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Columna
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Versión oficial

Entre la versión de los incidentes acaecidos en Elche publicada por prensa y la ofrecida por las autoridades, yo prefiero creer esta última. De hacer caso a la versión de los periódicos, los sucesos de Elche tendrían una enorme gravedad, lo que debería preocuparnos. Y, ciertamente, no sé si estamos preparados para las preocupaciones. La violencia siempre sorprende y asusta. Cuando estalla de forma incontrolada, como en esta ocasión, y la provoca el trabajador, nos alarma porque pensamos que nuestra sociedad no funciona en la forma debida. Pero, sobre todo, tememos estos sucesos porque son el producto de un caldo de cultivo en el que fermentan los extremismos más avanzados.

Frente a la inquietante interpretación de los hechos que ha dado la prensa, ha sido un alivio escuchar las palabras de nuestros gobernantes. Después de oír la versión oficial de los acontecimientos, yo diría que todos hemos respirado un poco más tranquilos. Si una persona tan respetable como el consejero González Pons afirma que todo cuanto ha sucedido en Elche es una simple cuestión de orden público, nos quitamos de encima una gran preocupación. Es cierto que si no existe crisis en el calzado, como el Gobierno sostiene, lo ocurrido no puede atribuirse a ella de ningún modo.

Si estas afirmaciones las hubiera formulado en exclusiva el PP, probablemente las juzgaríamos dictadas por el interés y recelaríamos de ellas. Pero ocurre que han sido refrendadas por la oposición. El alcalde de Elche, Diego Maciá, que es un hombre principal del Partido Socialista, ha asegurado que los disturbios fueron obra de un grupo minoritario y marginal. Aún no sabemos cómo Maciá ha llegado a esa conclusión porque no nos lo ha explicado. Pero estamos convencidos de que si hubiera investigado algo más el asunto, seguramente habría descubierto que los causantes de los sucesos actuaron persuadidos por agentes provocadores. El agente provocador tiene entre nosotros una amplia tradición que no debería descartarse en este caso.

Viendo la reacción de nuestras autoridades, se confirma que a estas personas no las elegimos para gobernar, sino para que nos libraran de las preocupaciones. Cada día es más evidente que el señor Camps no acierta a resolver ninguno de los problemas que tiene pendientes la Comunidad Valenciana. En cambio, emplea una considerable cantidad de energía en convencernos de que no tenemos problemas o, si tenemos alguno, se debe a la ministra Narbona o cualquier otro agente exterior. Si Camps tiene tantos partidarios entre nosotros se debe, precisamente, a esa forma de actuar. Un gobernante que nos dijera la verdad no tendría ningún futuro en esta tierra. Los valencianos preferimos ser engañados a que nos amarguen con la realidad, porque lo que realmente nos preocupa son cuestiones de orden espiritual, como la lengua. La lengua, por ejemplo, nos parece mucho más importante que cualquier crisis industrial. La prueba es que cuando nuestros políticos debaten sobre el estado de la Comunidad, pasan más tiempo hablando de la situación de la lengua que del futuro de nuestras manufacturas. Por algo será.

¿Crisis del turismo, del calzado, del textil? Quia, nada de eso. ¿De qué, si no, iban a venir los chinos aquí?

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