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Columna
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El binacionalismo de Maragall

Josep Ramoneda

Maragall es un hombre de ideas obsesivas. Cuando se encariña con un concepto político no lo suelta. En sus tiempos de alcalde de Barcelona su tema preferido era la co-capitalidad. España como un país con dos capitales culturales y económicas: Madrid y Barcelona. Moraleja: Barcelona debía tener un plus de capitalidad que los Gobiernos españoles no le reconocían. La traducción al ámbito autonómico de la co-capitalidad es la codecisión. Cataluña quiere tener capacidad para codecidir en España.

La codecisión expresa la voluntad de participar activamente en España. Esta es una diferencia significativa entre el nacionalismo de Pujol y el nacionalismo de Maragall. Pujol no tenía otro proyecto para España que la negociación bilateral permanente Gobierno catalán-Gobierno español. A Maragall, en cambio, le preocupa España y quiere intervenir en ella, desde la "comunidad nacional" catalana. Maragall es de los que piensa que es posible tener dos naciones a la vez y no estar loco. Se podría decir que Maragall es binacionalista, como si tuviera en cuenta la advertencia de Elías Canetti de que no se puede ser internacionalista, lo que tenemos que ser es multinacionalista.

Maragall cree que hay pocos catalanes en los puestos decisivos del Estado y de las instituciones económicas, culturales o políticas a él vinculadas y que hay que trabajar para tener más presencia y poder de decisión. ¿Para qué? Para que la España plural sea una realidad. Naturalmente, la codecisión provoca inquietud en el resto de España. Aparece inmediatamente el fantasma de la asimetría. ¿Sólo los catalanes tienen derecho a codecidir o codecidimos todos? ¿Qué es la democracia, en definitiva, si no un sistema de codecisión? Los catalanes votan y tienen una presencia primada por el sistema electoral en el Parlamento, ¿no es esto codecidir? Encontrar territorios compartidos es difícil en política, porque el poder -todo poder- siempre quiere más y siempre sospecha, fundadamente, que los demás quieren arrebatarle algo.

El número de tarjetas sanitarias registrado en Cataluña le ha permitido a Maragall afirmar que ya "no somos seis millones, somos siete millones". No se trata simplemente de constatar que Cataluña ha crecido con la emigración. Se trata de superar la idea de nación que había detrás del eslogan "Somos seis millones", difundido por el nacionalismo conservador. Era como una cifra de cierre de una Cataluña reconstruida y rehomogeneizada. Maragall dice que la Cataluña de hoy es una Cataluña distinta, mucho más compleja que la roturada por el nacionalismo convencional. Y es sobre esta base que hay que construir los proyectos de futuro.

Entre ellos, la idea de biorregión. El nombre es equívoco porque puede hacer pensar en un derivado de la biopolítica. Pero quiere decir algo mucho más simple: uno de los saberes en los que Cataluña es internacionalmente más competitiva es el que tiene que ver con medicina, biología y todo el ámbito de lo "bio". Se da, además, la circunstancia de que Montpellier y Toulouse tienen también equipamientos de primera calidad en estas materias. Lo cual permite vislumbrar un espacio de cooperación de ámbito supranacional que es, al mismo tiempo, una manera de pensar en formas de futuro para la articulación de Europa. Y Europa siempre ha sido el tercer espacio del catalanismo, el territorio soñado como lugar de superación de los conflictos político-identitarios. ¿Es el camino hacia el multinacionalismo?

En fin, el binacionalista Maragall parece decidido a superar el mito de una Cataluña derrotada por el Estado español. La reparación que merece la memoria del presidente Companys, no implica que el Estado español deba pedir perdón por su fusilamiento, porque no fue el Estado democrático el que le mató sino el Estado franquista construido sobre la destrucción del Estado republicano del que Companys formaba parte. Y de esta forma el binacionalismo maragallista alcanza su plenitud. Lo cual, naturalmente, nunca le permitirá alcanzar la gracia de los nacionalistas tradicionales porque éstos, catalanes o españoles, están convencidos de que patria sólo hay una. Maragall les irrita cuando se pone interesante: cuando les rompe el techo.

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