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Columna
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De espaldas

El tratamiento de la enseñanza de religión en la que se espera que sea la nueva Ley de Calidad de la Enseñanza ha provocado el rechazo del oficialismo católico. El hecho de que la nueva Ley considere que el estudio de esta enseñanza de fe no sea evaluable para el acceso a la Universidad o para la concesión de becas, ha desatado la furia de los pastores. En esta guerra no querida -el Gobierno se dedica a cumplir con un programa electoral que han votado católicos y no tanto- se han destacado voces. Los obispos de Sevilla, Almería y Jerez afirman que el Estado camina hacia el fundamentalismo laicista, empleando conceptos religiosos actuales que encabezan sistemas en los que la religión forma parte del poder civil.

En este intento de descalificación insisten estos obispos. Y, así, se afirma que el Estado persigue a la Religión e intenta su eliminación. En fin, todo un rosario de declaraciones que permítaseme, y dios me libre, no se ajusta a la realidad del día a día.

Razones: muchas. Entre otras las de que si algo ha demostrado esta iglesia oficialista es que en numerosas ocasiones no está con la sociedad. No ya porque ha permitido que el catolicismo forme parte de lo nacional -Pinochet, Franco...- sino porque lo ha apoyado y le ha dado las espaldas a la sociedad. Incluso hoy, sigue sin comprenderla. Los antiguos bajo palios han sido relevados por el rechazo de la investigación con células madres o han tratado de impedir, a pretexto de un infierno que se ha declarado inexistente y en contra del criterio de la OMS, el uso del preservativo como medio preventivo de enfermedades sexuales (Revista episcopal de Granada).

Estos posicionamientos, unidos a otros, como su descalificación de las parejas de hecho o los despidos discriminatorios de profesores de religión por estos mismos obispados por los pecados de estar afiliado a IU, separados o casados por lo civil, hacen ver que no existe una guerra ni voluntad de ir a ella. La voluntad es la de lograr que se desarrolle el texto constitucional y lo que la mayoría de los ciudadanos han dicho. Que de verdad exista un Estado en el que sus leyes se dirijan a la sociedad con realismo, sin opacidad y con transparencia, sin que esté teñido de anacronismos propios de sociedades ancladas en el fundamentalismo, y no en una sociedad occidental que avanza.

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