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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La plaza de los juguetes

Cada primer domingo de mes sucede el encuentro. Un tren de vapor enseña su diminuta chimenea, enhiesta como un signo de admiración. Pocos metros más allá repta un soldado de hojalata, arrastrando su metálico uniforme verde oliva contra la madera del expositor. Bajo las arcadas de la plaza, hileras de automóviles derrochan su brillante colorido alineados en largas mesas que se ofrecen alegres a la vista, y con sólo un poco de imaginación es fácil verlos correr como exhalaciones por pistas de competición. Muñequitos de todos los tamaños y materiales, pistolas, trincheras republicanas con la bandera firme, piratas de madera, maquetas de cohetes, aviones y alguna solitaria muñeca dan forma a ese encuentro de juguetes, algunos desconchados por el uso y el posterior abandono del que fueron rescatados. Cada primer domingo de mes se dan cita en la plaza de Masadas, en Sant Andreu, un lugar del mundo donde lo viejo aún tiene valor, un lugar lleno de esas cosas "que sin envolverlas ya eran hermosas", como cantan Pastora.

La nostalgia marca el valor de muchos de los juguetes expuestos en la plaza de Masadas de Sant Andreu el primer domingo de cada mes

En esa plaza porticada pueden verse objetos que se resisten a morir. Una moto de policía Harley Davidson de Nacoral, un avión Iberia de Rico, un Cine Exin con películas de Mickey Mouse o el Concorde de Sanchís entre ellos. También multitud de trenes de juguete. Los aficionados al coleccionismo ferroviario fueron los que comenzaron a citarse en la plaza para intercambiarse topes, vagones, túneles, rodamientos, locomotoras y demás diminutos adminículos distintivos de su pasión. Los trenes y el barrio de Sant Andreu han mantenido una larga relación, que acabó miniaturizándose en las manos de los coleccionistas. Los convoyes de verdad ya se han ido de la Maquinista y las vías del barrio tienden a desaparecer, de suerte que los trenecitos de Märklin o de Ibertren se han convertido en una réplica a escala de la memoria local. Ellos se han quedado allí para mostrarse una vez al mes. El señor Vidal tiene 75 años y 3.000 locomotoras, una de ellas una Märklin Diesel de los años cincuenta que debe de costar medio millón de pesetas. El señor Vidal lleva 20 años comprando y vendiendo trenes en mercados dominicales. Su colección incluye entre 6.000 y 9.000 vagones, "pero son tan pequeños que ya no guipo algunas piezas", dice asumiendo la incompatibilidad entre la escala HO y los ojos de un septuagenario.

Con todo, lo que se expone en la plaza no tiene el apresto de la antigüedad. Pueden pedir 600 euros por el logotipo en hierro de la Wagons Lits, obtenido directamente del lateral de una de sus unidades, pero se trata de una excentricidad porque el valor de muchos de los juguetes allí expuestos es el otorgado por la nostalgia. Para los padres es un paraíso en el que reaparecen los sobres de Montaplex, aquellos envases en cuyo interior una treintena de soldaditos iban unidos a una matriz de la que había que desprenderlos para rememorar Tobruk. En los sobres aún pone "5 pesetas". Hay también unos cuantos Madelman, la respuesta hispana a los estadounidenses Gi-Joe que inventaran en los sesenta un catalán y un madrileño. Diecisiete centímetros de plástico articulado que pueden convertirse en astronauta, policía montado del Canadá o porteador de safari, una de las pocas ocupaciones en las que se impone la piel negra. Se fabricaron entre 1968 y 1982, y su reciente reedición para quioscos ha despertado el instinto de quienes ven en ellos un destello de su niñez. Un vendedor me dice que el Arquero Rojo es uno de los más buscados y recuerdo que los Reyes Magos me trajeron el explorador. Se venden más caros en Internet, así que poco a poco están desapareciendo de Masadas. Incluso en rincones así las nuevas tecnologías desafían a la tradición.

"Somos ladrones de juguetes y vamos a por ti / nos gustan todos y nos queremos divertir / los Reyes Magos nunca pasan por aquí / estamos hartos de que sólo te los traigan a ti", cantaban Waq en una canción que ni pintada. "Por un Ligier azul oscuro fabricado en España para el mercado mexicano se pueden llegar a pagar 120.000 pesetas", asegura Vicens Aragón. Tiene 55 años y hace 10 que va a Masadas. Él vende trenes, pero tuvo una colección de coches de Scalextric que alcanzó 300 unidades. Su amigo sigue vendiendo coches y regenta un puesto que parece un paddle de fórmula 1 a escala. Hay neumáticos, trenes delanteros y traseros, carrocerías, escobillas y todo lo necesario para competir en slot, lo que antes llamábamos Scalextric. "Los neumáticos de ahora son mejores que los viejos, la goma es más blanda, se adhiere más", dice en tono profesional ante mi expresión de incredulidad. Más allá, Pere Giménez vende sus soldaditos. Empezó haciendo uno de madera para regalárselo a su sobrino y desde entonces no ha parado. Sus éxitos comerciales han sido unas tortugas en papel maché para celebrar la llegada del Estatut y los Tejeros y picoletos para pesebre que vendió en Santa Llúcia. Sus soldados pueden ser corpóreos o bien un simple perfil de chapa, "a un euro el más barato", anuncia antes de asegurar: "Si tengo que pintar uniformes del Imperio austrohúngaro o de los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII el precio es más elevado". Se comprende. También que diga que Warhammer es un producto demasiado masificado para que él le encuentre magia. Esa misma magia que anuló el nomenclátor barcelonés al aclarar que Masadas fue un abogado de Sant Andreu que se casó con una jamaicana, y no Massada, la ciudadela de Herodes en la que los judíos zelotes resistieron dos años el sitio de la décima legión comandada por el gobernador Flavio Silva. El fin de un Herodes dando nombre a un zoco de juguetes. Hubiese sido redondo.

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