Irak, la estrategia del miedo
La insurgencia ha convertido en un arma política y un negocio el secuestro y asesinato de extranjeros
La imagen es demoledora: un occidental de rodillas, maniatado a la espalda y con los ojos vendados delante de milicianos armados segundos antes de que uno de ellos, vestido de negro y el rostro oculto, lo degüelle como un animal. No sólo es espeluznante, se trata de un arma política destinada a quebrantar el apoyo de las opiniones públicas a los Gobiernos implicados en la posguerra de Irak. Ese ritual macabro y sangriento -en el que la víctima está embutida en un mono anaranjado (como el de los prisioneros de Guantánamo) y en el que se filman los siete eternos segundos que tarda la cabeza en despegarse del tronco- tiene doble objetivo: aterrorizar y minar a un enemigo superior militarmente.
Junto a esa brutalidad medieval del cuchillo afilado conviven la sofisticación de Internet y la tecnología más moderna. Grupos fanatizados como Monoteísmo y Guerra Santa del jordano Abu Musab al Zarqaui, al que EE UU vincula con Osama bin Laden, y Ansar al Suna, autor de la muerte de siete agentes españoles del CNI, cuelgan sus mensajes en las web islamistas y transmiten sus demandas y mensajes en tiempo real sin la intermediación de los periodistas extranjeros. Envían sus vídeos a las grandes cadenas árabes de televisión por satélite (Al Yazira y Al Arabiya) y esas imágenes son redistribuidas después a todo el mundo.
El secuestro como arma política no es una novedad. Han recurrido a él grupos terroristas convencionales como ETA, el IRA irlandés o las Brigadas Rojas italianas. En la guerra civil libanesa diversos grupúsculos compitieron entre sí en la captura de extranjeros; de esa estrategia surgió en 1983 el chií Hezbolá del jeque Husein Fadalah, responsable intelectual y político de muchas de aquellas capturas. En Irán, tras la revolución encabezada por Jomeini, los estudiantes asaltaron el 4 de noviembre de 1979 la Embajada de EE UU en Teherán, tomaron 52 rehenes norteamericanos y arruinaron la reelección del presidente demócrata Jimmy Carter. Aquel cautiverio duró 444 días.
La innovación en Irak es que los grupos insurgentes no parecen tener la voluntad (o la infraestructura adecuada) de explotar las posibilidades propagandísticas de un secuestro prolongado. En Líbano, el rehén desaparecía sin dejar rastro; se esfumaba en secreto con su tragedia personal a cuestas. Aquí no; en Irak apresan a gente con una estudiada publicidad, divulgan exigencias maximalistas (retirada de las tropas el país) y dan un plazo nimio de 48 horas para cumplir las condiciones. De los 130 extranjeros secuestrados desde abril de 2004, una treintena ha sido asesinada, la mayoría mediante la decapitación filmada. La clave de esta estrategia reside en el poder devastador de la imagen distribuida por la Red para que sea visible (y compartible) desde cualquier ordenador del planeta. Se trata de una herramienta de impacto mediático masivo: introduce el miedo a la misma retaguardia, que es donde, desde el conflicto de Vietnam, se pierden las guerras.
La mayoría de los rehenes fueron apresados entre abril y agosto de este año en zonas hasta entonces más o menos seguras. La autopista 10 que une Bagdad con la frontera jordana ha sufrido más de 80 asaltos a convoyes. En abril, la insurgencia que anida en las ciudades de Ramadi y Faluya (ambas al oeste de la capital), cortaron el tráfico y establecieron controles con total impunidad. Esa vía, esencial para los planes de reconstrucción y de suministro a las tropas, es hoy intransitable para los occidentales.
La estrategia del miedo ha vaciado otras muchas carreteras. En el norte de Irak, los objetivos son los camioneros turcos y egipcios; en el sur, los chóferes de los países del golfo. A cambio de su libertad, los grupos insurgentes exigen la retirada de sus empresas o el pago de decenas de miles de dólares.
El 7 de septiembre, la industria del secuestro de occidentales (la extorsión a los iraquíes es cotidiana, pero jamás se asoma a las estadísticas oficiales) se trasladó a la capital: una veintena de hombres entró en la oficina de la ONG italiana Puente a Bagdad y se llevaron a las cooperantes Simona Pari y Simona Torreta y a dos de sus colaboradores locales. A esa acción le sucede lo que el Gobierno de Italia llamó "terrorismo informativo": la confusión sobre su destino. El 16, otro grupo capturó en el elegante barrio de Al Mansur a tres empleados civiles de una empresa de Qatar: los norteamericanos Eugene Amstrong y Jack Hensley (decapitados a comienzos de semana) y el británico Kenneth Bigley, cuya suerte pende de un hilo y de 50.000 panfletos distribuidos en Bagdad en los que su familia reclama clemencia.
Con estas acciones en el centro de la capital, la insurgencia transmite una advertencia: nadie es inmune. Ni siquiera los seis ingenieros de un país árabe como Egipto que trabajaban en la mejora de la telefonía móvil de Irak: fueron apresados en Bagdad el miércoles y viernes. "Es el momento más peligroso. Todos los extranjeros sois un objetivo sin importar su nacionalidad. Que tu país no tenga tropas en Irak no te protege. Primero capturan y luego miran el pasaporte", aseguran fuentes diplomáticas. Un ejemplo: los periodistas Christian Chesnoy y Georges Malbrunot; de nada les sirvió ser franceses, un país contrario a la guerra.
La insurgencia golpea simultáneamente en varios frentes: con los secuestros ha atemorizado a la escasa comunidad extranjera y ha paralizado la reconstrucción de Irak; los sabotajes de instalaciones petroleras impiden el flujo de las exportaciones, la posibilidad de una recuperación económica y la creación de un Ejército nacional eficaz; los ataques a plantas eléctricas retrasan la mejora en la distribución y fomentan la idea (muy real: 10 horas de luz al día en los mejores casos) de que EE UU, la potencia hegemónica, es incapaz o no quiere ayudar a la población. Sin electricidad ni reconstrucción no abren las fábricas y la tasa de paro (más del 50%) se transforma en un vivero de la resistencia.
Además, los insurgentes lanzan los coches bomba contra centros de reclutamiento, las comisarías de la policía y los convoyes militares estadounidenses; atacan con granadas de mortero hoteles, embajadas e instalaciones del Gobierno interino. La insurgencia controla varias ciudades -Faluya, Ramadi, Samarra, Nayaf-, lo que potencia la sensación de que Irak se afganiza (un Gobierno débil con apoyo exterior y que sólo controla la capital). En agosto de 2003, el general Ricardo Sánchez ,jefe de las tropas de EE UU en Irak, reconocía 20 ataques cotidianos; ahora, son 80 y en Bagdad explota una media de un coche bomba cada dos días.
Si los secuestros de occidentales resultan demoledores en Europa y en EE UU, los ataques de la insurgencia, pese a las bajas civiles (350 muertos en lo que va de septiembre), no generan un rechazo en la población. Es la réplica estadounidenses en Faluya (abril) y Nayaf (abril y agosto) y los llamados bombardeos de precisión lo que favorece a la resistencia. Mientras los comunicados militares norteamericanos se empeñan en hablar del terrorista Al Zarqaui, como si esas palabras se dirigieran sólo a los votantes de EE UU, las televisiones árabes escupen cadáveres de niños y mujeres entre las ruinas de la vivienda atacada. El ex general Mohamed al Aisskire, que dirigía una brigada de comandos especiales en el régimen anterior, lo resume bien: "Estados Unidos cantó victoria demasiado pronto y ahora han perdido las mentes y los corazones de los iraquíes y posiblemente también han perdido la guerra".
Una telaraña de 30 grupos
La insurgencia en Irak carece de un mando único nacional y de un programa político definido; se trata de una tupida telaraña de 30 grupos dispares unidos por una causa común: expulsar del país a Estados Unidos. Son tres círculos concéntricos con una cooperación creciente: ex miembros del Ejército y de los servicios secretos; un movimiento islámico y nacionalista y elementos extranjeros (menos de lo que dicen; sólo un 3% de los detenidos no es iraquí). Otros añaden un cuarto: criminales amnistiados antes de la guerra que se disfrazan de resistentes para esconder su negocio de la extorsión.
El mando estadounidense admite que la resistencia es cada vez más sofisticada, audaz y preparada, que no le falta financiación y que podrían acceder en breve a misiles portátiles (peligrosos para aviones y helicópteros). El 14 de noviembre de 2003, el general John Abizaid, jefe del Mando Central, del que depende Oriente Próximo, dijo que la insurgencia contaba con 5.000 personas. Casi un año después, las estimaciones se multiplican por cinco.
Faluya es el modelo a copiar: en el núcleo de la rebelión faluyí conviven baazistas, militares, muyahidín iraquíes, jefes tribales, imanes religiosos y extranjeros. Se organizan en células de una treintena de individuos en las que conviven diversos especialistas (incluidos mandos del Ejército); tienen un doble liderazgo político y cuatro jefes militares. Y disponen de fábrica de armas propia.
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