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La píldora de la felicidad

Un conocido científico hizo unas recientes declaraciones en las que equiparaba la píldora anticonceptiva con la Viagra y las etiquetaba como "píldoras de la felicidad".

No estoy de acuerdo con esta valoración, pues ni histórica ni socialmente, ni tan siquiera en sus resultados estrictamente médicos, son comparables en cuanto a la calidad de vida que proporcionan.

La historia de la anticoncepción femenina en España tiene un duro pasado, que se inscribe en una de las tantas luchas a las que tuvimos que enfrentarnos durante la dictadura para obtener un mínimo de libertad.

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En mi historia personal puedo vanagloriarme de haber sido sancionado con la expulsión del laboratorio donde trabajaba preparando mi tesis por haberme atrevido a dar una conferencia sobre anticoncepción en la Facultad de Medicina de Barcelona a médicos y estudiantes de medicina. El decano hubiera deseado llevarme a los tribunales, pero el juez consultado desaconsejó tal diligencia por considerar que la Universidad debe aceptar la libre expresión de sus miembros cuando ésta se limita al recinto académico

El Viagra no es equiparable ni histórica ni socialmente a la píldora anticonceptiva

Hasta 1978 no se aceptó oficialmente la consulta anticonceptiva; sin embargo, en España la natalidad no crecía más que en aquellos países que gozaban de cimentados y prestigiosos planes de control de natalidad. Por lo tanto, los ciudadanos y ciudadanas españoles controlaban eficazmente sus capacidades reproductivas, aunque con medios mucho más primitivos y con menor información de la que disponían en otros países.

En aquellos años de recién estrenada democracia, pero en los que todavía estaba vigente el famoso artículo del Código Penal que equiparaba la esterilización con un homicidio "indirecto", me consultó una paciente que me solicitó procediera a una ligadura de sus trompas. Estaba sometida a un régimen de terror por parte de un marido violento que la sometía a constantes vejaciones, entre ellas la de embarazarla contra su voluntad para tenerla sometida al agobiante trabajo casero que la numerosa prole le ocasionaba. Vivía prácticamente encerrada en su casa, mientras él dilapidaba la fortuna de ella y le impedía que ejerciera su profesión liberal.

Procedí a lo que denominábamos "oclusión tubárica reversible", para evitar el "peso" de la ley mediante esta argucia semántica, que daba a entender que no se trataba de una auténtica esterilización, cuando en la realidad lo era, aunque existía la posibilidad remota de repermeabilizar las trompas. Acabamos en el juzgado, pero su señoría, afortunadamente para mí, sobrestimó el caso. Me dijeron que la presión del personal femenino de los juzgados fue determinante...; de hecho, pocos meses después, en 1983, se derogaba el artículo y la esterilización masculina y femenina era aceptada.

Miles de mujeres españolas tuvieron que sufrir gestos de desaprobación, miradas de desprecio por parte de farmacéuticos que se negaban a dispensar la píldora, que obviamente habían catalogado como abortiva sin fundamento científico alguno. Recetábamos los anticonceptivos orales como "reguladores del ciclo", y en este juego de doble moral, como siempre, las más perjudicadas fueron aquellas mujeres que no podían recurrir a un médico privado que fuera complaciente con su problema, puesto que éste no se contempló entre las prestaciones de la Seguridad Social hasta 1978, como he dicho anteriormente.

La irrupción de la Viagra no pasó por avatar alguno, excepto el relativo secretismo de sus usuarios y las historias más o menos reales de sus posibles efectos perniciosos, que luego se han minimizado notablemente. La sociedad estaba preparada para cualquier novedad relativa a la sexualidad y nadie se preocupó de las repercusiones sociales del producto.

Me parecería una perogrullada discutir la enorme trascendencia social de la anticoncepción oral, que permitió a la mujer disfrutar de una sexualidad independiente de la reproducción. Imaginemos lo que ocurriría en la actualidad, en la que las parejas jóvenes dedican el 50% de sus sueldos para pagar su vivienda, si no pudieran determinar el tamaño de su familia. La Viagra es un falso sustituto de una sexualidad que debería madurar con los años y con el entendimiento mutuo de la pareja, que puede gozar de aquélla de forma muy diferente a como lo hiciera en sus años mozos y no por ello ser menos gratificadora.

Pero nos empeñamos en ensalzar la debilidad masculina, reduciendo el acto sexual a una potencia de penetración, descuidando cualquier otro componente de esta importante relación humana.

He preguntado a mis amigos urólogos si existen estadísticas fiables del placer sexual de estos hombres investidos de una potencia artificial y pasajera. También sería interesante conocer cuántos de entre estos nuevos príapos han abandonado a su compañera de toda la vida, en busca de otra u otras mujeres, y todavía sería más interesante conocer el final de las nuevas relaciones basadas en el transitorio efecto del fármaco, suponiendo que aquéllas llegaran a institucionalizarse.

El hombre afecto de una disfunción eréctil se mueve en unos pocos escenarios. Si el problema surge como consecuencia a cualquier patología y aparece en un momento de su vida en que no se debería producir la impotencia, los fármacos que la puedan corregir serán útiles y de prescripción facultativa.

Otro escenario relativamente frecuente es el del sujeto que quiere recobrar una potencia juvenil a edades avanzadas, sin tener en cuenta los deseos de su compañera, que ha sufrido un natural proceso madurativo y se halla poco o nada proclive a repetir las brillantes veladas sexuales de antaño. Actitud egoísta del varón, que para satisfacer su ego prescinde de los sentimientos de su compañera sexual.

El otro escenario es más vulgar y probablemente más frecuente. Se trata del varón "que pisa fuerte", pero que... le cuesta reconocer ya no es el de antes. La salvación la constituye la píldora de la potencia, que le vuelve a hacer rey por un día y a creer que el tiempo no pasa para él.

Para mí, el uso indiscriminado de las píldoras de la potencia masculina no representan otra cosa que el desconocimiento profundo de la sexualidad masculina y una actitud prepotente que me recuerda viejas historias de discriminación de la mujer.

Santiago Dexeus es director del Departamento de Obstetricia y Ginecología. Institut Universitari Dexeus.

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