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Columna
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Estatuto

Miquel Alberola

En días como éste del 9 de octubre la mayoría de los políticos suelen registrarse el ombligo para componer discursos muy vinculados a la raíz del pueblo valenciano, y casi siempre acaban refiriéndose a la exigencia improrrogable de reformar el Estatuto de Autonomía, un asunto revestido de vital trascendencia para el funcionamiento del autogobierno y por el que la gente que vive extramuros del día a día político, que es la mayoría, siente un desinterés formidable. Pero muchos de nuestros representantes se han instalado ahí, en esa acogedora espiral que, de algún modo, ha absorbido y encauzado la inagotable energía de los apasionados debates suscitados en los días épicos de la transición, cuyo saldo fue un profundo socavón civil que terminó cuajando una repelente caricatura de los valencianos en el resto de España. Pero para ellos la transición no es sólo una referencia asimilada sino el más atractivo parque temático psíquico, un escenario en el que lo que pudo haber sido y no fue parece que todavía es posible desarrollarlo, incluso darle la vuelta al marcador. Por eso a la mínima insisten en apretar ese tornillo pasado de rosca, incluso el alborotador Eliseu Climent, la única pieza en activo que subsiste de los flujos remotos de la transición, le hace ahora un festival con toda suerte de sombras, fantasías y figuraciones a propósito de los Premis Octubre. Desconocemos en qué mejorará la vida de los valencianos si el Estatuto se adjudica la capacidad de anticipar la disolución de las Cortes, incluso qué tipo de satisfacciones nos reportará si la Generalitat recibe nuevas competencias, como la gestión penitenciaria. A estas alturas de la corrida es muy probable que el ciudadano esté más preocupado en la calidad de la gestión de lo que nos fue transferido que de la perspectiva de incrementar competencias para saciar la inquietud simbólica. Y ése es un asunto tan crucial como esquivado en las alocuciones de hoy. Junto a la falta de previsión sobre el momento de extrema fragilidad que atraviesa el sistema económico y a la pérdida de opciones a la que nos conduce la ausencia de consensos básicos entre los dos principales partidos, es una de las tres profundizaciones estatutarias que resultarían inteligibles.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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