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Columna
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Bomberg en Ronda

David Bomberg ha vuelto a Ronda. Se trata, según el escritor Michael Jacobs, de uno de los más grandes pintores británicos del siglo pasado y tal vez del mayor pintor del paisaje español de todos los tiempos, lo cual no deja de ser una aseveración muy atrevida. Así las cosas, ¿cómo se explica que el nombre del artista haya sido, hasta recientemente, muy poco conocido en el Reino Unido? Jacobs encuentra "inexplicable" que el "establecimiento" artístico británico menospreciara a Bomberg durante tanto tiempo, y sólo le empezara a apreciar debidamente unos veinte años después de su muerte, acaecida en 1957. Tal vez el carácter retraído, intravertido, del pintor algo tendría que ver con ello. Hoy, de todas maneras, la situación ha cambiado y Bomberg -hijo de un inmigrante polaco judío- es un pintor admirado y cotizado en su propio país. Y es justo que en Ronda, la ciudad española que más le cautivó y que más pintó, se acabe de inaugurar, en el museo Joaquín Peinado, una muestra de su obra, no tan extensa como la retrospectiva de la Tate (de la cual se vio una versión reducida en Sevilla en 1989), pero, a juzgar por el hermoso catálogo de la exposición, muy atrayente.

Considerado en su juventud como uno de los artistas de vanguardia más prometedores de Gran Bretaña, Bomberg fue traumatizado por su experiencia en las trincheras de Flandes (tenía veinticuatro años cuando empezó la contienda), y algunos le consideraban ya acabado como pintor. Unos años después, en Palestina, vio una reproducción de El Greco que le afectó tanto que decidió visitar Toledo. Lo hizo en 1929. La ciudad y sus alrededores le maravillaron tanto que cambiaron su manera de pintar, induciéndole a proyectarse emocionalmente en sus paisajes. En 1934 volvió a España y, después de Cuenca, descubrió Ronda, donde se quedó un año y pintó algunos de sus cuadros más memorables antes de regresar a Inglaterra con su familia, al parecer contra su voluntad y forzado por los disturbios de finales de 1935. No pudo olvidar la luz, los colores y el sol de Ronda. Regresó en 1954 y allí pasó la mayor parte de sus últimos tres años, considerado por los lugareños como un "raro", sin lograr poner en funcionamiento la escuela de pintura que había proyectado, sin conseguir nunca un dominio satisfactorio del idioma, pero produciendo lienzos y dibujos de Ronda imbuidos de una extraordinaria, casi volcánica fuerza. Según señala su biógrafo, Ricard Cork, en el catálogo de la exposición, los cuadros rondeños más complejos de Bomberg vinculan con tanto vigor el carácter de fortaleza de la ciudad "a la amenaza de transitoriedad que ya no podemos saber exactamente dónde termina la estabilidad y donde empieza el vértigo". Todo ello, de acuerdo con el mismo especialista, expresión de un conflicto parecido desencadenado en las profundidades psíquicas del pintor.

A juzgar por las reproducciones desplegadas en el catálogo, algunas espléndidas, no se debe perder para nada esta exposición, sólo abierta hasta el último día de octubre. Está claro que de aquí en adelante el nombre de Bomberg será tan inseparable de Ronda como los de Rilke, Orson Welles y Hemingway.

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