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Reportaje:Signos

García Lorca pasea por La Habana

Urbano Martínez Carmenate estudia en su último libro la relación del escritor con Cuba

En medio de la desconcertante atmósfera propagandística que se respiraba en Cuba a finales de 1936 la revista Social confirmó una noticia que en forma de rumor circulaba por La Habana desde julio: "Federico García Lorca, el altísimo poeta y dramaturgo español, ha muerto, según las fidedignas noticias que llegan hasta nosotros, fusilado por las huestes fascistas de Granada, reo del terrible delito de guardar una carta de su maestro Fernando de los Ríos, escrita hace muchos años, o más bien víctima de su propia gloria, de su perenne desprecio a la muerte, de su innata rebeldía, de su identificación con los dolores de su pueblo".

Habían pasado seis años desde la llegada a Cuba del poeta. El 7 de marzo de 1930, procedente de Estados Unidos, fue recibido en el puerto por distintos representantes del mundo de la cultura de La Habana y se hospedó en el Hotel La Unión. La relación de Lorca con Cuba fue intensa, auténtica, en algunos momentos frenética, en los más apasionada.

"Había en él mucho de turbión, de marea súbita, de chubasco repentino. Mezcla de improvisación y sorpresa que se combinaba con la majestad natural de la inocencia. Pero lo más importante de su paso por Cuba era que había vivido. Vida intensa entre pasiones y versos codeándose con todas las clases y las razas". De esta forma describe Urbano Martínez Carmenate (Matanzas, Cuba) la relación del poeta con la isla. En su último libro García Lorca y Cuba: todas las aguas, publicado por la Diputación Provincial de Granada, Martínez Carmenate recopila testimonios sobre la estancia del poeta en la isla y analiza la influencia que ha tenido en autores posteriores tanto en el campo de la literatura como en el de la música o la danza. La edición del libro ha corrido a cargo del poeta Daniel Rodríguez Moya.

El relato se inicia con la llegada del poeta para adentrarse en la impresión que le causa el trópico. Una de las primeras cartas que escribe durante su estancia, dirigida a sus padres, es ilustrativa: "Esta isla es un paraíso. Cuba. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba".

La razón del viaje de Lorca a América se sostenía en la necesidad de abrirle nuevas puertas a su espíritu. Una huida de diversas heridas afectivas, se encontraba "transido de amor, de suciedad, de cosas feas". Uno de aquellos conflictos fue una gran crisis sentimental, posiblemente propiciada por la ruptura con su amante, el escultor Emilio Aladrén.

La isla supuso para Lorca una auténtica liberación, entre otras cosas porque allí a nadie le importó nunca su condición sexual ni fue juzgado o prejuzgado de modo alguno. Federico recorrió toda la isla, lo hacía en tren, viajando generalmente de noche, de norte a sur, adentrándose en lo más profundo del corazón de Cuba. Según diversos testimonios de personas que compartieron su estancia en La Habana, Lorca desaparecía de repente, sin dejar rastro, y se mantenía invisible dos o tres días. Uno de esos testimonios, recogido por Ian Gibson en su amplia biografía, relató como Lorca fue detenido en el puerto por la policía acusado de un "desliz homosexual", teniendo que pasar unas horas en el calabozo antes de ser rescatado por sus amigos.

Pero la relación de Lorca con la isla no terminó con su despedida el 12 de junio de 1930 y menos aún con su fusilamiento el 17 de agosto de 1936. La influencia del poeta en las artes cubanas posteriores a su visita fue muy significativa. "García Lorca se convirtió en la figura heroica más cantada por los cubanos. Desde 1936 sirvió de motivo inspirador", afirma Martínez Carmenate.

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