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Crítica:LOS INQUILINOS DE LA CASA BLANCA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las tinieblas de la clase política

En la primera página de Mi vida confiesa Bill Clinton que la temprana lectura de un libro de autoayuda le impulsó en su día a anotar en un cuaderno la lista de sus objetivos prioritarios a largo plazo; junto a las metas de orden privado (ser una buena persona, disfrutar de un matrimonio feliz y tener grandes amigos), el joven licenciado en Derecho, nacido en un pueblo de Arkansas de 6.000 habitantes el 19 de agosto de 1946 tras una violenta tormenta de verano, se propuso "lograr el éxito" en su carrera política y "escribir un gran libro".

Nadie podrá negar que Clinton ha cumplido con creces sus ensueños políticos, fortalecidos el 24 de julio de 1963 cuando estrechó la mano del presidente Kennedy -"para mí fue un momento glorioso"- en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca como miembro de una delegación de la Nación de los Muchachos: elegido a los 32 años por vez primera gobernador de su Estado natal (ejercería el cargo durante un periodo de 12 años, interrumpido solo por el bienio subsiguiente a su derrota de 1980), ha sido desde 1992 a 2000 uno de los presidentes de Estados Unidos que han despertado mayor entusiasmo (y también odio).

MI VIDA

Bill Clinton

Traducción de Claudia Casanova

Plaza & Janés. Barcelona, 2004

1.152 páginas. 25 euros

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De Washington a Clinton

Más aventurado sería sostener que sus memorias constituyen ese "gran libro"que se propuso escribir cuando era joven. A ese propósito cabría la tentación de hacer un chiste malo: desde luego las más de mil cien páginas- de 53 líneas y con apretada caja- que componen el volumen le darían derecho a reclamar ese título en términos exclusivamente cuantitativos. En cualquier caso, algunos autorizados críticos americanos han atizado sin compasión los flancos de este pormenorizado relato autobiográfico no sólo por sus defectos narrativos de composición, sino también por las ausencias indebidas y las presencias tergiversadas de sus contenidos.

Cualquier interesado por las andanzas de la becaria Lewinsky en el Despacho Oval o por la incontinencia libidinal de Clinton denunciada por Gennifer Flowers y Paula Jones encontrará la edulcorada versión de los hechos dada por un pecador arrepentido a medias ("nunca he presumido de haber llevado una vida perfecta"). Para los legos que busquen algo más que historias de bragueta y no aspiren a ver satisfechas las elevadas expectativas de los especialistas (únicos capaces de separar en ese millar largo de páginas el trigo de la cizaña y de la paja), las memorias de Clinton significarán probablemente un apasionante viaje al corazón de las tinieblas de la profesión política en la superpotencia que domina el resto del planeta. Aunque la reconstrucción pormenorizada de algunos episodios resulte fatigosa y los figurantes del reparto de este drama biográfico (la compañía teatral descansa sobre los hombros de Clinton como actor principal) sean demasiado numerosos, los lectores deseosos de conocer cómo funciona por dentro la maquinaria del primer sistema representativo del mundo contemporáneo difícilmente abandonarán el seguimiento de este relato inmesericorde de las instituciones, procedimientos y usos de la democracia realmente existente.

Pero el realismo sórdido em-

pleado para describir la feroz conducta desplegada por los duros, implacables y crueles profesionales del poder en la lucha por la supervivencia no es incompatible con la sonora retórica utilizada por el autor para exponer sus motivaciones, presuntamente orientadas hacia el servicio público, los objetivos nobles y el interés general. Desde ese punto de vista, Bill Clinton aparece como un reformista pragmático del centro-izquierda estadounidense siempre dispuesto a apostar por las buenas causas a condición de que no se pongan en riesgo sus posibilidades de obtener mayorías electorales. Entre las virtudes públicas del ex presidente no figuran, desde luego, la renuncia al ocultamiento y a la mentira, bien se trate de relaciones sexuales, consumo juvenil de marihuana o cumplimiento de deberes militares. Clinton hace suya la máxima del gobernador Mario Cuomo según la cual "durante la campaña se hace poesía pero desde el Gobierno se utiliza la prosa". El gobernador de Arkansas que decide no indultar en junio de 1990 a dos condenados a muerte o el presidente de Estados Unidos que nada más comenzar su mandato niega el asilo a los náufragos haitianos cree evitar así- en nombre del realismo y de la lógica de lo posible- "la trampa progresista de hacer de lo perfecto el enemigo de lo bueno".

Pero el compromiso de Clinton para "vencer el cinismo y la desesperación", mejorar la enseñanza, asegurar una vida digna a los jubilados, acabar con las discordias raciales, reformar la sanidad, combatir el sida y luchar contra la pobreza en el planeta parece hoy algo más que retórica dirigida a conquistar votos. Porque el mandato de Bush lo ha convertido en el presidente de Estados Unidos más añorado desde los tiempos de Roosevelt.

Bill Clinton, antes de pronunciar un discurso en 2000.
Bill Clinton, antes de pronunciar un discurso en 2000.REUTERS

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