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Columna
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El ejemplo de Pasqual

ETA tenía misiles, pero su eventual utilización no serviría ya para hacer avanzar causa alguna. En eso consiste la derrota de ETA. Las últimas esperanzas en una negociación política las disolvió el Pacto antiterrorista, y las de internacionalización del conflicto se derrumbaron con las Torres Gemelas. Si ETA deja de condicionar la política vasca, el nacionalismo tendrá que competir en igualdad de condiciones, sin el argumento de que satisfacer sus aspiraciones es condición para el fin de la violencia; es posible que esa nueva situación favorezca la emergencia de la pluralidad real de la sociedad vasca, y que el nacionalismo vea peligrar su mayoría en las elecciones plebiscitarias que prepara para el caso de que Batasuna no apoye en diciembre el plan Ibarretxe.

Si esa expectativa se abriera paso, el PNV de Imaz no tendría más remedio que plantearse su regreso a la senda autonomista. Y para ello, el modelo catalán de reforma del Estatuto podría servirle de guía. Podría, a condición de que el compromiso de Maragall de plantear su reforma dentro del marco constitucional y con respeto a las reglas de juego comunes no se vea desmentido en la práctica. Importa sobre todo que Ibarretxe no interprete esa reforma como una variante de su plan. Maragall parece querer jugar un papel de puente. Tras la entrevista que mantuvieron en Vitoria el 18 de junio, el catalán tranquilizó a su interlocutor diciéndole que las dos propuestas son similares "en el fondo" aunque distintas "en la forma", y augurando que ambas acabarían "convergiendo en el futuro".

¿Cómo se interpreta eso en Ajuria Enea? Un editorial del diario nacionalista Deia lamentaba la semana pasada (28-9-04) que la apelación del lehendakari a la convocatoria de un referéndum (para el caso de que las Cortes no convalidaran el "nuevo marco jurídico-político" que saliera de la Cámara vasca) hubiera disparado "las alarmas del centralismo", mientras que el mismo planteamiento procedente de Cataluña no provocaba "igual reacción".

La cuestión es si realmente es el mismo planteamiento. Los socialistas catalanes dicen que la consulta de que habla Maragall no es la de Ibarretxe, de desafío a la legalidad, sino el referéndum previsto en el propio Estatuto de Cataluña (art.65) como último trámite de la reforma, tras su convalidación por las Cortes. Que la última palabra corresponda a la población de la comunidad, y no al Parlamento español, como ocurría en el procedimiento de aprobación del Estatuto, es un factor de equilibrio y una garantía para la autonomía. El Parlamento catalán tendrá que hacer la reforma con la prudencia necesaria para que no sea rechazada por las Cortes; pero los eventuales recortes que éstas pudieran introducir tendrán que ser también cuidadosos, para evitar que el electorado de la comunidad rechace el texto en el ulterior referéndum. Si es a eso a lo que se refería Pasqual Maragall, debería aclarárselo a Ibarretxe.

Y al resto, porque lo que literalmente dice el programa del tripartito catalán (apartado 1-2) es que en caso de "dilación indebida en la tramitación, de impugnación o inadecuación sustantiva del resultado final respecto a la propuesta aprobada por el Parlamento de Cataluña (...) la ciudadanía catalana será llamada a pronunciarse, mediante el procedimiento de consulta que se estime más adecuado (...) sobre su adhesión al texto estatutario aprobado por el Parlament". Al asumir ese planteamiento, más propio de ERC, el PSC fue inconsecuente con el compromiso de Maragall de articular una alternativa de estabilidad frente a "la aventura soberanista de CiU". (EL PAÍS, 15-7-03).

Se trata de una formulación contraria a la lógica del Estatuto como pacto bilateral que no puede modificarse unilateralmente. El Estado no puede reformar el Estatuto para restarle competencias, pero tampoco la comunidad autónoma puede aumentarlas sin contar con la aprobación de las instituciones comunes. Porque son éstas las que deben apreciar si lo que propone una comunidad en concreto es compatible con la coherencia y viabilidad del Estado autonómico en cuanto tal. Esa es la diferencia entre un planteamiento federal o autonomista y uno soberanista. Se comprende que Maragall quiera evitar el aislamiento del nacionalismo vasco para favorecer su entrada en razón; pero le ayudaría más predicando con el ejemplo. Como escribió Pascal, "pensar bien implica hacer lo que se debe hacer".

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