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Reportaje:LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA | Balance de Bush

Un presidente de guerra

George W. Bush aspira a pasar a la historia como el líder que guió su país con mano fuerte en los tiempos difíciles surgidos del 11-S

George W. Bush se presenta hoy a las urnas para ganar la batalla de la legitimidad, el déficit con el que nació su victoria de hace cuatro años. Bush, que cumplió 58 años en julio, quiere seguir siendo presidente para intentar pasar a la historia como el líder que guió a su país con mano fuerte en tiempos difíciles, no como el que dilapidó un capital político nacional e internacional de simpatía tras los atentados terroristas del 11-S. El hombre cuyo mandato está definido por el acontecimiento que le convirtió en un presidente de guerra no plantea las elecciones como es habitual -un referéndum sobre la presidencia-, sino como un referéndum sobre los valores de América. Su mayor riesgo es que esta noche se parezca a la que su padre vivió hace 12 años. Su mayor triunfo, seguir cuatro años más después de haber estado al frente de uno de los peores gobiernos del país.

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El 43º presidente de EE UU, que llegó a la Casa Blanca con un programa de reducción de impuestos, reforma educativa y conservadurismo compasivo, redefinió su presidencia después de los atentados de Al Qaeda que mataron a casi 3.000 personas: el Bush que habló a los norteamericanos y al mundo con un megáfono sobre los escombros de las Torres Gemelas y con su brazo sobre el hombro de un bombero logró lo que no había conseguido antes en las urnas: la talla de un líder, el calor de un pueblo y el respeto del mundo. El Bush que ahora intenta entrar en la segunda fase presidencial -en la que la tradición dice que el objetivo principal del ocupante del Despacho Oval es pasar a la historia- tiene poco que ver con el anterior. ¿Qué ha ocurrido entre los dos?

Cuando Bush ganó en 2000 tomó una decisión inmediata: no eligió gobernar como si hubiera tenido medio millón de votos menos que Al Gore y la ayuda del Tribunal Supremo. Optó por asumir un mandato de cambio que dejara huella, por poner en marcha un cambio profundo en el paisaje político de EE UU y en el conservadurismo norteamericano. Su reacción después de los atentados del 11-S le dio durante un tiempo el liderazgo moral que necesitaba y el impulso suficiente como para asentar una política exterior, económica y social más radical de lo que había dado a entender durante su primera campaña electoral.

Hacia el mundo, Bush -que ya había dado pasos en ese sentido antes del 11-S- rompió con una política exterior heredada de la guerra fría y proclamó la teoría del ataque preventivo que desembocó en Irak; forzó al máximo la relación con los aliados tradicionales y asumió el programa intervencionista internacional de los neoconservadores, estratégicamente situados en el Pentágono y la Casa Blanca. En política nacional, sus reducciones de impuestos unidas a los gastos bélicos -además de la crisis que heredó- convirtieron un superávit presupuestario histórico en un déficit no menos histórico. En medio ambiente, asuntos sociales y morales y otras decisiones de su presidencia, Bush ha enfurecido a los demócratas -que nunca dejaron de considerar ilegítima su presencia- y nunca ha sido el presidente "para unir a los estadounidenses" que prometió ser.

Bush ha tenido otro rasgo distintivo: aunque cuenta con el apoyo del 90% de la base republicana, ha desconcertado a conservadores tradicionales con su intervencionismo exterior y sus políticas de gasto público y ha enfadado a los republicanos moderados con su radicalismo. "Un presidente que ha dedicado sus energías a gobernar en nombre de la América conservadora (...) ha terminado creando profundas divisiones en la derecha", aseguran John Mickletwait y Adrian Wooldridge, autores de El poder del conservadurismo en América, quienes creen que hay que reconocerle un factor importante: ha reconstruido el partido republicano y lo ha convertido en una máquina perfectamente organizada; su triunfo, en caso de que lo consiga, "dependerá menos de su coherencia intelectual que de esta construcción del partido".

El riesgo para Bush es muy alto, porque sus apuestas han sido muy fuertes -Irak y los recortes fiscales- y ninguna de ellas ha salido como esperaba: hizo una guerra para eliminar a un dictador que tenía armas de destrucción masiva, y las armas nunca aparecieron; hizo una política fiscal para estimular la economía y el resultado es un déficit presupuestario de casi medio billón de dólares y una recuperación que no ha creado todo el empleo que destruyó la crisis. En opinión del veterano periodista David S. Broder, "si Bush gana la reelección a pesar del fracaso de sus apuestas más radicales, será realmente un hombre milagro".

Un milagro sería propio para Bush, que tiene una fuerte visión religiosa desde hace 18 años. "La oración y la religión me sostienen. Me proporcionan calma para afrontar las tormentas de la presidencia", dijo en el tercer debate presidencial. Ya antes había sido más claro y más brutal sobre su renacimiento: según cuenta su antiguo asesor, David Frum, en el libro El hombre adecuado, el presidente dijo a un grupo de religiosos que le visitaron en la Casa Blanca: "Hay una sola razón por la que estoy ahora mismo en el Despacho Oval y no en un bar. Y es que encontré la fe, encontré a Dios". La visión religiosa ha impregnado también sus explicaciones sobre las decisiones políticas. En los debates y en mítines ha repetido, hablando de la guerra, que "la libertad no es un regalo de EE UU al mundo, es un regalo de Dios Todopoderoso a cada hombre y mujer".

Esta inspiración es la que ha hecho que recupere el apoyo de la base más integrista de su partido, pero también el de los norteamericanos conservadores sin clara definición de partido: por eso sacó adelante, con apoyo demócrata, la ley que prohíbe los abortos tardíos y por eso se unió -sabiendo que no tiene opciones de prosperar- a la iniciativa de reforma constitucional para que el matrimonio sea sólo la unión de un hombre y una mujer. Es una apuesta por la América de los valores morales.

Con esa América cuenta Bush, pero también, y por eso supera las fronteras partidarias, con aquellos que están preocupados por su seguridad y que no se fían de Kerry. El arma secreta de Bush es su capacidad para comunicar con la gente normal, su conexión emocional con el americano medio. Se equivoca el que piense que Bush no es rápido e inteligente simplemente por la manera de hablar que tiene, simple y poco respetuosa con la gramática, escribe Philip Gourevitch en The New Yorker: "Mientras que Kerry puede hablar párrafos enteros sin decir nada concreto, es raro que Bush diga diez palabras seguidas sin que tome una postura, transmita una opinión o proclame un propósito". Ésa es su fuerza. Lo que Bush dice a los norteamericanos es: "Confiad en mí, porque tengo principios, tengo convicciones, y eso es lo importante para ser presidente". Así lo analizó, en un encuentro con periodistas extranjeros, el experto en sondeos John Zogby: "La apreciación del presidente es buena cuando en los sondeos se valora el liderazgo y sus características personales, los rasgos en los que Kerry no es contemplado positivamente".

Este Bush que pelea hoy la batalla más importante de su vida política se ha reinventado dos veces: el 11-S y el día que, con 40 años, decidió reformar su vida. Nacido el 6 de julio de 1946 en New Haven (Connecticut), George Bush creció en Houston (Tejas). Fue a la Universidad de Yale y después evitó el servicio militar en Vietnam enrolándose en la Guardia Nacional gracias a los contactos paternos. Se hizo piloto y volvió a utilizar atajos para acabar antes de tiempo la mili e ir a Harvard. Al volante de un descapotable rojo, pasó algunos años de juergas y alcohol. Él mismo ha descrito aquel periodo como su "época nómada" de "juventud irresponsable" en la que "bebía demasiado". En esa fase alegre se casó con Laura Welch, en 1977, y tuvo dos hijas, las gemelas Barbara y Jenna. Entre el reverendo Billy Graham y su mujer le dieron un vuelco a su vida: cuando cumplió 40 años, dejó de beber -"no he tomado una gota desde 1986", dijo hace cuatro años- y se convirtió en un cristiano renacido. Ya regenerado, trabajó en la campaña presidencial de su padre en 1988 y fue director general del equipo de béisbol de los Texas Rangers hasta que fue elegido gobernador de Tejas en 1994. Cuatro años después, arrasó en la reelección.

Ganó también la presidencia en 2000 y logró el máximo apoyo antes de la guerra y durante el conflicto. Nada salió como se esperaba, y todo aquel apoyo se deshizo. Después de los desastres de la guerra y la posguerra, de Abu Grhaib y de los muertos en Irak, después de los 821.000 empleos perdidos, si Bush consigue que una ligera mayoría de sus compatriotas vayan a votar con el hombre del megáfono sobre los escombros de las Torres Gemelas, ganará la partida. En caso contrario, tendrá que abandonar la Casa Blanca.

El presidente George W. Bush interviene en un mitin en Vienna (Ohio), el miércoles.
El presidente George W. Bush interviene en un mitin en Vienna (Ohio), el miércoles.REUTERS

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