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La Constitución Europea a referéndum

El próximo 20 de febrero parece ser la fecha elegida para votar la Constitución Europea. Si los vaticinios se cumplen tendrá un amplio respaldo en las urnas, ya que los dos partidos mayoritarios apoyan el sí a la pregunta: ¿aprueba usted el proyecto de Tratado por el que se establece una Constitución para Europa? A menos de cuatro meses de este acontecimiento resulta preocupante mirar hacia atrás, y analizar las elecciones europeas. El alto índice de abstención o el bajo de participación -la botella medio vacía o medio llena- en la mayoría de países de la Unión Europea en estas elecciones nos demostró que Europa interesa todavía poco a sus ciudadanos. Incluidos los españoles y los valencianos. Evidentemente este hecho innegable obedece a múltiples razones, que exceden el espacio de esta reflexión. Pero fue significativo que en todos los países del continente, el debate político de estos comicios se planteó casi exclusivamente en clave interna. En la misma línea los resultados de las elecciones se interpretaron desde esta óptica. En el caso de nuestro país y de nuestra comunidad, se leyeron interesadamente como un bis de las elecciones generales. Incluso las hipotéticas extrapolaciones de los datos se realizaron desde esta perspectiva. Al final, Europa fue lo de menos. ¿Será posible que de cara al referéndum de la Constitución, el acuerdo entre los partidos, no hurte el debate de los ciudadanos y de la sociedad civil? ¿Favorecerán los partidos políticos la discusión entre los entes sociales?

Giscard d'Estaing repetía incansablemente que la entrada en vigor del euro había sido una especie de macro-referéndum positivo a nivel europeo. Esto es indudable. Hoy, recorremos el continente con una moneda única. Pero esto no significa automáticamente que seamos más Europa. Simplemente quiere decir que hemos construido en primer lugar el entramado económico para apoyar sobre él el resto de las posibles opciones futuras.

Ahora bien, ¿cómo explicamos el que, a pesar de que ya tenemos una moneda única y estamos a las puertas de una Constitución Europea, la gente no se sintió afectada por las elecciones europeas? ¿Serán nuestros políticos, ahora, capaces de explicar seria y rigurosamente lo que supone el tratado? Cabe preguntarse, también: ¿es posible que ante tanta diversidad, los europeos, optemos por una Europa de mínimos? ¿Sentimos la necesidad de unificar ejércitos y fuerzas policiales, cediendo soberanía, para ganar en eficacia y reducir costes? ¿Estamos dispuestos a caminar seriamente hacia una real política exterior común europea? Algunos ejemplos de la historia reciente nos muestran la nulidad del rol jugado por Europa en el conflicto de Oriente Medio o las posiciones encontradas y contradictorias en la guerra de Irak. La incapacidad de proponer posturas comunes devalúa el inexistente planteamiento europeo en los debates actuales a nivel mundial. Esto debilita a Europa y no contribuye a construirla. Una sola voz fuerte, no elimina el pluralismo interno, sino que enriquece la posición.

Por eso las preguntas importantes serían: ¿qué queremos hacer realmente juntos los europeos? Y en consecuencia: ¿a qué estamos dispuestos a renunciar? La respuesta a estas cuestiones u otras parecidas presupone la existencia de una puesta en común sincera y leal de todos los países. Esto no se ha hecho todavía. La Europa que se ha vendido hasta ahora a la mayoría de ciudadanos es la del sacar cuanto más mejor, pero renunciando a lo menos posible. Europa interesa en la medida que existe una caja común de la que seguir sacando algunos u empezar otros a tirar de ella. La creación de espacios comunes políticos, sociales o culturales parecen estar lejos todavía del actual horizonte de los ciudadanos europeos y de sus dirigentes. Las iniciativas de esta índole no parecen lo suficientemente significativas.

Hay que añadir una dificultad, la inexistencia de una auténtica pedagogía comprometida con la construcción de Europa. Una pedagogía que dinamice el proceso de construcción haciendo que los ciudadanos y ciudadanas de a pie se sientan involucrados en el mismo. Y todo esto se debería de visualizar de manera más notable y constante en los medios de comunicación, en las escuelas y en los ámbitos sociales. La europeidad tendría que comenzar a dejar de ser un adjetivo para convertirse en un sustantivo que acompaña nuestra nacionalidad primera de manera afectiva, efectiva y real.

Por supuesto que hay una serie de asignaturas pendientes en nuestro continente que dificultan los procesos de construcción y explican en parte el desafecto de los ciudadanos europeos. Por ejemplo, en Europa coexisten dos tipos de tensiones. Las que hay entre los distintos Estados y las que bullen al interior de los mismos. En las primeras encontramos diversas maneras de organizarse a nivel estatal; además de muchos otros elementos que forman parte de las propias constituciones, y que son signos de la identidad nacional. No cabe duda que una construcción seria de Europa, a largo plazo, deberá llevarnos a todos sus miembros a reflexionar sobre los elementos irrenunciables y permanentes, y sobre los coyunturales y accidentales. Hemos de caminar juntos hacia una Europa de máximos y no de mínimos. Encontrar el camino de la coordinación sumando sin multiplicar innecesariamente y no restando, no será fácil, pero es uno de los retos. Al interior de los propios Estados, afloran periódicamente tensiones, debidas a problemas no resueltos o aplazados en el ámbito de los nacionalismos. Los casos de Bélgica y España son paradigmáticos. Esta colisión de soberanías entre Estados, y al interior de los mismos, dificultan la materialización de un proyecto común entusiasmante. Junto a esto están las presiones de la Europa de las naciones o/y de las regiones, además del rol de las grandes ciudades.

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El movimiento político que se suscitará en torno a la posible aprobación por referéndum de la Constitución en muchos países podría ser un momento para aparcar los debates internos y centrarse claramente en qué queremos hacer juntos los europeos. Esta necesaria pedagogía es decisiva para que Europa no se convierta en un motivo de frustración.

El presente y el futuro de un mundo más seguro y equilibrado necesitan de una Europa más unida y más fuerte. La utopía de un mundo mejor, más justo y más fraterno, a lo mejor también pasa por un continente europeo más significativo en el contexto político y económico internacional.

José Luis Ferrando Lada es profesor de Filosofía y Teología.

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