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Columna
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Pujol

El ex presidente de la Generalitat de Catalunya declaró en Valencia que nunca interfirió en la política valenciana porque respetaba y respeta nuestra capacidad para decidir sobre lo que nos afecta como pueblo, y rechazó que desde Catalunya se quieran dictar comportamientos o programas para la agenda política valenciana.

No es ahora el momento para recordarle a Pujol lo que ya le dijimos hace más de una década a propósito de las dos maneras de interferir en lo valenciano, es decir, la de hacerlo a la vez por acción y omisión (que, en su momento, me valió la reprimenda de mis amigos convergentes y dejar de ser columnista de un prestigioso rotativo barcelonés), porque ésa es una historia pasada; y, aunque viniera también a contar historias del pasado (junto con otras glorias ya jubiladas de la política), lo que importa ahora es aplaudirle en un momento en que otros catalanes continúan sin asumir la letra de aquel bolero que decía: "¡No me quieras tanto!", cantada ya casi sin aliento desde este pequeño país nuestro.

En efecto, un portavoz declaró que desde la Generalitat Catalana se había propuesto (o iba a proponer) al gobierno español una traducción al catalán de la Constitución Europea donde la inclusión de modismos valencianos denotaba generosidad salomónica hacia la causa común y voluntad de concordia en pro de la unidad de la lengua. Pero lejos de conseguir el efecto aparente buscado, el anuncio desató una nueva tormenta política entre el ejecutivo valenciano y el catalán a propósito de la supuesta generosidad que parecía latir tras el gesto.

De pronto, tener un ente normativo propio para el valenciano no contaba, y, años y años de polémicas y desencuentros a propósito de la lengua propia de los valencianos iban a resolverse con un simple y oportuno acto de humildad de la metrópoli lingüística (¡!). Pero eso no es así, sencillamente porque para colaborar en el objetivo final no hay nada mejor que respetar el camino de nuestra legalidad y de los costosos esfuerzos políticos realizados, porque la AVL es la conclusión legal e ilusionante que clausura varias décadas de parálisis y división; y si le hemos asignado la competencia normativa, por más que en el Dictamen del CVC, o en el Preámbulo de la ley que la creó se postule la unidad de la lengua como un referente inexcusable, ninguna frivolidad de quienes no tienen que construir el día a día de los valencianos a pie de obra aporta nada a nuestra propia normalidad.

Quienes creen que adelantándose a hacer lo que necesariamente tiene que pasar por la AVL (proponer una versión valenciana de la CE) y la Generalitat Valenciana están colaborando a la encomiable causa de la unidad de la lengua se equivocan, y, en realidad, niegan la competencia de la AVL, y se erigen en autoridad para dictar cuanto se cede para que nos reconozcamos en un mismo idioma.

Pujol, por lo menos, ofreció su generosidad y compromiso en el trayecto que llevó a la creación de la AVL, en un gesto que le honraba y redimía a la vez de lo que en los tres lustros anteriores no pudo, no quiso o no se atrevió a hacer en la materia. Si tenemos que esperar otras dos décadas para que los gobiernos catalanes que le van a suceder entren en razón a propósito del derecho a llegar por nuestra cuenta donde queramos, es de temer que tanto amor nos resulte fatal. Porque aquí, por ese camino siempre encontrarán una ascua que avivar en la hoguera de la lengua propia y (¡ai las!) común.

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