La noche más triste de John Kerry
Los seguidores demócratas pasaron de la alegría a la desolación al irse conociendo los resultados
Es la crónica de la tristeza. La tristeza que John Kerry no fue ayer capaz de contener y que hizo que se emocionase al dar las "gracias desde el corazón" a todos los que le habían apoyado durante la campaña. A la dos de la tarde (ocho de la tarde, hora peninsular española), después de haber estado ausente durante la larga noche electoral -en la que compareció John Edwards- y toda la mañana de ayer, John Kerry apareció públicamente para tirar la toalla -renunciando a luchar por Ohio- y reconocer la victoria de George W. Bush. "La victoria la dan los votantes, no los tribunales", admitió Kerry. El hombre que ya no ocupará la Casa Blanca miró a sus seguidores en el Faneuil Hall de Boston como diciendo: "¿Qué le vamos a hacer?".
A los que subieron al escenario se les hacía cada vez más duro transmitir optimismo
"Yo hubiera preferido otro resultado", admitió Kerry mirando al atril. Entró en la sala de la mano de su mujer, Teresa. Y le precedió su candidato a la vicepresidencia al hablar. Kerry felicitó por teléfono al presidente George W. Bush. "He hablado con el presidente del riesgo de división en nuestro país y de la indispensable necesidad de unidad para encontrar un terreno de entendimiento". "Espero que hoy empecemos a sanar las heridas" generadas durante la campaña. "No perdáis la fe", pidió un Kerry sereno. "Sé que hoy llego tarde -la rueda de prensa estaba prevista para la una de la tarde- y corto de votos", bromeó. "La campaña ha acabado hoy pero sigue la lucha", animó Kerry.
John Forbes Kerry no se convirtió anoche en el presidente número 44 de Estados Unidos. Demócrata, burgués, discreto, sereno, veterano de Vietnam y más que nunca con un triste rostro como de un cuadro de El Greco, Kerry no ha alcanzado a su héroe, al mito, a J. F. K. El próximo 20 de enero no ocupará el número 1600 de Pensilvania Avenue, en Washington. El sol brillaba con fuerza ayer sobre Boston. Pero llegó para celebrar nada. La noche electoral fue interminable. Y con la llegada del día parecía que no iba a cambiar nada. No había ni vencedor ni vencido. Pero todo apuntaba a que el senador John Kerry se enfrentaba ayer al día de su derrota frente al republicano George W. Bush. Las cerca de 150.000 papeletas provisionales de Ohio no serán la clave definitiva para la proclamación del próximo presidente de EE UU.
Con el amanecer y el aroma del fracaso en el ambiente sonaban voces que se preguntan cuáles son los fallos estructurales de los demócratas que les hace incapaces de conseguir el apoyo de los votantes, incluso en circunstancias como las de esta elección, que muchos consideraban ideales para derrotar al Partido Republicano. El Partido Demócrata debía entrar ayer en un largo periodo de reflexión. Como hace cuatro años, los resultados no se conocieron en la noche electoral. Aunque en esta ocasión no ha habido que esperar 36 días. Ni siquiera un día.
Y llovió. Al final llovió en Boston durante la madrugada electoral. Llovió sobre una multitud que ya no sentía la lluvia. Pasadas las dos y media de la mañana (seis horas más en la España peninsular), comenzaba el camino de la derrota. El candidato demócrata a la vicepresidencia dejó caer la noticia: perdían Ohio. Aunque Edwards usó maneras más suaves: el resultado estaba tan ajustado que no se podía anunciar un ganador de las elecciones. "Ha sido una larga noche pero hemos esperado cuatro años para esta victoria y podemos esperar una noche más", exclamó Edwards. Los simpatizantes demócratas que se habían reunido en la plaza Copley para celebrar la victoria de John Kerry, en el centro de Boston, intentaban estar a la altura del forzado optimismo de su líder. Pero no podían. De forma equivocada, durante la tarde se entregaron a un ansia de ganar, de pasar página, que fue más fuerte que ellos y se entregaron a una victoria que no tenían. Que no tuvieron. Así que la fiesta terminó pasada por agua, con una lluvia fría que les heló la sonrisa que lucieron durante todo el día. "Tanto yo como Kerry prometimos que cada voto cuenta y que cada voto será contado. Esta noche vamos a mantener esa promesa y vamos a pelear por cada voto. Vosotros os lo merecéis. Gracias". Edwards también estaba helado.
En una noche de aire gélido, Paul O'Brien había tenido hasta ese momento la sangre más caliente que nunca. Todo eran sonrisas amplias y esas risas tontas y nerviosas características de la felicidad. Parecían enamorados los unos de los otros. Todos enamorados. Las pegatinas "Kerry/Edwards" pegadas formando corazones. Pero eso fue antes de la noticia de Ohio. Aunque la noche empezó a ponerse fea horas antes, cuando se perdía Florida. Pero entonces, decían ellos, les quedaba Ohio. Entre una pérdida y otra, salió al escenario el cantante James Taylor. Antes de que una de las voces más representativas del Estados Unidos de otros tiempos interpretara con su guitarra el himno nacional (Star spangled banner) reclamó el derecho a que esta volviera "a ser una tierra de hombres libres". Taylor ya insinuó la derrota, pero nadie quiso escucharle. Alice, Gina y Edith seguían coreando bajo una montaña de bufandas "¡Kerry, Kerry!".
De repente, aplausos y vítores. La pantalla gigante de televisión instalada para seguir los resultados anunciaba que los demócratas ganaban California. 55 votos electorales. Bush se situaba con 207 y Kerry con 199. Quedaba tiempo para la esperanza y todavía no llovía. Pero a los invitados que les tocó subir al escenario de la plaza Copley para animar la fiesta se les hacía cada vez más duro saltar, gritar y transmitir optimismo. Le tocó el turno a Sheryl Crow. "Siempre he dicho que nuestro país no podía soportar otros cuatro años de presidencia de George Bush", gritó la cantante asumiendo implícitamente la derrota. El público aún quería pasárselo bien. Pero ya nadie se lo pasaba bien.
"Mantengamos la esperanza", pedía Beth. "Se puede remontar", intentaba animar esta bostoniana de 47 años a sus amigas mientras daba saltitos. ¿Bailaba? ¿O era su manera nerviosa de esconder una frustración que acabó minutos después por dejarla sentada junto a un cartel de Kerry/Edwards al final de la plaza? La fiesta decaía. La lluvia arreciaba. Ya no había colas para acceder al recinto vallado donde estaba el escenario. Era más gente la que salía que la que entraba de una fiesta que se preveía hubiese durado hasta el alba. Rhoda lloraba. La derrota no era segura pero estaba anunciada. Ayer se confirmó.
Rose Byrne tiene 81 años y confesaba ayer por la tarde en el cuartel general de los demócratas sentirse muy emocionada. Con su pelo color plata, zapatillas deportivas y ondeando coqueta una banderita con el nombre de los dos candidatos, se remontaba a las elecciones de 1960, el año en que Kennedy, bostoniano, católico, demócrata y senador por Massachusetts como Kerry, derrotó al republicano Richard Nixon en una polémica y disputada elección presidencial. Pero de aquello hace 44 años. Y lo que sentía Rose ayer por la tarde fue antes de la debacle.
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