Julián Rodríguez escoge la forma del diario para su tercer libro
"Creo que este libro tiene que ver incluso con la edad. Antes no me hubiera atrevido", dice Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968), a poco de comenzar a hablar de Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (Caballo de Troya), su tercer proyecto literario después de dos libros de ficción. Un texto que él define como "raro" y en el cual tras "la máscara del diario", que anticipa una cita inicial de César Aira, cuenta "historias venidas de la realidad" y explora en primera persona "una serie de preocupaciones sociales, intelectuales y literarias".
Calidoscopio de experiencias con "diversos niveles de lectura", el libro articula vivencias familiares, recuerdos de una infancia pasada entre agricultores, la huella de libros decisivos (los de Beckett y el nouveau roman entre otros), desengaños amorosos, reflexiones sobre el arte, relatos con nombres de mujer -Acacia, Lucía, Joaquina...- y ocurrencias sobre lo cotidiano que Rodríguez organiza en un prólogo y 10 "momentos".
Descorrer el velo de la ficción implica riesgos. "El tratamiento supone una especie de puesta al desnudo", asume el autor de Lo improbable, para quien "esa especie de atrevimiento es lo que tenía el libro de interesante como exploración y aprendizaje".
Memorias prematuras
Puesto a contarse en primera persona, ¿cómo elude un narrador la tentación de convertirse en personaje literario? A Rodríguez esto no le quita el sueño. "No se trata de un diario al uso, sino de unas memorias prematuras. En todo caso, no importa, porque mucha gente se enfrentará al libro como a una novela". ¿Autoficción, entonces? No. "Yo descreo de los rótulos. Duras o Pratolini, con su libro Crónica familiar, son previos a la noción de autoficción. Sebald, un autor que leo con gran distancia crítica, también. Creo que esa categoría es un producto del marketing."
En Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (título tomado de un lema acuñado por Guy Debord contra el Club Med), la miseria se llama de distintas formas: pobreza, dolor, infelicidad; los paisajes son múltiples (aeropuertos, bares, Extremadura...) y el origen está siempre presente. "No he pretendido hacer un libro a contracorriente", afirma Rodríguez, "pero en el mundo rural tal como yo lo he vivido, los chicos no tenían zapatos hasta los 15 años. A la hora de comer mi hermano y yo podíamos hablar de Benjamin, pero de lo que se hablaba todo el día era del precio de las almendras. Y de eso sigo hablando con mi padre. Por eso el libro es, además, un ejercicio político y moral para tratar de decir, de decirme, quién soy", afirma.
Muchas de las historias que rescata Rodríguez nacen de algún álbum familiar. "Con la fotografía pasa como con las cartas", afirma. "Una imagen tomada en una boda, sin mayor pretensión, 30 años después adquiere una cualidad literaria". Un diálogo "polifónico" entre pasado y presente que intenta "preservar lo que ya es imposible retener a nuestro lado".
Babelia
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