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Reportaje:

El mismo encierro, 20 años después

Nueve mineros de Cala (Huelva) reivindican sus puestos de trabajo donde lo hicieron sus padres

Alejandro Bolaños

Fuera está nublado, pero llueve dentro. Dentro son las kilométricas galerías que excavaron centenares de mineros en Cala (Huelva) para arañar mineral de hierro a la montaña. La explotación minera se trasladó hace décadas a la superficie y decenas de túneles quedaron abandonados, convertidos en desagües de la corta, la mina a cielo abierto. El agua se filtra por las innumerables grietas abiertas por los dinamitazos en la superficie. De los techos de las galerías lo menos que cae es un incesante goteo. Si fuera llueve, dentro empiezan a surgir riachuelos por doquier. Aquí se han venido a encerrar nueve mineros de Cala, como hicieron hace 20 años sus padres, con el mismo propósito: mantener su puesto de trabajo.

"Nueve se echaron para adelante y decidieron meterse en el túnel", explica Quintín, el compañero que les lleva comida, ropa, agua y periodistas en un jeep. Un kilómetro de cauteloso trayecto por una ancha galería salpicada por algún derrumbe en las paredes laterales lleva a la "sala", habitada desde hace una semana y con el techo seco gracias a una fogata. La misma que ocuparon durante más de 50 días, en dos ocasiones, los mineros de Calas en 1982. Anselmo Romero, de 37 años, ya había estado allí. "Las familias sólo entramos una vez, para hacer una comida, no me acuerdo de casi nada, pero del olor sí, se me quedó grabado". A lo que huele es a humedad, una humedad que casi se ve.

El padre de Romero, como la mayor parte de los casi 400 hombres que entonces trabajaban en la mina, seguían el encierro en las instalaciones de la explotación. "Nosotros nos encerramos un día en el instituto, y nos tuvo que echar la Guardia Civil", rememora José Pedro Rodríguez. "Yo era niño, estaba con las mujeres, en la Iglesia", recuerda Antonio Pecellín, de 29 años. Su padre y el de Víctor Guzmán formaban parte de los 28 que se quedaron más de un mes en la "sala". Enseñan orgullosos una foto en la que se les ve, la acaba de traer Joaquín, un prejubilado de la mina que fue con el alcalde de Calañas (Huelva) a interesarse por su situación.

Subcontratas

"Aquí la historia ha vuelto atrás", sentencia Tomás Vera. La historia comenzó a retroceder en Cala hace dos semanas, cuando 30 trabajadores de Presur decidieron empezar un acto de protesta ante la inminente ejecución de un expediente de regulación de empleo. Y una semana después consumó su vuelta atrás cuando los nueve que se echaron para adelante entraron en el túnel. "Lo hicimos en secreto, no se lo dijimos a nuestras mujeres, porque no nos iban a dejar", afirma Antonio Moreno.

Presur es una empresa integrada en la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) y gestiona la mina de Cala desde 1983, cuando la presión de los mineros logró que el entonces INI se hiciese cargo de la explotación de Mineras de Andévalo, una empresa que acumuló más de 12 millones de euros a principios de los ochenta. En estos últimos años, Presur ha simultaneado la extracción de hierro con la de áridos para la construcción de carreteras. Y, aunque con pérdidas, se ha mantenido abierta (es el único yacimiento en explotación de la provincia tras el cierre de Riotinto, Almagrera, Tharsis y Filon Sur en 2002). Su plantilla ha adelgadazado hasta los 93 empleados, pero el expediente de regulación de empleo sólo afecta a 30 mineros.

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Presur sobrevivió a la crisis minera de 2002, pero presionados por la marea de cierres, sus trabajadores suscribieron una propuesta empresarial que sacrificaba a un tercio de la plantilla. "Estaba el PP en el Gobierno, las cosas estaban duras", arguye Antonio Pecellín, que evita echar sal a las heridas abiertas en el último año abierto entre compañeros. El acuerdo con la empresa enfrenta a los 30 afectados a una disyuntiva: coger una baja incentivada o aceptar una recolocación en el cercano yacimiento de níquel de Aguas Blancas que una multinacional va a empezar a explotar próximamente.

"No queremos ni oír hablar de dinero, tengo tres hijas, y mi puesto de trabajo está aquí, mientras esto siga abierto", dice Carlos Sánchez. Los responsables de Presur han asegurado que la mina estará abierta, al menos, hasta 2009. "Es que nuestro trabajo va a seguir existiendo, aquí ya hay más de 20 empleados de subcontratas, y pillarán a más si nos vamos, y eso no lo entendemos"; razona Antonio Moreno.

Todos insisten en qué están bien de ánimos y de fuerzas, preocupados porque "los de fuera", sus familias, no sufran de más. Pero insisten: "De aquí no nos vamos si no es en camilla hasta que nos aseguren que no van a tocar lo nuestro". El resto de trabajadores se ha solidarizado y han parado la actividad de la mina esta semana. "Tenemos el apoyo de los 10 alcaldes de la comarca", explica José Pedro Rodríguez, que se ha tirado un rato en un colchón, aquejado de la espalda.

Algunos van a estirar las piernas por las oscuras galerías, mirando con precaución los derrumbes. "Lo único que nos ha dado un susto han sido los murciélagos", asegura Chiqui. Sus idas (nocturnas) y vueltas (al amanecer) son, junto a las visitas de Quintín en el jeep y la hora que marcan los relojes, el único indicio de que fuera hay día y noche. "A nosotros lo que nos da miedo son las multinacionales que arramblan con todo y se van", sentencia Moreno. Su expediente de regulación de empleo cumple hoy, pero la protesta ha logrado paralizar su ejecución. "Cuando esto acabe, saldremos de aquí agarrados del brazo, como nuestros padres", dice Romero

La mediación de Felipe

Una foto en blanco y negro muestra a un hombre con una barba descuidada y larga, alumbrado por una lámpara que apenas penetra un fondo oscurísimo. En sus manos, un abanico de cartas de baraja española a punto de caer en un tablón. La foto ahora podría ser en color, pero lo demás sería casi igual: José María, Carlos y Tomás matan el tiempo jugando al tute, con el mismo fondo negro de las paredes de la "sala" detrás.

20 años no es nada. Tampoco para un encierro en la mina de Cala. "El primer día entramos sólo con mantas, y estuvimos hasta las 4.30 de la madrugada arreglando esto un poco", explica Antonio Moreno. Al día siguiente les trajeron palés, y cajas para poder elevar las camas sobre el suelo y evitar así el charco que se produce. La acción de la fogata y los desagües en el suelo reducen la humedad en la sala. Pero las lámparas no dan para leer libros - "los ojos se te ponen rojos enseguida"-, apenas para hojear periódicos. Como en los años ochenta, la principal distracción es la charla.

El encierro de sus padres fue todo un acontecimiento en la comarca y el país. Abandonaron Cala un día para ser recibidos por el entonces presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo. Y la mediación de Felipe González, entonces un joven líder socialista a un año de ganar sus primeras elecciones, logró que los mineros dejaran una huelga de hambre; entonces, les trató el médico del pueblo, Mauricio Prieto, que ahora visita cada dos días a los nuevos encerrados.

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