Washington celebra la fructífera amistad de Calder y Miró
La Phillips Collection exhibe un centenar de obras de ambos artistas, que mantuvieron una larga relación durante décadas
Alexander Calder (1898-1976) y Joan Miró (1893-1983) se conocieron en 1928, cuando el estadounidense visitó el estudio de Miró en París. Desde ese momento hasta la muerte del primero, casi cincuenta años después, los dos artistas mantuvieron una relación profunda y mutuamente inspiradora, como puede comprobarse en la exposición Calder Miró, que la Phillips Collection de Washington abre el próximo sábado con más de un centenar de trabajos que "exploran el diálogo visual entre dos de los más grandes inventores artísticos del siglo XX". Washington será el único lugar de Estados Unidos en el que se podrá contemplar, hasta el 23 de enero de 2005, esta exposición de pintura, escultura y collages.
Para Elizabeth Turner, la comisaria -junto a Oliver Wick- de la exposición, que ha sido organizada conjuntamente por el museo de Washington y la Fondation Beyeler de Suiza, en la que se presentó la muestra el pasado verano, "es muy interesante comprobar el entendimiento especial que tenían Calder y Miró, su manera compartida de ver el mundo". Turner respalda su análisis en dos pilares: en primer lugar, el escultor y el pintor compartían "una misma definición del espacio pictórico, una definición común que fuera más allá de la comprensión convencional de ese espacio, más allá del marco, del pedestal, que desafiara la gravedad y que pudiera expandirse de manera infinita en la mente, en la imaginación. Que el arte pudiera ser el gatillo, la chispa que pudiera incendiar de esa manera la imaginación. Y eso era algo muy audaz, y pudo ocurrir porque ambos eran iconoclastas, porque estuvieron dispuestos a dejar atrás las formas tradicionales y a abrazar unos conceptos así de profundos, de amplios".
En segundo lugar, continúa Turner, hay que subrayar que "a la altura de estos conceptos y esta audacia está su soberbio control y comprensión de sus formas de expresión y su capacidad de desarrollar estrategias únicas que incorporan movimiento, fluidez, movilidad y variación en sus obras".
A lo largo de la exposición se recorre esa intercomunicación: la misma pasión por los juguetes, el universo del circo de Calder, las líneas curvas de Miró, la percepción del universo, el anhelo de desafío de las leyes de la gravedad... Las visitas y los encuentros del escultor y el pintor en París, Barcelona, Montroig, Varengeville, Nueva York y Connecticut alimentaron algo muy especial, destaca Elizabeth Turner: "Creo que es muy notable que estos dos colosos fueran amigos... En la historia del arte es mucho más fácil encontrar casos de rivalidad, de una competición que impide la conversación entre artistas; o bien existen casos de colaboración en periodos breves, como la relación entre Picasso y Braque en la creación del cubismo... Pero lo que se puede encontrar aquí es una especie de pasión que emana de estos dos genios, que están tremendamente interesados el uno en el otro. Y cada uno encontró inspiración en el otro. Bueno, esa pasión es lo que vemos aquí".
La preocupación común por el difícil periodo que les tocó vivir se recuerda en el capítulo dedicado al trabajo que Calder y Miró hicieron en 1937, en el pabellón español de la Feria Mundial de París en el que se expuso el Guernica, de Picasso. Calder fue el único artista no español que trabajó para el pabellón con su Fuente de mercurio, un homenaje a los mineros de Almadén. El monumental mural de Miró El segador, dedicado a los campesinos catalanes, desapareció, pero se conservan fotos del pintor durante la elaboración.
Poco después, Miró crea (desde enero de 1940 a septiembre de 1941) sus Constelaciones, que envía a Filadelfia y que se exponen en Nueva York en 1945. Casi al mismo tiempo, en el invierno de 1942 y en EE UU, Calder mira al cosmos y desarrolla estructuras de madera, a veces pintada, ensambladas con alambre. Marcel Duchamp y James Johnson Sweeney, que no estaban al tanto de lo que estaba haciendo Miró, titulan estas obras Constelaciones. "Hablábamos de la pasión compartida, que es lo que celebra esta exposición. Pues bien, eso es lo que se comprende al mirar las Constelaciones y entender que hubo un momento, cuando el mundo se vio sumergido en la guerra, en el que dos artistas entendieron que sus sueños y sus ambiciones tenían que concentrarse en la libertad, en la idea de lanzar su visión en el cielo y en los ideales del universo. Y su sueño más grande fue este vuelo de la imaginación", afirma Turner, que considera fundamental el hecho de que "los dos, por separado, revisaran las ideas sobre el universo que habían explorado cuando eran más jóvenes, y que lo hicieran cuando tenían un lenguaje mucho más maduro, cuando habían forjado una comprensión de las formas y de la relación entre formas abstractas capaz de crear estas grandes elaboraciones...".
Miró hizo en Nueva York, en 1947, su Pintura mural para el hotel Plaza de Cincinnati, de casi diez metros de longitud, el más largo de los que pintó. Calder hizo su móvil Veinte hojas y una manzana para el mismo hotel. Ésta es la primera vez que las dos obras salen de Cincinnati.
La muestra, presentada en la Phillips Collection, uno de los mejores museos privados de EE UU, está patrocinada por la Ford, con la colaboración de los ministerios españoles de Cultura y Exteriores y la Embajada de España en Washington.
Babelia
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