan: mataré a quien se os ponga por delante. Y al pueblo soberano le gusta menos ese Kerry de cara larga, ese Kerry medio europeo, ese Kerry que tiene una mujer que no calla ni debajo del agua. Ya pueden oír mil veces que Bush no hizo ni el huevo hasta que encontró el chollo de la política, que es donde van a parar a veces los desechos de tienta, que al pueblo le gusta Bush porque parece tan tonto como ellos. Bush dijo en su convención: "Se ríen de mí por mi manera de andar, con las piernas un poco abiertas, balanceándome. A eso en Tejas se le llama, simplemente, caminar". Y los miles de delegados de la convención se pusieron en pie para aplaudir a John Wayne redivivo. Al pueblo rencoroso le fastidia que a Kerry le guste el vino francés. El pueblo quiere imaginarse a Bush en pantalón corto haciendo barbacoas en la parte trasera de la Casa Blanca, como haría cualquiera de esos negros pobres que le votan: barbacoas de costillas con siropes y esas salsas que les ponen. El pueblo es para echarle de comer aparte. Y conste que no hablo sólo del pueblo americano, yo hablo a nivel planetario. El pueblo soberano suele votar a los simpaticotes, a los metepatas. Mis amigotes me decían que yo era una ingenua, que Kerry era igual a Bush, y yo, que no, que Kerry es un señor de derechas, y Bush, un fanático que hace creer a sus paisanos que esa Europa desagradecida a la que ellos defendieron les ha dado la espalda y que ellos solitos implantarán la democracia en el mundo. Esos mismos amigos que me decían que daba igual ocho que ochenta, ahora me escriben para decirme: "¿Ves cómo los americanos son unos fachas y votan a Bush?". Pero ¿no decíais que daba igual? Ya digo, soy de natural miserable y quería que ganara Kerry, pero no por la paz mundial, sino para que se equivocaran los expertos. A mí los expertos me caen fatal. Igual que el pueblo. Y eso que hubo un momento que pareció que Kerry ganaba. Pero para mí que el discurso que dio Aznar en Puerto Rico defendiendo a Bush (que para Aznar es algo así como el Dalai Lama) fue lo que dio un vuelco a las elecciones. Yo creo que en España subestimamos a Aznar, pero cuando el tío dijo eso de que si Bush perdía ganaban los terroristas, mucha gente que iba a votar a Kerry reflexionó un poquito. Hasta yo, ¡ay!, dudé. El caso de Aznar, por cierto, echa por tierra mi tesis: es el único caso de tío antipático al que el pueblo soberano votó machaconamente. Bueno, me da igual, el pueblo es burro se ponga como se ponga. Yo no. Dicen que lo bonito de la democracia es participar. Ya. A mí me gustaría ser dictadora. Y el pueblo que se olvidara de votar. El pueblo iba a ir más tieso que una vela.

John Kerry discursea en Filadelfia durante su campaña electoral.
John Kerry discursea en Filadelfia durante su campaña electoral.REUTERS

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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