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Reportaje:

Un oasis en el centro de El Cairo

Un gran parque en la capital de Egipto impulsa la rehabilitación del núcleo histórico de la ciudad

Jacinto Antón

La luna riela en los estanques, las palmeras y las acacias acariciadas por la brisa dibujan una filigrana verde en los jardines y un grupo de músicos llena de acordes las terrazas donde camareros ataviados de jenízaros sirven café y dulces. La silueta de la mezquita de Mohamed Alí -tan alabada por Lawrence de Arabia- se recorta al sur, en la ciudadela de Saladino, y tras un bosque de minaretes, al oeste, duermen las pirámides. A tiro de piedra de este escenario digno de El paciente inglés, en callejones tan siniestros como el de los murciélagos de Taha Hussein, los niños corren descalzos entre basuras en las que medran gallinas desplumadas, se acumulan muebles destripados y orina una cabra vieja.

El proyecto incluye la restauración de la colosal muralla ayubí anexa del siglo XII
El lugar ofrece una magnífica e inédita vista panorámica de toda la ciudad

El nuevo Al-Azhar Park, un bellísimo parque de 30 hectáreas en el corazón de El Cairo islámico y limítrofe con las célebres mezquita y universidad de Al-Azhar, ha brotado como un milagroso oasis, un verde Edén, en medio de un inmenso y deteriorado paisaje urbano de un monocorde color pardo. El parque, un regalo del Aga Khan, el líder espiritual de la comunidad ismaelita, a la ciudad, acaba de abrir sus puertas a un sorprendido público (la inauguración oficial se prevé para mayo) que lo recorre y disfruta tímidamente, sin acabar de creerse que no sea éste como uno de aquellos sueños inducidos por el hachís del Viejo de la Montaña.

En un parterre incluso puede verse a una mujer completamente velada que acaricia levemente la mano de un hombre, componiendo una versión islámica de Déjeuner sur l'herbe. Por la entrada principal accede un grupo de jóvenes risueñas a las que las largas vestimentas y pañuelos agitados por la brisa proporcionan el aspecto de, como diría Naguib Mahfouz, una bandada de milanos. Para algunos niños del vecindario, el parque ha permitido experimentar por primera vez lo que es una flor.

"El parque es sólo un pretexto, el leit motiv de algo mucho más ambicioso", explica alzando la voz sobre el delicioso susurro de las fuentes mientras observa bailar a una periodista canadiense que se cree que es la Justine de Lawrence Durrell, el director del Aga Khan Trust for Culture, el catalán Lluís Monreal, el hombre que ha hecho una realidad el proyecto de Al-Azhar Park. "En España se entenderá bien la comparación si digo que lo que pretendemos con el parque es similar a lo que se hizo con el frente marítimo de Barcelona con ocasión de los Juegos Olímpicos".

El objetivo del parque no es únicamente elevar la ratio de zona verde por habitante de los cairotas, una de las más bajas del mundo, equivalente a la superficie de la planta de un pie, sino revitalizar todo el vecino barrio de Darb al-Ahmar, tradicional punto de venta de droga y uno de los más miserables de El Cairo.

A través de programas arquitectónicos, arqueológicos, económicos (microcréditos) y sociales, que fluyen desde el parque como una prolongación salvífica de sus fuentes, se intenta dignificar la zona y elevar el nivel de vida de sus habitantes. Numerosos artesanos locales han colaborado en el parque, recuperándose así algunas tradiciones que se estaban perdiendo, mientras que se ha acometido una rehabilitación ejemplar de casas particulares en las proximidades.

El proyecto, de 30 millones de dólares, incluye la restauración de grandes monumentos históricos vecinos, como la colosal muralla ayubí del siglo XII, digna de una Carcasona árabe, que corre entre el parque y Darb al-Ahmar -y cuya esforzada excavación, además de desalojar a los yonquis, ha permitido sacar a la luz tramos desconocidos del paño y las torres e interpretar otros-; la mezquita y madrasa de Umm al-Sultan Sha'ban, cuyo vertiginoso minarete (actualmente se accede -los que se atrevan- por un andamio) se ha reconstruido, o el complejo del emir Khayrbak, el hombre que traicionó a los mamelucos y en recompensa fue nombrado primer virrey otomano de El Cairo.

El parque en sí, influido visiblemente por la Alhambra y los jardines mogoles de la India, es una maravilla arquitectónica. Por no hablar de que ya lo frecuentan garcillas blancas, abubillas y halcones y ha atraído a otras especies de aves no vistas desde hace cuarenta años en El Cairo, como apunta con un suspiro de nostalgia el arquitecto egipcio Maher Stino -autor del estupendo nuevo Museo de Nubia en Assuan-, diseñador del parque. Su construcción, iniciada en 1997, ha requerido, como recalca el director general egipcio del proyecto, Mohamed El Mikawi, remover 1,5 millones de metros cúbicos de basura, escombros y tierra, el equivalente a 80.000 camiones. Lo que era una colina de desperdicios acumulados durante siglos entre el barrio de Darb al-Ahmar y la Ciudad de los Muertos, el viejo cementerio mameluco reocupado que se extiende bajo las áridas montañas Muqattam, ha devenido en un maravilloso espacio ajardinado, en terrazas, que arroja vistas tan sensacionales como insólitas sobre El Cairo, la ciudad de las mezquitas, como la bautizó Pierre Loti.

"Uno de los valores del parque es que ofrece a los vecinos y a los cairotas en general la posibilidad de ver realmente su ciudad, tener una panorámica de la misma, algo que hasta ahora no les era posible", indica Monreal. "Y tiene todos los elementos para convertirse en una gran atracción turística internacional". Un restaurante y un café son, con la entrada, las principales edificaciones del parque. Su estilo es vagamente neoislámico y parecen salidos de una ensoñación de El Cairo de los años treinta.

¿Qué saca de todo esto el Aga Khan? Monreal recalca que no hay ninguna intención de proselitismo, dado que la comunidad ismaelita en El Cairo es hoy inexistente. "Yo creo que el parque es resultado en realidad de un impulso romántico: el Aga Khan decidió lanzar el proyecto al observar lo que entonces era un gran espacio baldío una noche desde la casa del arquitecto Hassan Fathy. Hay que tener en cuenta que gran parte de El Cairo histórico lo construyeron los fatimidas, que eran ismaelitas, y el Aga Khan siente un gran cariño por la ciudad. Por otro lado, está en muy buenas relaciones con el imán de Al-Azhar y en general con todo el islam moderado -no así con los radicales-". Más allá de que el gesto del Aga Khan materialice su piedad y recuerde al de aquellos sultanes que surtieron a El Cairo de magníficos sabils (fuentes públicas) para perdurar en la memoria, indudablemente la lucha contra la pobreza y la dignificación de un barrio como Darb al-Ahmar es una buena estrategia para combatir el fanatismo que puede muy bien prender en lugares tan degradados.

Por mucho entusiasmo que provoque Al-Azhar Park, el proyecto tiene sus fisuras. La entrada al parque cuesta dinero, una cantidad muy pequeña, pero sin duda disuasoria para los desheredados. El argumento que se esgrime es que así la gente valorará más el parque. Por otro lado, y pese a su tamaño, la fragilidad del mismo en el caótico contexto en que ha crecido y debe desarrollarse es evidente. ¿Prosperará el parque para irradiar sus beneficios sobre El Cairo? "Incha Allah!", ¡si Dios lo quiere!, exclama Hussein, que lleva 30 años de taxista en la metrópoli y nunca ha visto, dice, nunca en su esforzada vida, nada tan hermoso.

Vista de las obras iniciales del parque (arriba) e imagen de éste ya acabado.
Vista de las obras iniciales del parque (arriba) e imagen de éste ya acabado.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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