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LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA | El voto hispano

Los hispanos ganan peso en las urnas

En cada elección los políticos de EE UU redescubren una comunidad de 40 millones de residentes

Cada cuatro años los políticos de EE UU padecen "el síndrome de Cristóbal Colón": redescubren a los hispanos. La frase salió a relucir entre risas y aplausos en el Foro sobre el Voto Latino celebrado en la Universidad de Miami justo antes de que George W. Bush y John Kerry debatieran aquí por primera vez. El síndrome produce síntomas lingüísticos, gastronómicos y musicales. Los candidatos hablan súbitamente español, saborean tacos mexicanos y se congracian con los votantes a ritmo de salsa o mariachi. Kerry es más comedido en esta simbiosis político-cultural, pero Bush cerró recientemente un mitin de cubanos con La conga.

Hay un segmento del electorado al que cautiva ese tipo de gestos, en opinión de Raúl Yzaguirre, presidente de La Raza, la organización hispana más influyente de EE UU. Pero la mayoría no se casa con nadie, guían sus decisiones por lo que ellos llaman en spanglish los issues (temas que les conciernen) y, en gran medida, por el carisma del candidato. "Además, los políticos pueden mentir igual en español que en inglés", dijo Yzaguirre durante su intervención en el Foro sobre el Voto Latino. Ironías aparte, Yzaguirre destacó un aspecto clave sobre el voto hispano este año: "el realineamiento de afiliaciones políticas", sobre todo de demócratas que se pasan a independientes. El número de republicanos no ha variado en los últimos dos años, aunque un tercio de ellos afirma provenir de las filas demócratas. En el último sondeo del Pew Hispanic Center, se define como demócrata un 45% de los 16 millones de hispanos que votan en EE UU (del total de 40 millones que residen), el 20% se considera republicano y el resto independiente. En el sondeo previo, el 49% se identificaba como demócrata.

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El realineamiento por una parte, y por otra la incógnita sobre el millón de nuevos electores hispanos, hacen más impredecible el sufragio hispano en esta elección. En 2000, Al Gore obtuvo el 62% de los votos y Bush el 35%. Ambos partidos aspiran a superar esos porcentajes, los demócratas quieren lograr el 70% y los republicanos el 40%. Aproximarse a tales techos de voto requerirá la captación de indecisos. Se trata de electores como Johanna y Diego Bonilla, colombianos que llegaron hace ocho años a EE UU. Son independientes que siempre han votado a demócratas, pero esta vez, aunque todavía no se han decidido, se inclinan por Bush. El otro lado de la ecuación lo ejemplifican independientes indecisos como Benjamín de Yurre, cubano-venezolano, que reside en el país desde 1995 y al que le gusta más Kerry.

"Esta elección no es cuestión de partidos, sino de la seguridad de un país. Necesitamos un presidente fuerte y Kerry me parece débil, mientras que Bush tiene entereza y es testarudo; en este caso la testarudez es positiva, porque no está dispuesto a aflojar la mano contra el terrorismo", explican al unísono el joven matrimonio Bonilla, él ingeniero de software y ella especializada en marketing.

De Yurre está casi seguro de que votará por Kerry, convencido de que es "el mejor para levantar la economía" y favorecer a la clase media trabajadora frente al "elitismo republicano". Desconfía de las razones de Bush para invadir Irak: "Nos mintió, nos dijo que había armas de destrucción masiva", afirma este propietario de una pequeña empresa.

Aunque las organizaciones hispanas se han esmerado en amplificar la importancia de su electorado, al que se refieren como "el gigante dormido", lo cierto es que "la mayoría del voto latino se concentra en Estados que no están en juego", subraya Roberto Suro, director del Pew Hispanic Center. Los indecisos que pueden influir en el resultado se reducen a unos 560.000 en cinco Estados con gran población hispana en los que Bush y Kerry están empatados: Arizona (28% de hispanos), Colorado (18%), Florida (18,5%), Nevada (21%) y Nuevo México (42%), que suman 56 de los 270 votos del colegio electoral necesarios para llegar a la Casa Blanca.

Los otros Estados que señala Suro, en los que se concentra el 60% de la población hispana -California (34%), Nueva York (14%), Illinois (11%) o Tejas (36%)- están definidos por un candidato, según los sondeos. Los tres primeros por el demócrata y el último por el presidente. Todos los analistas coinciden en que el voto hispano será decisivo si la carrera se mantiene apretada hasta el final en los cinco Estados clave, como ocurrió en 2000 en Florida, que ganó Bush por 537 votos, y en Nuevo México, donde triunfó Gore por 366 votos. De lo contrario, si uno de los candidatos gana por una amplia mayoría, el voto de los hispanos se diluirá entre el escrutinio general, lo cual les hará perder palanca política. Porque el "síndrome de Colón" es una dinámica de doble vía: cada ciclo electoral los hispanos se promocionan como el colectivo imprescindible para vencer, e invitan a los candidatos a seducirles.

Sus líderes remachan en los medios la idea de que los hispanos decidirán el próximo presidente. El problema es que lo mismo proclaman los negros, las mujeres, los jóvenes, los veteranos de guerra, los católicos, los evangélicos... El resultado es una subcontienda de grupos pujando por la atención de los candidatos, que discurre en paralelo a la contienda presidencial.

Con tanta competencia, las organizaciones hispanas han adoptado lo que Yzaguirre denomina "una estrategia flexible", cortejando a la vez a demócratas y republicanos. "Una vez que te identificas con un partido estás perdido", afirma Joe García, ex director de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), quien curiosamente habla así después de renunciar a su cargo para hacer campaña por Kerry, aunque sigue en la junta de consejeros.

Los hispanos tendrían más fuerza si fueran un bloque monolítico en vez de un mosaico de nacionalidades cuyos únicos nexos son el idioma y una lejana herencia cultural. No tienen una agenda común ni les interesa tenerla. Salvo el afán de conseguir una mayor parcela en la sociedad de EE UU, las aspiraciones de un mexicano de California tienen poco que ver con las de un cubano o colombiano de Florida ni con las de un puertorriqueño o dominicano de Nueva York. Y eso despista a los gringos, acostumbrados a segmentos sociales más estereotipados y por tanto más fáciles de abordar.

Para mayor confusión, hay una corriente de votos tránsfugas. Cientos de electores, como el cubano Joe García o el mexicano Ramón Toscano, rompen los moldes de militancia: García pertenece al 17% de los exiliados que han desertado del anticastrismo radical para apoyar la plataforma demócrata; y Toscano es un converso de Bush, que ha roto filas con muchos compatriotas. ¿Qué ha convencido a un guardia de seguridad con cuatro hijos a votar por Bush? "Que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, y Kerry es como la Chimoltrufia (programa de televisión mexicano) que como dice una cosa dice la contraria", explicaba Toscano durante la fiesta de independencia de México en Miami.

Con todas las variables en juego, el impacto del voto hispano dependerá de la afluencia a las urnas. Los pronósticos son de al menos 7 millones (en un país de 290 millones en el que suelen votar entre 110 y 120 millones).

La actriz hispana Eva Longoria hace campaña por Kerry en Denver (Colorado).
La actriz hispana Eva Longoria hace campaña por Kerry en Denver (Colorado).ASSOCIATED PRESS

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