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LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA | La guerra de Irak

Viaje a la mente de Sadam

El depuesto presidente estaba convencido de que el temor a las armas de destrucción masiva, aunque no las tuviera, era su salvación

¿Sabía o no sabía Sadam Husein que sus arsenales de armas de destrucción masiva estaban bajo mínimos cuando sonaban los tambores de guerra? El informe presentado el miércoles por el especialista de la CIA Charles Duelfer no deja lugar a dudas: la guerra de 1991 y la presión posterior de los inspectores de la ONU "erosionó" seriamente los arsenales y la capacidad de desarrollar los programas, aunque Sadam "tenía intención de reconstituirlos cuando se levantaran las sanciones de la ONU". Pero uno de los capítulos del documento recoge lo que el ex dictador pensaba sobre las armas, a partir de sus declaraciones hechas ya como prisionero. Es la primera oportunidad de conocer con algún detalle el contenido de los interrogatorios, que se completan con entrevistas con miembros de su Gobierno.

Sadam estaba convencido de que el temor a sus arsenales era su salvación, porque el uso de armas químicas fue lo que le permitió frenar a Irán en la larga y sangrienta guerra que los dos países libraron en los años ochenta. Tras la primera guerra del Golfo, Sadam pensó que los aliados no habían llegado hasta Bagdad por temor a esas armas, y en el sur del país se encontraron, dice Duelfer, municiones químicas sin utilizar que habían sido distribuidas a las guarniciones.

Pero el régimen tenía que saber lo que se destruyó en la guerra y en las inspecciones. La apuesta de Sadam fue no reconocerlo para que sus enemigos no se aprovecharan; Duelfer escribe que "estaba preocupado por la posibilidad de que las inspecciones expusieran la vulnerabilidad iraquí en comparación con Irán" y que "confundió a sus propios generales al asegurarles que Irak podía resistir cualquier ataque utilizando armas no convencionales". Aparentemente, en 2002 cambió de táctica y dijo a sus asesores que "Irak no tenía armas de destrucción masiva", pero en marzo de 2003, días antes de la guerra, dijo a sus generales que había "algún tipo de arma secreta". Estaba convencido, y así se lo dijo a su asesor Alí Hasan al-Majid, de que "la parte más interesante de la guerra es engañar". Según Al-Majid, Sadam "no quería aparentar debilidad ni admitir que estaba engañando al mundo sobre la existencia de las armas".

Sadam "tendía a gobernar más implícita que explícitamente", escribe Duelfer. "Como nadie estaba nunca seguro de sus posiciones, había ansiedad e incertidumbre incluso entre sus ministros más veteranos. (...) Y él estimulaba la competición y la desconfianza entre los que le rodeaban".

Del informe se desprenden otros detalles interesantes. El ex presidente iraquí tenía tanto miedo del espionaje que utilizó el teléfono sólo dos veces después de 1990. Pero rompía el aislamiento a través de Internet, que se convirtió en la principal fuente de información militar sobre EE UU. En los momentos de distracción veía películas estadounidenses y uno de sus libros favoritos era El viejo y el mar, de Hemingway. Se tenía por uno de los grandes dirigentes de Irak, y en la reconstrucción de Babilonia ordenó que los ladrillos llevaran la siguiente leyenda: "Hecho en la era de Sadam Husein". La construcción de numerosos palacios presidenciales responde a su convicción de que sería más difícil que le localizaran y sufrir un ataque. Y en el informe se confirma que Sadam nunca probaba bocado sin que antes los alimentos fueran analizados en un laboratorio.

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